Para el padre de familia, fue uno de esos días dignos de olvidar. No hubo espacio para el placer de la navidad, reservado, según su experiencia, a los espíritus gigantescos detonados por la caridad y el servicio al prójimo, o para las billeteras abiertas que compran caricias, conciencias, tranquilidad mental y hasta una pizca de compasión, si así lo desean.
Completaba, ese día de navidad, diez meses sin recibir un centavo, ni siquiera una propuesta decente o indecente de trabajo. Diez meses de degradante espera, de escuchar promesas, rumores e insultos. Diez meses de “no nos llame, nosotros lo llamamos,” de estupideces como: “está sobre perfilado para el cargo,” o el humillante: “¿No sabe hablar inglés? Acá un analista junior, con la mitad de su edad, tiene al menos nivel B2 en TOELF… Es lo mínimo, ¿no?”
“¡Qué TOELF, ni que hijueputa! Lo que necesito es quitarme esta montaña de sal que me tiene cerrado, esta mala racha que me obliga a pedirle trabajo a una mano de tipejos estúpidos que solo sirven para decir burradas.” Repetía en los momentos, que como el de ese día, le destrozaba el alma de impotencia.
Tenía treinta mil pesos en el bolsillo, cuatro meses de arriendo sin pagar, los servicios públicos cortados y cinco hijos que ya no tenían alientos para quejarse. Su mujer, una santa con voto de silencio casi todo el tiempo, le contó que no quisieron rezar la novena o se ilusionaron con pasar la noche de navidad en algún balneario de Girardot, o Melgar, paraísos vulgares de la gleba capitalina.
¿Suicidarse? La idea volvía a aparecer por enésima vez, pero la misma razón que lo salvó las veces anteriores de hacer palpable la medida desesperada, hizo presencia; aunque esta vez el demonio fue más astuto: “si le da miedo dejar una viuda y cinco “chinos” a merced de los agiotistas, pues mátelos primero, así no queda nadie padeciendo en este valle de lágrimas.” Jaque…
Quiso creer que su conciencia lo salvaría de tamaño estropicio… Eso no pasó realmente. Actuó de manera pragmática. Con los treinta mil pesos compró media libra de papa, dos huesos en la carnicería, una zanahoria, seis huevos y un blíster de zoplicona, que disolvió en la aguamasa. Una hora después de la última cena, la mujer y los niños estaban dopados e indefensos.
Al primero que despacharía sería al mayor, Fernandito, primogénito que bendijo a sus padres con la sorpresa del embarazo no deseado dieciséis años atrás. Lo colocó en la improvisada piedra de sacrificio en la que se convirtió la cama auxiliar. Como un Abraham de republiqueta subdesarrollada mentalmente, enarboló el cuchillo a dos manos, y cuando se preparaba para destrozar de un golpe la carótida del improvisado Isaac, desde el bolsillo de la camisa del joven salió un trozo de papel. Al ocurrir esto, la curiosidad lo venció y decidió leer lo que la doblada cuartilla tenía escrito…
Sus ojos se llenaron de lágrimas. En ese momento apareció la luz: La natividad era simplemente un embuste orquestado por filibusteros con ganas de venderle mierda por toneladas a un pueblo ávido de ser estafado. Todo resonó como cuenca vacía: la inutilidad de plegarse a un sistema caníbal regentado por perdedores y sostenido por siervos de traje, corbata y lindas placas con cargos pretenciosos entrenados para decir obedientes: sí, señor.
La casualidad no es más que un invento de los hombres de fe. Todo está escrito y cifrado en los movimientos del universo, sin aleatoriedad, perversamente mecánico y aberrante. Esperó a que la familia saliera del sueño que estuvo ligado a una cuasi segura muerte, les pidió que esperaran un par de horas mientras lograba conseguir lo de un desayuno decente después de muchos meses y cumplió… La canasta con la que llegó tenía panes, quesos, huevos, aceitunas, un trozo generoso de carne. “¡La última navidad pobre, niños!” Dijo. Acto seguido, dejó de contener la carcajada al recordar los cojones que tuvo cuando asaltó a un hombre que acabada de sacar dinero del cajero automático.
En la cantina, ya liberado de las cadenas de la vergüenza y la tentación de cometer seis homicidios; orgulloso de su prueba en contra de la moralidad, estudio las palabras escritas en la carta al niño Dios del salvado Isaac, que le terminaron abriendo los ojos:
“Niño Dios. No te pido que me traigas algo esta navidad; sé que no vas a cumplirme, así como no le has cumplido a mi papá con un nuevo trabajo o al menos unos pesos por caridad. Él, es un buen hombre que respeta y hace caso a todo lo que nos dices en la biblia que hagamos, y tú nada que le ayudas… Lo veo llorar todos los días porque no consigue el dinero para comprar comida. Los “gota a gota,” lo amenazan y golpean porque no les paga el dinero que le han prestado. Ellos son premiados por su audacia, tienen hembras lindas, carros de lujo, buena vida; en cambio mi papá, un tipo intachable, solo recibe cosas horribles de tu parte. He decidido que conseguiré lo que necesitemos mi familia y yo sin esperar tu intervención.
No quiero nada de ti, niño mentiroso… Lo que tengamos de aquí en adelante va a ser sin rogarle a nada ni a nadie, sin tus cuentos acerca de portarnos bien siendo hombres que te siguen… De aquí en adelante, voy por mi cuenta y confiando en mí.
Se tomó el décimo aguardiente tranquilo. Miró por la ventana y vio pasar a una adolescente que le recordó a su esposa a esa edad. Levantó la copa del desmayo y dijo para nadie: ¡ojalá el niño Dios no te regale un tipo como yo…!
AUTOR: JAVIER BARRERA LUGO (COLOMBIA)
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Javier Barrera Lugo, nació en Bogotá (Colombia). Editor General de Escritores Rebeldes. Siempre buscando el final de la línea del horizonte que forma la mar océana. Escribidor de oficio y corazón, admirador de los cronistas de indias que describieron a través de letras la fantasmagoría de un continente, que hasta hoy, es un complejo enigma. Editor del blog Idiota Inútil, autor de cuentos, poesía, ensayo que defiende la autenticidad y el silencio.