¿Todo tiempo pasado fue mejor?

Veía jugar a los niños que entreno cada fin de semana y por un momento mi mirada quedo fija en lo que alguna vez en mis épocas de estudiante fue la puerta que atravesaba para salir al popular ¨recreo” o “descanso” como se le decía coloquialmente o se le dirá aún, no lo sé, a esa franja de tiempo en la cual dejábamos atrás por un momento las materias que ese día nos tocaba estudiar.

Viaje en el tiempo un poco más de treinta años atrás y a mi alrededor se empezaron a dibujar paisajes los cuales creía ya olvidados. La Avenida Boyacá desapareció junto con los campos de Fútbol 5 que la limitan y en su reemplazo empecé a escuchar la algarabía de niñas que como nosotros de su recreo disfrutaban. Eran las alumnas del Hispano Ingles; un Colegio que quedaba a unos cuantos metros del nuestro y que le servía también de hogar a Torres (Ángel), compañero de curso, y quien vivía allí porque sin mal no recuerdo sus padres trabajaban cuidando sus instalaciones.

Camine unos cuantos pasos. Todas las canchas de fútbol desaparecieron quedando únicamente una. Los edificios de la Urbanización contigua se esfumaron y fueron reemplazados por una hilera de árboles que servían de barrera natural a los disparos desviados que hacia Arévalo (Jorge) hacia el arco imaginando quizás que marcaba el gol que convertía al equipo de sus amores “Cavernicolis” en el Campeón absoluto del Torneo del Colegio. Pero la realidad fue otra. Yo fui el arquero insignia de los equipos de noveno, décimo y once los cuales sin discusión alguna se adueñaron de los trofeos de campeón de los torneos del colegio de esos años (1989 – 1990 – 1991). Pero más que todo recuerdo el último, el de once, cuya final fue contra nuestros “archienemigos” de décimo… a ese décimo de Aya (Andrés), de Zorro (Yesid) y de otros tantos más. Llegamos a la final y el partido estaba enmarcado por la Celebración del Día de la Madre. Con décimo guardábamos una vieja rivalidad de tiempo atrás, alimentada por las provocaciones mutuas. En una ocasión llegamos al punto de enfrentarnos a piedra en la parte de atrás del Colegio y desde una de las ventanas el Padre Camilo, testigo de tal batalla nos gritaba “chusmeros” tratando de apaciguar los ánimos … En otra ocasión fueron Guillo (Iván Sanchez) y Aya (Andrés) quienes a puños quisieron zanjar las rivalidades y ofensas en un parque cercano. Guillo en carne propia experimento el fulminante nocaut propinado por un solo puño de Aya; quien lo iba a pensar; los peleadores de box terminaron años más tarde siendo compañeros de hábitos pues ambos ahora son Sacerdotes. El parque cercano y que servía de ring a las frecuentes peleas colegiales se llamaba las Villas o se llama porque aún existe, un parque infantil cuyas atracciones junto con el dueño de la única tienda que había en los alrededores eran testigos de los frecuentes combates que allí se daban. Piracun (Jhon) y Suarez (Juan Carlos) también alguna vez a puños aclararon sus diferencias. El dueño de aquella tienda también oficiaba como “informante”, ya que sin falta le llevaba los “resultados” de cada combate al Padre Camilo.

Pero volviendo a aquella final soñada, esta termino en pesadilla, ya que sin saber el cómo y el por qué, vi en cámara lenta cómo Rincón (Vladimir) cual película de artes marciales de los ochenta lanzo una patada voladora de tres giros contra la humanidad de Aya, quien afortunadamente la esquivo, o sino la historia hubiera sido otra y la mies posiblemente hubiese perdido un futuro obrero. Los ánimos se caldearon y los guerreros de ambos bandos se preparaban para la lucha la cual no se inició gracias a la oportuna intervención de los Profesores Iván Lara y Manuel Buenaventura.

