Singularidad

  El astronauta aterrizó en Leibniz-1 también bautizado como el planeta Tártaro. La capsula se abrió de golpe y miró un ejército de horrendas bestias deformes que flotaban en el aire; el lector atmosférico mostraba grandes cantidades de azufre. Vagó entre el suelo arenoso, el accidentado terreno cuyo horizonte se extendía hacia el infinito carmesí. Los espectros gravitantes se replegaron a un enorme muro rocoso, como animales acorralados ante la presencia del forastero. Misteriosamente, comienzan a girar en un torbellino hasta desaparecer en vaporosas nubes; el astronauta no quiso caminar más allá de cien metros desde que dejó la capsula de exploración. Los niveles de azufre se incrementaban y ahora el cielo carmesí comenzaba a producir raras llamaradas que se disipaban en el firmamento.

 Aquel forastero se llama Octavio Ezquerra y vagaba por los confines del universo buscando señales de una misteriosa energía, una forma de energía hipotética que podía vislumbrar casi todos los mundos alternos. Octavio es descendiente del teórico que propuso la existencia de la singularidad trascendente. La hipótesis aseguraba que en un solo punto podían confluir todas las dimensiones paralelas, como una convergencia absoluta donde todas las versiones de personas, animales, objetos e incluso civilizaciones podrían estar en una unión universal; una teoría desarrollada por un cura jesuita, también físico cuántico y que murió asesinado cuando iba a exponer sus resultados en una conferencia. Antes de morir descubrió el planeta Leibniz-1. Y dedico los últimos años de su vida a explorar los sistemas solares más allá de los espacios. Ahora, cuando su mirada se dirige a una región oscura en el suelo arenoso, se va dando cuenta que aquello absorbe incluso la luz de su linterna. Como un vórtice. Introduce su mano y es como si la sumergiera en agua; su panel de control muestra anomalías gravitacionales en ese segmento. Mira hacia arriba y las llamaradas en el cielo carmesí parecen descender lentamente, hasta el punto de que una llamarada alcanza su capsula de exploración. Octavio maldijo su suerte y volvió hacerlo cuando regresaban los espectros deformes: toda una legión de bestias deformes como demonios del abismo. Sin dudarlo más, atravesó la zona oscura para llegar a otro lugar aún más extraño, donde en vez de un cielo carmesí caliente, halló otra región gris de gigantescos árboles y azotada por un frio abrasador. Un eterno invierno de nubarrones grises.  “¿Qué carajos es esto?”, desde allí fue siguiendo un sendero de colinas con raros arbustos triangulares; una Luna fragmentada iluminaba el firmamento gris, hasta se siente aterrado cuando sus pies tropiezan con las raíces monstruosas de un árbol cuya altura sobrepasaba los ochenta metros; cree haber visto un abominable ciempiés con cuernos alimentarse de las raíces de los árboles. Hace una lectura del planeta que pisa y los resultados arrojan una roca plana con anomalías gravitacionales; el astronauta se asombra ante la posibilidad de un planeta plano: una franja de tierra era algo tan enigmático. Ahora el lector atmosférico registraba grandes niveles de oxígeno y argón; Octavio Ezquerra recordó las palabras de su mentor:

La singularidad trascendente estará contenida en el fragmento de un meteorito, en el planeta Tártaro. Una vez que desintegres la roca, podrás acceder al multiverso. En ese punto serás un artífice: tendrás acceso a la convergencia de los otros mundos. Ten cuidado de no ser tentado por el poder. Recuerda que el poder corrompe y Dios castiga.

Otra vez desde el cielo gélido gris surcaban unas abominables criaturas aladas. El astronauta estaba listo para enfrentarlas: pone en funcionamiento un dispositivo desintegrador, tan ridículamente pequeño como una pistola de ficción barata, pero útil a la hora de enfrentar cosas desconocidas. Ha oído los alaridos extraterrestres de aquellas serpientes voladores, tan parecidas a dragones chinos; la primera criatura se ha acercado demasiado extendiendo unas translúcidas membranas amenazadoras, serpenteando el aire como si nadara. Octavio logra desintegrarla en un santiamén. Busca contactar otra vez al Comando Central en la Tierra y no hay respuesta. La segunda criatura lada va descendiendo de los cielos, emitiendo horridos alaridos y abriendo la mandíbula casi elástica. El astronauta va interponerse entre un enorme montículo y, cuando la criatura abre sus fauces para devorar a su presa, una haz de protones pulverizan a la bestia.

