La Muerte de una Madre – EP. 6

En caso de no haberlo leído recomendamos la lectura del EP.5

Día 1: Tengo miedo de escribir acerca de la muerte de mi madre, no por como fue, sino por cómo será.

La he visto los últimos días deteriorarse a un ritmo tan acelerado que agota y hace inefectivo cada intento médico de ayudarle.

Sus ojos esmeralda han perdido el brillo y sus cabellos hechos de sol se tornan grises como nubes presagiando la tormenta.

Camina con dificultad y tropieza constantemente con las cosas, la tomo del brazo y suavemente la conduzco a su silla favorita, le doy un beso en la frente y me dispongo a leer para ella con voz pausada y tierna, un poco de la poesía que tanto le gusta, hasta que dormida distensa sus músculos y descansa.

Su mano aún tibia cuelga de la silla y yo sentado en el suelo la coloco en mi rostro para darme abrigo. Sé lo que está ocurriendo pero me niego a aceptarlo.

Día 2: la situación empeora a cada instante, y mi madre, paciente y amorosa, solo puede de vez en cuando mirarme con esa dulzura que solía.

Su cuerpo encorvado por el dolor no reacciona a ningún medicamento, los espasmos se convirtieron en convulsiones que aparecen de la nada y su voz suave ahora es un conjunto de sonidos lastimeros inentendibles, intento infructuosamente calmarla pues en su estado de angustia no logra escucharme, se lleva las manos a la cabeza halando con fuerza sus cabellos mientras intenta articular sus gemidos para que suenen como palabras, la he abrazado fuerte contra mi pecho y en voz baja al oído le he susurrado lo único que le ha dado calma por un instante: “te entiendo mamita, lo haré” ella levanta su cabeza durante un instante y me da una mirada de paz, en ese momento ha descansado, no obstante la calma se interrumpe bruscamente con una nueva convulsión que la azota contra el piso de madera causando una herida en la frente, he tenido que sentarla a la fuerza en su silla para que no se haga más daño. 

La noche trajo consigo la fiebre, y la fiebre trajo consigo la euforia y la violencia, mi madre está irreconocible, sus movimientos pausados y débiles se han transformado en una serie imparable de esfuerzos por librarse de la silla (a la que he tenido que atarla), su mirada amorosa ahora se torna en fuego que odia y desprecia, y sus manos tibias son un témpano de hielo que no dudaran en estrangularme en el primer intento. Yo a su lado, lloro profusamente. Intento entender la situación, comprendo el sufrimiento y mi amor por ella no me permitirá dejarla sufrir más.

Día 3: A las 3:11am mi madre ha muerto.

Las primeras horas de la madrugada trajeron el infierno y mi madre se quemaba en él, su cuerpo enrojecido como incendiada por el sol comenzó a llenarse de llagas, que junto a las convulsiones, destrozaban de a poco el maltrecho cuerpo, los gritos incesantes y la lucha por soltarse daban cuenta de una energía inexplicable que no era reparadora, sino destructora.

Yo, entrado en ese momento en un estado de letargo, he ido a la cocina por una jarra con agua, una toalla y el libro de poesía que el día anterior había dejado sobre el mesón. Al regresar, me ubique al lado izquierdo de la silla, empapé la toalla en agua y desde arriba dejé que las gotas cayeran en boca de mi madre mientras leía para ella a Amado Nervo;oh Dios, me quiso mucho…! 

Su euforia se detuvo en ese verso, su mirada somnolienta se fijó en mi mirada, y en un gesto de amor y paz ha cerrado los ojos como indicando el momento. Yo tomé de nuevo la toalla, la sumergí completamente en el agua e inmediatamente la puse firmemente en el rostro de mi madre, no hubo lucha, su respiración al poco tiempo se detuvo y con ella su agonía, en el último instante tomé su mano con la mía, y tras apretarme con fuerza, su vida se apagó entre mis dedos.

Despunta el alba mientras escribo esta nota y mi madre está en paz, he quitado las correas y he limpiado sus llagas, ahora solo queda esperar por la

 (Del autor) 2 horas después de la muerte: Del cadáver que reposa en la silla con las manos entrelazadas, el dedo meñique izquierdo se ha movido. Segundos después, envueltos en un velo blancuzco los ojos se han abierto y han fijado el camino, el cuerpo encorvado, levantado de la silla, se dirige a un joven que concentrado está de espaldas escribiendo sobre una mesa y que no se percata de la situación. Rápidamente llega a él y con fuerza desproporcionada ha roto su cuello en un solo movimiento, ninguno sabe qué ha pasado. Ahora en la casa hay 2 cadáveres.

AUTOR: J. ANDRES MERCHAN (COLOMBIA)
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