Relatos Cortos de Zombies Que Sueñan

Relatos Cortos de Zombies que Sueñan
EP. 1 – Parte 1
El Creador

¿Acaso estoy muerto? Todo está inundado en lo que parece un inalterable silencio, no siento el roce fresco de la brisa ni el abrigo del sol que a lo lejos parece ajeno, no siento la sangre correr en mis venas. Nada hay que delate movimiento, el vibrar del mundo se detuvo y en el cielo azul se dibujan estáticas algunas nubes que acusan en mis ojos la sombra de un tiempo que ha dejado de avanzar.

No tengo miedo, sería tan absurdo temer como tener esperanza, es curiosidad lo que tengo. Ato los cabos que a duras penas arrebato a mis recuerdos intentando darle sentido a este momento; anoche, una copa bajo el viejo árbol de ébano fuera de mi casa, el opus 9#2 de Chopin dándole fondo a una discusión interna acerca de la naturaleza de mi absorbente trabajo y una llamada, no recuerdo quien llama, mi corazón se sacude, mi respiración se agita, todo se nubla mientras mi cuerpo se precipita hacia el suelo.

Recobrado el sentido, instintivamente llevo las manos al rostro y siento la traza que está dejando el llanto que brota incesante de mis ojos, estoy aún más agitado, veo mis manos empapadas temblar y la desesperanza me invade, ahora lo recuerdo, fue esa llamada y en mi cabeza retumban con insoportable estruendo esas malditas palabras: “Esto tiene que acabar y acabará hoy”. Desesperado miro al cielo y suplico por un milagro, pronto me hallo conjurando maldiciones y lanzando amenazas para acabar por último implorando perdón y suplicando por un nuevo trato, no hay respuesta.

Mientras recuerdo me doy cuenta que no estoy sufriendo, no hay rastro de ese paralizante dolor de anoche, estoy tranquilo, como cuando al despertar de una pesadilla logras darte cuenta que no fue real. “Sería bueno caminar un poco por aquí” me digo a mi mismo mientras siguen inmutables las mismas nubes en ese azul fijo del cielo. Quiero caminar… pero no puedo moverme, mi cuerpo es parte del paisaje inmóvil, y yo sigo sereno.

Aún hay preguntas que recorren simultáneamente mi cabeza, no me importa responderlas, pero aun tengo ese único sentimiento que me acompaña desde que abrí los ojos: tengo curiosidad.

¿Acaso estoy muerto? ¿Ya me hice esta pregunta antes? No puedo responder cuando la quietud y la simultaneidad son el todo.

Como relámpagos que revientan mi cabeza llegan los recuerdos, y recuerdo todo: anoche, ella llama eufórica, suena satisfecha y orgullosa de su plan, tiene a nuestra hija y va a hacerle daño.

Yo he seguido una a una sus instrucciones y he intentado calmarla, se ríe de mi desesperación y disfruta con cada una de las lágrimas que mis palabras delatan. Tantos escenarios posibles recorrieron mi revuelta cabeza en los pocos minutos que corrí aterrado por calles vacías hasta llegar al lugar indicado. La noche le dio lugar a la madrugada y ésta cedió ante los primeros destellos del alba, allí estaban ellas, en el balcón del que fuera nuestro hogar, convertido en un conjunto de recuerdos polvorientos, tenuemente iluminadas por una luz recién nacida que veía en la locura de una mujer la oscuridad que no podría vencer, tres personas allí reunidas para saciar la sed de sangre de un dios que disfruta con la tragedia, tres personas destinadas a morir.

Me acerco lentamente a ellas mientras hablo de los buenos tiempos en que la dulzura del amor nos embriagó, las noches largas de conversaciones profundas y días cortos de intensidad indescriptible y de felicidad, no menciono nada de su descenso al infierno víctima de los errores que llegaron con su enfermedad y mi intento de ayudarla, juro por mi alma que quise ayudarla. La esperanza de tener una familia se desvaneció pronto, no sé lo que pasó en su cabeza perdida en una realidad llena de estrés, violencia y odio que nos trajo a este punto, pero había una criatura en brazos que no merecía lo que venía.

Bajé mi cabeza y lloré mientras escuchaba reclamos furiosos por las circunstancias que impunemente nos habían arrastrado a este momento, ella y yo estábamos condenados a ser monstruos y esa niña no tendría la oportunidad de intentar ser algo distinto a lo que éramos nosotros.

Pude – lentamente y cabizbajo- acercarme hasta un par de pasos de ellas, levanté un poco la mirada para ver en los ojos de mi niña una tranquilidad absoluta, ella me vio y una sonrisa se dibujó durante un breve momento en su pequeño y rosado rostro para darme paz.

Rápidamente volví a bajar la mirada mientras escuchaba las últimas indicaciones: “salta ya¡¡¡”.

Comprendo con dolor que el asfalto que 5 pisos abajo me espera también recibirá tras de mí a la inocente criatura que nada sabe del mundo en que le ha tocado vivir, ¿Qué puedo hacer? Si me acerco más estoy advertido que yo las veré caer, y saltar no cambiará el destino de mi ángel.

Abajo ya hay un grupo de personas que han advertido la situación y entre preocupación y morbo esperan impacientes el desenlace, todo terminará en segundos.

Yo imploro una última vez por la vida de mi niña intentando apelar al amor de madre que aún creo que hay en su corazón, pero lejos de conmoverla, la veo decidida dar un paso al frente y disponerse a saltar. Instintivamente me muevo hacia ellas pero comprendo que no lograré detenerlas, así que he saltado con fuerza en dirección a su trayectoria con intención de interceptarlas en el vacío. En menos de un segundo, me estrello con ellas y por un instante mi cara choca con fuerza en el rostro de quien hasta ese instante fué mi esposa, como si de un beso final de despedida se tratase.

Tengo la intención de abrazarlas a ambas para protegerlas pero en el golpe veo a mi niña desprenderse de sus brazos y quedar más cerca de mí que de ella, como puedo la aferro a mi pecho, la envuelvo entre mis brazos y me dejo libre al destino y a la gravedad. En la interminable caída he abierto los ojos y he visto dibujadas en el cielo azul… dos o tres nubes.

No sé qué pasó después, ya no hay más recuerdos.

Ahora empiezo a tener frío, un zumbido lejano empieza a romper el silencio y de pronto puedo escuchar en medio del alboroto el llanto de un bebé, es mi niña, ese sonido me da paz. La gente grita: ¡“se lanzaron” “la niña aún vive” “ayuda”! Yo escucho pero no puedo hacer nada más que escuchar.

Ahora todo está claro, mis recuerdos y esa curiosidad me permiten responder la pregunta : ¿Estoy muerto? No, no estoy muerto, estoy muriendo.

El cielo azul en su quietud se torna oscuro y poco a poco vuelvo al silencio, no sin antes susurrar desde mi corazón: te amo mi Ángel.

( del autor) Al día siguiente: Un periódico local cubre la tragedia y en su titular puede leerse en negrilla: PREEMINENTE DOCTOR EN CIENCIAS DEL PAÍS, TRASTORNADO ASESINA A SU ESPOSA, INTENTA MATAR A SU BEBÉ RECIÉN NACIDA Y SE SUICIDA.

AUTOR: J. ANDRES MERCHAN (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)

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CONTINUARÁ CON EP. 1 – PARTE 2
LA MORGUE


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