Iván Lara, Profesor de Química, fue nuestro director de curso de grado once; brillante, buena gente, lo caracterizaba su paciencia y tranquilidad ante los momentos tensos; y nosotros si que le dimos de ese tipo de momentos, que sé, desafiaron en más de una ocasión hasta su cordura misma. Uno de esos momentos, fue el paseo de grado.  Fuimos a Cartagena. Fue un viaje extraño y accidentado. De ida, ya con la noche como cobija, paramos un momento en Rionegro (Santander) y mientras nosotros recorríamos el pueblo y nos creíamos los dueños de este, haciendo algarabía por todo lado, el conductor presuroso de amor se iba con la acompañante de turno a “dormitar” en uno de los hoteles del pueblo. Pero nuestra gritería no paso desapercibida y sin saber quien fue el emisor y el receptor del mensaje fuimos advertidos que si no nos íbamos de dicho sitio nos atendríamos a las consecuencias. El pánico se apodero de todos nosotros y más cuando del bullicio y la luz artificial de cada casa y establecimiento se dio paso a un sepulcral silencio y una espesa oscuridad. Las tiendas cerraron, los habitantes desaparecieron y la luz sin previo aviso se marchó. Nos encontrábamos exactamente en la plaza central, al frente de una sucursal de la Caja Agraria como se le conocía en esa época al hoy Banco Agrario. El mensaje fue entregado por un supuesto emisario del grupo guerrillero que hacia presencia en la zona y cuyos miembros no acostumbrados a las correrías y bullicios de los niños de un colegio bogotano determinaron que a más tardar a las 10 pm deberíamos abandonar ese sitio. Subíamos y bajábamos del bus sin orden alguno. Los Profesores se habian ido a buscar al conductor para podernos ir y mientras eso sucedía el pánico continuaba. Victimas de una histeria colectiva veíamos en los cerros circundantes fogatas, escuchábamos sonidos de fusil, y nos sentíamos acorralados por una multitud de sombras tenebrosas. Fernández (Joaquín) a quien le decíamos de cariño “Conejo” y que no sé por qué razón sabia manejar se ofreció a sacarnos de ese infierno y esa idea fue aplaudida y aprobada por unos muchachos invadidos por el miedo y la locura. Afortunadamente pienso hoy, el conductor fue medianamente responsable y se llevo las llaves y “Conejo” por tanto no pudo ser el “héroe” de esa noche. Entre el cansancio y la rabia por el amor interrumpido el conductor y su acompañante aparecieron y pudimos dejar todo eso atrás… En un momento dado vi al Profesor Iván, sentado en la parte delantera del bus, con su rostro blanco como un papel, musitando… “ahora no chino, ahora no” como respuesta a todas esas preguntas y comentarios que de manera desmedida le hacíamos.

Bien dice el dicho… “según el desayuno, se sabe cómo será el almuerzo” y para este caso también la comida. Faltaba aun la cereza del pastel y esta vendría de la mano de mis compañeros Fernando Ramirez e Iván Sanchez (Guillo). Era nuestra última tarde en Cartagena. Volvíamos a Bogotá al día siguiente en la mañana. Esa tarde era de actividades libres; unos se fueron de compras, otros a la playa y nuestros compañeros Fernando e Iván se les ocurrió alquilar una moto de bajo – medio cilindraje, no recuerdo, para pasear por los alrededores. Cuentan las malas lenguas que nuestros amigos respondieron al reto de un personaje montado en una moto ninja y echaron chispas por la vía que los conectaba con la bahía, con tan mala suerte que en una curva los traiciono la suerte y contra un muro fueron a dar. Mientras esto sucedía, en el hotel donde nos hospedamos nos esperaba una pequeña reunion de despedida la cual se vio engalanada con la asistencia de unas señoritas que también se encontraban de excursión provenientes de un colegio de Guateque (Boyacá). Barrera (Javier) se ganó a una maestra, a quien a leguas por su adultez se le veía la experiencia y no disimulaba las “ganas” que le tenía a nuestro compañero. Cada uno de nosotros enfilaba baterías para quien seria su conquista esa noche. Pero apareció el Profesor Iván, con la misma cara desencajada y blanca como papel, la misma de hace unas noches atrás saliendo de Rionegro (Santander). Todos nos mirábamos y escuchábamos al Profesor narrar lo sucedido con nuestros compañeros. Afortunadamente solo fueron golpes, pero el Profesor nos mandó a alistar maletas porque deberíamos marcharnos en el acto, es decir, ¡ya! Adiós fiesta con las de Guateque, adiós a los sueños de conquista, respiro Barrera porque la veterana maestra no se lo pudo echar al plato esa noche.

