Hace frío, ¿Verdad?…, la forma más estúpida para abrir conversación, pero la única que se me ocurrió esa mañana. Sin embargo, ella, hizo lo que hace toda mujer cuando un desconocido la aborda; apretó muy fuerte el bolso…, bueno, me sonrío y, creo que un imperceptible «tiene razón», se escapó de su boca.
La había seguido con la mirada varias mañanas, me parecía angelical ese rostro; esa mirada, me mataba…,
Hace un buen tiempo, había decidido que la soledad también es una opción, que a veces, se camina mejor en ausencia de todos, que el aire no es necesario compartirlo, en fin, que a nadie me entregaba…, muchas rosas tomé, todas, dejaron espinas a su paso.
Pero ella tenía algo, no sé, despertaba en mí una combinación rara entre gusto y curiosidad…, siempre la vi sola, en los momentos en que se debía socializar, siempre se apartaba, se aislaba, bueno, no estaba del todo sola, llevaba un libro (siempre el mismo), que la seguía a todas partes, raro pero me intrigada.
Mi personalidad siempre tímida, formaba una muralla infranqueable que no me permitía hablarle, me intimidaba, me repelía. Ya no recuerdo cuantas veces intenté acercarme, las mismas, que faltando un metro para ella, me hacían entrar en pánico y devolverme como un idiota al lugar desde dónde había arrancado mi intención…, bueno hasta esa mañana.
Luego de vencer mil miedos y medio y tras lanzar aquella frase tan profunda y tan poco utilizada sobre el clima, me animé a seguir hablando:
— te he visto varias veces aquí, ¿Enseñas?
Me observó cual bacterióloga y contestó:
—No, tan solo me gustan los espacios tranquilos para leer, y aquí he encontrado los mejores,
En esos días, dictaba yo una electiva los sábados en la mañana sobre Krav Maga a los primíparos de la universidad Manuela Beltrán, arriba, por la circunvalar, pegada a los cerros orientales de Bogotá, y bueno, ella leía.
¿Puedo sentarme?, continúe…,
—si quiere—, murmuró…,
y me acomodé. Por otros mil miedos, juntos permanecimos mudos mirando a Chapinero, el barrio tradicional que se extendía a nuestros pies, y que enmarcaba en ese instante, lo patético de un sábado mañanero de conquista.
Luego, todo fluyó y hablamos como viejos conocidos, la charla nos fue acompañando calles abajo hasta encontrar la simbólica carrera séptima, también nos llevó de la mano hasta «Anacaona», un añejo sitio salsero por la 47, ahí en ese lugar no pude callarla…, el silencio y la timidez del comienzo, dieron paso a un torrente de anécdotas y de historias de su vida, de su permanencia en Europa, de su deseo de volver a Italia, de su razón de estar en Colombia…, solo estaba aquí para encontrar a un alguien, a un ser, que el destino y un sueño, le habían dictado que encontrara…, eso y nada más, luego, estaría completa y su existencia sería plena…, (está loca), pensé yo; creer en sueños, en el destino…, en fin, esperemos a donde llega esto…
Me sorprendió de pronto con un beso, me asombró más mi corazón: ya la amaba sin siquiera proponérmelo; alumbraba de nuevo mi razón…, la tarde pasó, la noche se fue y la madrugada nos espantó.
Las sorpresa más grande llegó cuando, luego de pagar la cuenta regrese a nuestra mesa y ya no estaba; en la carrera interminable de su labia, nunca inquirí su nombre o acaso, el lugar donde soñaba, se había ido, nunca más la volvería a ver…, solo encontré una nota en una servilleta que aún guardo y que decía: «eres el sueño y el destino que me faltaba»…, le estoy muy agradecido, me partió el alma…, pero tuvo la bondad de dejarme las dos partes.
AUTOR: FERNANDO VANEGAS MORENO (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)
Fernando Vanegas Moreno, Nació en Bogotá (Colombia). Periodista egresado de la Universidad Los Libertadores. Escritor y consumado estudioso de la historia de Colombia. Fundador de la Revista Literadura. Asesor y colaborador permanente del Blog Idiota Inútil y de Escritores Rebeldes.