El Mensaje Anhelado

Los caminos serpenteantes de luces multicolores anunciaron la llegada del último mes del año; Aquel que supone: La alegría, que supone la consecución de un sueño, incluso en algunos casos; ¡un verdadero milagro!

Aunque no caería nieve, pues el fenómeno llamado: de “el niño” (y no era el del pesebre), hacía sentir un calor apenas soportable. Pero algo diferente al ardor en sus corazones, que experimentarían cuatro personajes. Cuando sólo la magia de una época a como esta puede lograr, luego de tanto desasosiego. Y ese prodigio supera al que produce una hoguera, en aquel sitio donde nieva.

Josué, creyó que soñaba, al descubrir a través de la ventana, como, después de tantos meses caía por fin una pertinaz lluvia, pero supuso que eran todas esas lágrimas acumuladas, confundidas con el estrepito de risas; fuegos pirotécnicos, música.

A pesar de la compañía de siempre, más solo que nunca. Escuchó el timbre del teléfono…

¿Sería acaso…?

¿La voz tantos años esperada? ¿El mensaje anhelado? ¿El milagro aplazado en tantas navidades anteriores?

El viejo aparato reproductor calló intempestivamente aquel tradicional villancico.

Algo impensable ocurrió a pocas horas de que el reloj marcaba la media noche…

Esa discusión fue interminable; acalorada con el pronóstico reservado de un resentimiento, que iría acumulándose con el paso del tiempo, como la bola de nieve que baja por la cuesta y niega detenerse.

Nunca habían pasado de simples desacuerdos por nimiedades. Ninfa, su madre lo alimentó con un amor desbordante; quizás por buscar, con afán, casi inútilmente suplir el cariño del padre ausente. Ahora Josué estaba en ese umbrío laberinto tratando de encontrar la salida. Enfrentando esa dualidad, la dolorosa escogencia entre sus dos amores: la madre sobreprotectora y Mary, la novia con la que planeaba irse a vivir en unión libre.

Pasaron incontables navidades: Frías; únicamente abrigados con el calor de su mutua compañía. Con poco o nada que comer; como adornos para la casa: los pedazos del corazón cercenado al filo de la intolerancia.

Otras tibias más holgadas, la casa llena de luces. Pero sin esa, que iluminara, esa esquina de su alma lúgubre.

También navidades bulliciosas, con adornos, nieve artificial, luces y pirotecnia. Pero; todas las mismas constantes: ese vacío difícil de llenar, ese centavo, que hacía falta para el peso. Ese algo que llenara aquel resquicio del corazón, tapizado de recuerdos lejanos, difusos, algo cercano a la completa felicidad.

El obligado silencio fue el único, implacable camarada. Ni villancicos, ni plegarias, la nieve de mentiras y el pesebre de barro con césped de papel, doblegaron el orgullo de los dos.

Josías y Josaín; los gemelos, fruto del prohibido amor, llegaron para alegrar su vida. Pero faltaba ese algo, aún. Ni eso conmovió a la madre; parecían condenados al distanciamiento total.

En esa última, sofocante navidad por fin, Josué recapacitó. Ella, a pesar de sus muchos defectos, siempre busco ser una madre ejemplar. Podrían llegar a un acuerdo benéfico para los dos, zanjar ese conflicto, que a la postre había desencadenado ese dolor innecesario. Le escribió una carta, estaba decidido a un pronto encuentro, decirle todas las palabras, expresarle los sentimientos obligadamente represados.

Justo cuando  del teléfono lo interrumpió. No pudiendo concluir con la misiva, para el esperado, futuro encuentro…

Era de la clínica. Ninfa estaba en la U.C.I. como consecuencia de un virus desconocido que afectaba gravemente sus pulmones.

Detrás de el vidrio, como otra cruel barrera, con sus dos criaturas en brazos la observo con amor e infinita paciencia para no olvidar jamás ese rostro sufriente.

Ella es la abuela…

Los niños dudaron que aquel ser carente de color, movimientos y casi sin vida lo fuera.

Josué empezó a leerle la carta, tantas veces imaginada; pero solo hasta hoy plasmada. Una lágrima cayó, la tinta produjo un indeseado e imprevisto manchón que no era comparable con la dolorosa huella del abatido Corazón.

El sonido alucinante  del respirador artificial enseguida se apago.

Código azul… código azul…

Todo el personal médico corrió. Era más alucinante el ruido de todos los aparatos a los que estaba atada

Sonrió. Ambos sonrieron; atados por ese lazo irrompible que era el amor filial.

Uno a uno fueron uniéndose de nuevo las piezas del rompecabezas, de aquel corazón roto; De ese cristal ahora pegado con la magia del mutuo perdón. Al compás de cada campanada hasta sonar esa última que anunciaba la media noche.

Otra vez volvía a ser Navidad. Pero está vez sería: una verdadera Navidad!

AUTOR: CARLOS AUGUSTO GARCÍA (COLOMBIA)
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