El remate del paseo también tuvo su anécdota producto del despiste del conductor quien en vez de tomar el camino a Bogotá tomo el que conducía a Quibdó (Choco) y se dio cuenta de dicho error muchos kilómetros después. Despistes que causa la compañera de turno.  Igualmente me acuerdo de que en ese regreso comida no hubo, no paramos salvo para desahogar las necesidades fisiológicas cuando ya el cuello nos apretaba y ante la insistente pregunta de cuando íbamos a parar para comer al Profesor Iván se le acabo la paciencia y tranquilidad que lo caracterizaba y con un grito nos respondió y acallo los bramidos de nuestros hambrientos estómagos…; pero el Profesor Iván tuvo también sus momentos dulces. En la Semana Amigoniana o Cultural organizamos un Carnaval cuyo tema fue el Sistema Solar. Cada curso representaba un planeta y a once le correspondió lógicamente ser el Sol, el centro de todo; y en el medio de ese carnaval en un carruaje improvisado, el Profesor Iván Lara disfrazado como emperador romano recibió los vítores no solo de nosotros sino de todos los alumnos que en ese pequeño momento le demostraron con sus gritos el inmenso cariño y aprecio que se le tenía y aún se le tiene.  

Manuel Buenaventura era otro personaje único, me dio clase desde noveno, año en el que regrese (1989). Y regresé porque gracias a español dictada por Miriam Castellanos y a biología dictada por el Profesor Carlos Efraín perdí octavo (1987). Me tuve que ir a otro Colegio a repetirlo (1988). Me fui con la convicción de volver y no dejando de pensar ni un solo día en regresar al Colegio de mis amores. El Profesor Buenaventura me dicto algebra en noveno, trigonometría en décimo y calculo en once. Llegaba siempre alegre a dictar clase con su bata blanca y una pequeña caja de madera que contenía tizas de diversos colores con su respectivo borrador. Si, yo soy de la tiza, no del marcador borrable de hoy en día o para los más avanzados del pizarrón digital. Yo crecí entre los tableros de color verde, golpeaba el borrador contra la pared para limpiarlo y veía como con cada golpe salía una nube de polvo de tiza, mismo polvo que muchas veces como travesura soplaba en la cara de mis compañeros. Esa tiza que fue el arma predilecta de otro gran Profesor, Enrique Torres, Profesor de matemáticas, quien con alma de francotirador buscaba acertar la humanidad de los alumnos que se distraían de sus clases o que no atinaban a dar la respuesta correcta a sus preguntas.

Las clases del Profesor Buenaventura eran amenas, adornadas con chascarrillos y con frases tales como… “a ver el amigo Méndez pase al tablero” cuando descubría a Méndez (Luis) distraído y charlando en plena clase con Betancourt (Luis Alfredo) y Cardozo (Fabio Ricardo). O cuando con voz cómica decía… “El amigo Cabiativa tiene un cerito por estar distraído y no estar poniendo atención”. Y al igual que Méndez, Cabiativa no ponía atención porque él hacia parte de un grupo autodenominado el “grupo de cuatro”, el cual estaba ubicado en la parte de atrás del salón, y estaba conformado por Corredor (Carlos Julio – Toche), Tibasosa (Giovanni), Rodríguez (Carlos) y Cabiativa (Oscar),  y quien para su desgracia era el que pagaba los platos rotos generalmente por la charla y tomadura de pelo que le hacían los miembros de ese grupo mientras los maestros diligentemente dictaban sus clases. El Profesor Buenaventura andaba en un Renault 12 color naranja, que hacia juego con el Renault 6 azul claro de la Profesora Graciela (Ingles), el Renault 18 color gris de la Profesora Amparo (Geografía), y el Renault 4 color verde del Profesor Humberto Beltrán (Historia) de quien recuerdo, aparte también de ser un gran Profesor, ser amante de los cuadros sinópticos y ponernos a condensar la historia en ellos.  Tiempo después de graduarme supe que el Profesor Beltrán contaba frecuentemente la historia de como se salvo milagrosamente de la caída de una avioneta, por allá en los años 90, en la Avenida Boyacá con Calle 66, ya que se había ido minutos antes de ese lugar donde según entendí se encontraba mandando revisar su carro en un taller que quedaba justo donde ocurrió el accidente. Hoy casualmente en el sitio que cayo aquella avioneta se erige un bar con el nombre de “airport”.

Entonces; retomando, el partido de la final fue suspendido gracias a la oportuna intervención de los mencionados Profesores (Iván Lara, Manuel Buenaventura). El campeonato por tanto quedo en veremos y el Profesor Raúl Motta quedo con esa papa caliente. El Profesor Motta dictaba Educación Física, más que un Profesor fue un mentor y un amigo. Alentó mis deseos de ser futbolista profesional y atizo la llama de mi amor por el deporte. Sus clases transcurrían entre la práctica de un deporte especifico según el grado que se estuviera cursando (fútbol, baloncesto o voleibol) y el desarrollo, iniciando los bimestres académicos de unas fichas de valencias físicas que eran un circuito de ejercicios que incluían ciertos minutos de trote, la realización de flexiones de pecho, abdominales, barras, el conocido y siempre recordado kit de nuca, etc… Estas fichas eran la oportunidad para que algunos de mis compañeros sacaran a flote el espíritu de competencia que los caracterizaba. Era así como Páez (Oscar), Rincón (Vladimir), Gaviria (Víctor de Jesús), Jiménez (Ernesto), Rojas de quien no recuerdo el nombre, Cardozo (Fabio) y otros, e inclusive yo mismo, entrábamos en el reto de hacer el mayor número de estos ejercicios en el tiempo establecido para cada uno de ellos. Recuerdo que las barras estaban ubicadas donde hoy está el complejo en el que viven los Sacerdotes que residen o visitan el Seminario, junto a una estructura que creo era un tanque de agua, la cual también desapareció. Las barras no eran un ejercicio que solo se limitaba al diligenciamiento de la susodicha ficha pues no era extraño ver en el recreo a muchos poniendo a prueba su fuerza y resistencia haciendo este ejercicio.

El Profesor Motta después de reunirse con el Profesor German Solano determinó que la final se terminaría de jugar en los descansos o recreos, creo que fueron dos o tres días que la jugamos pero al final sucedió lo que tenia que suceder… fuimos Campeones, vencimos a nuestros archirrivales y añadí una medalla más a la colección que ya empezaba formar.

El Profesor German, en los años 90 y 91 sino estoy mal fue también Prefecto de Disciplina. Llevaba el control y archivo de la fatídica hoja verde. Esa hoja que diariamente era diligenciada con los nombres de aquellos alumnos que o bien no asistían a clase, o llegaban tarde o cometían un acto de indisciplina. Para algunos era un reconocimiento a su rebeldía el que estuviesen allí anotados. Para los juiciosos una amenaza que se cernía sobre el perfecto 10 en disciplina y conducta que se sacaba si no se tenía una anotación en dicho papel. Creo que con una anotación el 10 se convertía en 8. Quien al final de cuentas no le tuvo miedo a ese papel fue Barrera (Javier). En cierta ocasión se manejaba la versión de que alguien había sustraído de la oficina de Prefectura una de las hojas verdes y la había llenado de variados mensajes que iban desde la burla hasta la protesta por la dureza del Prefecto de Disciplina junto con una frase invitándolo a relajarse. Estos mensajes fueron firmados bajo el remoquete del “Señor Alegría”. En el proceso de sustraer esa hoja verde el “Señor Alegría” “accidentalmente” tumbo una de las materas que adornaba dicho lugar profanando la inmaculada limpieza en la que el Profesor Germán la mantenía y haciendo así aún más grave la falta. Mis compañeros y yo, estábamos lejos de pensar que el “Señor Alegría” hacia parte del grado once, y por el contrario, asumíamos que era algún “vándalo” de décimo, el cual añorábamos descubrieran pronto para que le cayera “todo el peso de la ley”.  Pero la sorpresa mayúscula llego un buen día después del recreo. Teníamos clase de Química con el Profesor Iván, clase la cual nuevamente se convirtió como muchas veces paso a lo largo del año en una charla de dirección de grupo. Esta vez el Profesor Iván narraba con indignación el capitulo nefasto de la hoja verde manchada en su dignidad, de la profanación a la oficina de prefectura y de cómo no lograban a pesar de las arduas tareas de investigación y pesquisas adelantadas dar con el responsable y de paso nos pedía que si algo sabíamos al respecto habláramos. Unos a otros nos mirábamos con esa confianza que da el saberse inocente. De pronto, de los puestos de adelante, cercanos a la puerta se empezaron a escuchar risas. En esos puestos se ubicaban Muñoz (Gerardo) junto a Bonilla (Jorge), los hermanos Becerra (Javier y Cesar Oswaldo), Ramirez (Fernando), el mono Diaz (Javier), Barrera (Javier) y contra la pared contigua a la puerta, Vanegas (Fernando). Con la curiosidad de saber de quien era y el porque de la risa miré hacia ese lugar y vi como Barrera (Javier) se levantaba rojo como un tomate y sin poder controlar su nerviosa risa dijo: “amigos, yo soy el Señor Alegría”. La sorpresa fue mayúscula, el silencio se mantuvo y otra vez la cara blanca y desencajada del Profesor Iván. Barrera fue llamado a Rectoría donde el Padre Camilo reprendió a su “sobrino” y lo llamo al orden. El asunto no paso a mayores y “todo el peso de la ley” afortunadamente no le cayo a nuestro compañero… como dicen, la saco barata… Los Barrera eran un par de hermanos (Andrés y Javier) a quienes el Padre Camilo con cariño les llamaba “sus sobrinos”. Eran buenos estudiantes, buenos compañeros, irreverentes y mamagallistas.

El Profesor German dictaba las asignaturas de filosofía y democracia en los grados 10 y 11 y en un momento dado si no estoy mal dicto música en sexto, séptimo y octavo, materia esta que dicto mientras llego el Profesor titular, el Profesor Henry Ríos. El Profesor German era estricto, disciplinado, y un buen maestro. Sufrió también los rigores del fútbol por allá en el 87 cuando en un partido entre alumnos y Profesores se fracturo el brazo a causa de una entrada fuerte sin mal no recuerdo de un alumno a quien llamaban Garrincha.

Los últimos meses de Once fueron una mezcla de nostalgia e incertidumbre, la tristeza de dejar atrás mi colegio, mis compañeros, un pedazo de mi vida y las expectativa de lo que seria mi futuro. Quería ser futbolista, lograr alcanzar la posición de arquero en un equipo profesional; pero en mi contra estaba mi corta estatura y el no tener un “padrino” que me pudiese conseguir una oportunidad en uno de estos equipos.

Y en esos meses a los que hago referencia, los dos factores que más generaban ansiedad en mi y se que en mis compañeros eran el ICFES y el Ejercito. Para el ICFES los Profesores en sus clases nos refrescaban los conocimientos de años anteriores e igualmente nos hacían simulacros con el tipo de preguntas que hacían en ese examen. Hicimos grupos de estudio, algunos compraron las tradicionales cartillas tipo resumen de diferentes materias, otros hicieron el típico Pre Icfes, en fin mil malabares para afrontar un examen que definía según el puntaje que se obtuviera la entrada a la Universidad y la carrera que se quería estudiar.

El más pilo del salón era Gerardo Motta y por ende las cábalas apuntaban a que obtendría el mejor puntaje.  A mis compañeros y a mí según fuese nuestro estado de animo nos causaba gracia o nos incomodaba las celebraciones de los dieces que sacaba Motta en las previas y evaluaciones. Inmediatamente le entregaban la previa con la calificación perfecta recorría el salón con el júbilo y alegría características que la raza costeña lleva en la sangre gritando – “dieeeez, dieeeez, dieeeez”. Otro era el cantar cuando no lograba el acostumbrado “dieeeez” y eran otros los que lo sacaban; a modo de desquite y revancha imitaban la celebración de este ilustre hijo de la Costa Caribe. Con Motta no tenía rivalidad académica; las rivalidades eran de tipo deportivo. La primera, si era muy reñida, dado que él era hincha a morir del Junior de Barranquilla, y yo, un “cachaco de puro cepa” y que gracias a mi hermano y con quien por allá a finales de los años 70 veía partidos del campeonato colombiano descubrí mi amor por la Mechita, por el América de Cali, traicionando así de paso a los equipos de fútbol capitalino. Me inicie como hincha en plena época del Dr. Ochoa, Bataglia, El Viejo Willy, Falcioni, el tigre Gareca, Pipa de Ávila, en fin, una cantidad de estrellas que hicieron del América de Cali un equipo grande a finales de los setenta y en los ochenta, y que estoy seguro gracias a la maldición del Garabato no pudo en esa época conquistar la Copa Libertadores a pesar de que en tres ocasiones llego a la final. Aun hoy para mi sigue siendo grande y el equipo de mis amores. Lloré de tristeza por su descenso a la B, lloré de alegría por su regreso nuevamente a la A. Y pues con Motta manteníamos esa sana contienda de hinchas dirimiendo que equipo era mejor. En la otra rivalidad si Motta jamás pudo hacer nada; él era también arquero y en un momento fue mi suplente en el arco de la Selección del Seminario; pero la verdad sea dicha y pecando de arrogante, jamás en el Colegio hubo alguien que amenazara siquiera en algo la titularidad de los tres palos que yo ostentaba.

Becerra (Javier) sin mal no recuerdo no fue al paseo de grado por quedarse a estudiar para el dichoso examen (ICFES), él también era un alumno sobresaliente. Pero, también estaba la otra cara de la moneda, Tibasosa (Giovanni), un alumno promedio, es decir, rara vez figuraba en los primeros puestos y a quien poco o nada parecía importarle el ICFES. No se mato estudiando, simplemente faltando una semana para el examen les pidió a los hermanos Barrera que le prestaran los famosos resúmenes académicos de diferentes materias con los cuales ellos estudiaban. Se llego el día del examen. Para algunos fue el primer contacto con la Universidad ya que varios lo presentamos en algunos instalaciones universitarias de la ciudad. Tiempo después llegaron los resultados. El mejor no fue Motta. Fue Méndez (Andrés), Motta quedo como de quince, y el segundo no fue Becerra. Para sorpresa de todos fue Tibasosa. A pesar de su esfuerzo y de haber renunciado a su viaje de once por quedarse a estudiar, Becerra no estuvo en los primeros lugares. Prefiero no decir donde quedo. Con ese simple hecho quizá reafirme que el resultado de dicha prueba no era nada más que suerte. Yo obtuve el decoroso puntaje que me permitía aún pensar en hacer realidad mis sueños.

Lo otro fue el Ejercito. Mamá no queria que yo fuera. A mi me daba igual, pero en todo caso, mejor no ir. Apareció en escena mi Mayor Martínez, un militar que talvez pensaba que con la ofensa y humillación alimentaba su poder y mando. Se burlo del apellido de Cucunuba (Willington) e hizo mofa en pleno examen médico que determinaba si éramos aptos o no para el servicio militar de un compañero, y a quien por respeto no nombro, y que tenía un testículo más grande que el otro y a quien mi Mayor apodó “huevon y medio” y que para supuestamente demostrar que se estaba en un examen transparente obligo a mostrar ante nosotros, sus compañeros, el motivo por el cual no era apto para el Ejercito. La mayoría por así decirlo resultamos aptos; quedaba la cita en el teatro Patria, donde se llevó a cabo el sorteo que definía si nos íbamos o nos quedábamos. Ese día la tensión era la protagonista. Si se sacaba la balota roja nos íbamos en diciembre, balota azul en enero, balota verde nos salvábamos de ir. Y apareció Chucho, un amante en esa época de Garfield, un enamorado como Jiménez (Ernesto), Páez (Oscar), Rincón (Vladimir), Vanegas (Fernando) de las alumnas del Instituto. El Instituto Ciudad Jardín Norte era también al igual que el Hispano un Colegio femenino, pero a diferencia del Hispano en este colegio si existió tierra fértil para que surgieran los romances e historias de amor… Adriana, Diana, Yadira. Alix Nidia… eran algunos de los nombres que les quitaban el sueño a mis compañeros. A mi me lo quitaba Esperanza. Fuimos novios durante varios años, del 88 al 95, terminamos por “diferencias irreconciliables” pero no niego que así como las del Instituto motivaban a mis compañeros a cometer locuras de amor y llegar tarde a clases, Pancha para mí era el motor que me impulsaba a estudiar y a buscar mis sueños. En ese momento, porque después vendría Carolina, la mamá de mi otra razón de vivir, de Alejandro, mi hijo, y quien ya me está siguiendo los pasos. También sueña con ser futbolista, lamentablemente no fue arquero, pero si, un talentoso “zurdo” quien como yo en su momento ya empezó a coleccionar en su cajita propia las medallas y trofeos que a su corta edad ya ha cosechado.

Pero bueno, Chucho si quería irse de una u otra forma para el Ejercito y pues en una negociación tacita acordamos que si yo sacaba alguna de las balotas que significaban el irse a prestar el servicio a la Patria y él sacaba la balota verde de la salvación la intercambiaríamos y así como si el destino hubiese sido cómplice de este trato yo saque la roja y él la verde y cumplimos entonces lo pactado. Escuche por ahí que por esto le debo aun una botella de Guaro, la verdad no recuerdo ese convenio, pero deuda es deuda y tarde o temprano habrá que pagarla entonces.

Se llego el Grado y con esto una nueva avalancha de sentimientos y recuerdos. De como en el año 84 siendo un niño me envío la rectora de la Escuela de la Gaitana (Beatriz Riaño) a buscar un cupo en el Seminario. En ese camino de pasar de primaria a bachillerato me recibió el Profesor Guillermo Quijano quien aparte de ser un excelente maestro y ser humano fue siempre y aun hoy lo es un talentoso literato, quien siempre ha buscado difundir el amor por las letras especialmente en los más chicos a través de muchos talleres y libros de su autoría. Dueño de una memoria envidiable y quien sin titubear recuerda anécdotas y detalles de muchos de los que pasaron por esta Institución. Fue mi Director de Grupo en décimo, y mi Profesor de español en ese grado.

Mi diploma me lo entregó la Profesora Miriam; la “cuchilla” la llamaban, y a quien agradezco su exigencia al momento de inculcarme el hacer las cosas bien, no a medias tintas. A punta del Español sin Fronteras y los textos de ortografía y junto con las enseñanzas del Profesor Guillermo cultivaron en mí el amor y el respeto por el idioma.

La última mano que estreche fue la del Padre Camilo, quien con una sonrisa, una bendición y unas palabras me despidió. Vino a mi mente aquella clase de filosofía en la cual al terminar le solicito a mis compañeros hicieran una vaca para comprarme una máquina de afeitar ya que mi bigote y “barba” adolescente estaba algo tupido y desentonaba con el aire de pulcritud que el Colegio imponía. Recordé también mi alfabetización y como con mis compañeros Profesores con quienes la dictábamos hacíamos carreras de relevos con la campana anunciando el cambio de clase. Una noche ya para entrar a dictar la materia que me correspondía se fue la luz y con algo de humor negro comencé a gritar imitando lamentos de miedo en medio de la oscuridad cuando de la nada apareció el Padre Camilo quien con su solemne voz solo atino a decir… “Mucho miedo Señor Cotrino…”

Veintitrés años después de graduarme (2014) en la soledad de mi cuarto llore porque me entere que el Seminario había cerrado sus puertas para siempre. Años antes se había ido el Padre Camilo, se que con la alegría y la satisfacción del deber cumplido y con el orgullo de saber que muchos, centenares, quizás miles de exalumnos le guardaban y le guardan aún el agradecimiento y cariño inmenso por las enseñanzas y consejos dados. Se que gran parte de su corazón y alma fue ese Colegio y lo sé por ese afán que mostró para que nunca perdiéramos clase y nos esforzáramos no solo por ser buenos estudiantes sino también buenos seres humanos.

Lloré en ese entonces y recordé el viejo mural del Quijote en la Biblioteca, la oficina de Pagaduría donde Inesita con su sonrisa nos recibía los $200 (doscientos pesos) que en promedio en esa época valía nuestra pensión. El sitio donde nos reunimos para las Izadas de Bandera y las Semanas Culturales, en donde a una voz entonábamos el…” Gloria a Ti Noble Claustro Grandioso, Templo Santo de Ciencia y Virtud…”, los laboratorios de física y de química, el laboratorio de electricidad, el salón de dibujo técnico, la cafetería y su antecesora la caseta, ubicada en las afueras y en donde nos agolpábamos para comprar el pastel de piña o pollo y la infaltable Coca – Cola. Recordé a José y a Eliseo los vigilantes el Colegio y quienes cada mañana nos abrían las puertas para poder entrar a clases.

Recordé a mis maestros, a quienes reitero mis sentimientos de respeto y agradecimiento eterno, y de quienes no solo adquirí conocimientos, sino también los valores que me formaron como la persona de carácter y de bien que soy hoy:

Padre Camilo Tobón (QEPD) (Rector, Religión, Filosofía), Martha Diaz de Gutiérrez (Ingles – Frances), Humberto Beltrán (Historia), Graciela Barreto (Ingles), Manuel Buenaventura (Algebra, Trigonometría, Calculo), Raúl Motta (Educación Física), Guillermo Quijano (Español), Miriam Castellanos (Español), German Solano (Prefecto de Disciplina, Filosofía, Democracia), Leonardo Torres (Electricidad, Dibujo Técnico), Amparo (Geografía, Democracia), Néstor Prieto (QEPD) (Democracia), Rosario Rojas (Dibujo Artístico), Enrique Torres (Matemáticas). Orlando Damián (Psicólogo del Colegio – Comportamiento y Salud), Esperanza Ramos (Español), Henry Ríos (Música – Electrónica)

Recordé a mis compañeros de Colegio (Promoción 1991), con quienes tuve muchas vivencias y aventuras, que si las narrara todas no sé cuántas hojas más se me irían y a quienes ojalá en algún momento de la vida pueda volver a ver:

Pedro Antonio Pastran, Gerardo Motta (Costeño), Guillermo Quintero (Memo), Gerardo Muñoz (Moños), Jorge Arévalo (Cavernicolis – Negro Arévalo), Raúl Arévalo, Rodolfo Rodriguez (Flaco), Oscar Fernando Páez (Scooby – Top Duck), Vladimir Rincón (Vlaky – Top Duck) , Andrés Barrera (Bla), Javier Barrera (Baluja), Javier Becerra (Becerrito), Cesar Becerra, Luis Antonio Méndez (Robocop), Luis Alfredo Betancourt, Fabio Ricardo Cardozo; Carlos Julio Corredor (Toché), Jhon Alexander Piracun, Oscar Javier Cabiativa (Cabia), George Zerda, Ítalo Javier Ríos (Top Duck), el Negro Rojas (el Señor de la Aguadita) , Fernando Ramirez (Un Topito), Fredy Alexander Moreno, Giovanni Alfonso Tibasosa (Tiba – Gata 51), Carlos Julio Corredor, Andrés Méndez, Ernesto Jiménez (Top Duck), Joaquín Fernández (Conejo) , Jorge Enrique Bonilla (Campanas), Fernando Vanegas (Fercho – Gafas), Juan Carlos Devia, Carlos Rodriguez (Casallas), Pachón, Garzón, “Pirulo”, Rivelino (el otro Topito),  Javier Diaz (Mono), Fernando Castiblanco (lagarto), Ángel Torres (Top Duck), Iván Sanchez (Guillo), Juan Carlos Suarez (Vaquero Boyacense) – me disculpan a quienes olvide mencionar.

Con quienes compartí mis primeros años de Colegio:

Juan Piñeros, Alex Páez, Roberto Cantillo, Uriel Malaver, Tomas Tomas… aunque son muchos más

Sentí de pronto un golpe en la espalda, el balón con el que jugaban mis alumnos me devolvió a la realidad, aparecieron las canchas, desaparecieron los árboles, regresaron los edificios vecinos, la algarabía de las alumnas del Hispano se fue y retornaron los pitos de los autos que circulaban por la Boyacá.

Volví a mi realidad, a esa realidad a la cual treinta y dos años después no me ha permitido dejar atrás a mi Colegio, aquel que veo sin falta cada ocho días porque la vida quiso que terminara trabajando los fines de semana en lo que algún día fue mi patio de recreo, y aunque ya el no exista, están su muros, esos muros que fueron testigos mudos de las historias de muchos exalumnos, no solo las mías ni las de mis compañeros de grado, sino la de todos aquellos que tuvieron la gracia, la dicha y el honor de hacer parte de estudiar en el COLEGIO SEMINARIO ESPIRITU SANTO.

Mi clase ha terminado, mis alumnos ya se van, Alejandro viene para que regresemos a casa; y mientras caminamos en busca de la salida con melancolía reflexiono que lamentablemente él no tendrá la oportunidad de vivir lo que yo viví; porque en esa época cuando el celular no existía, ni otras tantas cosas que han vuelto a esta sociedad fría y distante;  los valores, la camaradería, la amistad, las aventuras y anécdotas y hasta los amores mismos son cosas que hicieron que sin lugar a dudas piense y reafirme que el tiempo pasado siempre será el mejor…

Agradecimiento especial a Rafael quien tuvo a bien compartir una tarde con ESCRITORES REBELDES y cuyos relatos y anécdotas fueron la base para generar este texto. Un abrazo cargado de nostalgia, respeto y mucho sentimiento para el Colegio de nuestros Amores y en la eternidad para al Padre Samuel Camilo Tobon (QEPD), al igual que para nuestros Profesores y Compañeros y amigos de la gloriosa Promoción 1991

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2 comentarios sobre «¿Todo tiempo pasado fue mejor?»

  1. Guillermo Quijano

    Excelente remembranza , la del mejor arquero que vi en mi vida, junto al loco René y Gatti. Este artículo mágico me hizo regresar casi 50 años , hasta las aulas y los pasillos de ese “templo de ciencia y virtud. Gracias Cotrino y Gracias Escritores rebeldes.

    1. Rafael Cotrino Ortiz

      Gracias profe, dejaste huella en nuestras vidas y aún he visto que falta mucho por relatar, esas paredes, ese campo tiene muchas alegrías y tristeza de muchos estudiantes, ojalá la vida nos de un encuentro y darnos un abrazo fraternal.

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