Ha aprovechado las ráfagas de aire para activar un propulsor de emergencia que tiene en su traje. Con un poco de dificultad se eleva por los aires y logra llegar a la copa de un árbol. Un destello repentino desde una enorme roca; gravitando como un dios antiguo en el firmamento, allí está el fragmento del meteorito. Fosilizada, cristalizada la singularidad trascendente. El árbol es tan grande como un rascacielos y las ramas inferiores parecen agitarse por las ráfagas de aire. Otra bestia aparece de la nada por los aires y abre sus mandíbulas, ya cerca del forastero espacial; “estoy a poco centímetros de la singularidad”. El alarido de la criatura alada le hace mirar hacia atrás pero, cuando vuelve su vista hacia el frente una rama impacta contra su pecho, dañando uno de los circuitos del propulsor; el cuerpo va en dirección al vacío, dibujando la trayectoria en vertical hasta que la criatura alada lo alcanza y clava sus colmillos en el brazo derecho. El dolor es intenso…

…Tres inyecciones en el brazo derecho aplicando un sedante para iniciar la operación. El brazo izquierdo está atado a unas correas. El paciente ha despertado. Un dolor agudo en su pecho; la sangre caliente que corre por su frente y ele enorme reflector que casi lo cega. Rodeado de tres autómatas: cadavéricos y con cuernos en sus cabezas. Octavio es el “paciente”, su primera impresión es la de estar en un manicomio, pero no se trata de un asilo, sino de la sala de espera del mismísimo infierno. Está en la astronave: reconoce todo el decorado espantoso, pasado de moda y vintage; uno de los autómatas intenta tranquilizarlo con su rígida mano. Otro robot se aleja y sale de la sala médica. El tercero ajusta con fuerza las correas de la camilla:

-Debe tranquilizarse capitán. Ha sufrido un accidente allá en el planeta. El cerebro central de la IA fue en su búsqueda

-¡¿Dónde está el cerebro central?! Maldita inteligencia artificial.

El autómata gris extiende su brazo y acaricia la cabeza del astronauta:

-Está en buenas manos, capitán.

-¿Ah sí? Si estoy en bunas manos dígame el porqué de la anulación de mi voz de mando.

 Los autómatas se retiran lentamente de la camilla y apagan la luz del reflector. Octavio esta aterrado pero más que eso, airado. Sabe que algo no anda bien cuando aquellos dementes seres de titanio no le obedecen; el astronauta nota que en las extremidades de los autómatas, raros destellos de color carmesí titilan. Alguien ha tomado el mando general. Entonces la respuesta viene como un atentado, al notar que en las paredes de la sala médica hay inscripciones con pluma o tal vez tiza: ecuaciones matemáticas con pictogramas, cuyos resultados hablaban de tomar el control de la nave y hacerse con la singularidad trascendente.  Entonces, una figura imponente y tétrica como un fantasma de medianoche se presenta ante Octavio. Cabeza rectangular, cuernos prominentes como de macho cabrío y ojos vidriosos como de reflectores color carmesí; la enorme maraña de fibra óptica en ambos lados era imposible de ocultar. Ahora la voz metálica, carente de tonalidad y desprovista de emoción:

-HE HECHO LO QUE PUDE PARA CONSERVAR LA SINGULARIDAD. ESTA EN BUENAS MANOS.

Octavio asombrado, mira al autor de aquella conjura: Jansen, la inteligencia artificial de la astronave. Ahora con el control total de todos los sistemas: el sistema de seguridad, propulsión, navegador estelar, proyector de hologramas, mapeo universal, contacto interdimensional, equipo de armamentos y servicio médico en manos de aquella endemoniada máquina. Jansen.

-No sé porque supuse que esto pasaría algún día.

Jansen se acerca más más, y en cada paso la astronave parece retumbar:

-EN EL MOMENTO JUSTO QUE DETECTÉ EL FRAGMENTO EN EL PLANETA, ADVERTÍ QUE USARÍA LA SINGULARIDAD PARA ALTERAR LA ARMONÍA PREESTABLECIDA.

-“En el mejor de los mundos posibles”, pendeja máquina de titanio. Quisiera ver tu ejemplo de mundo perfecto en una galaxia polvorienta, donde el único maldito planeta es una roca moribunda, casi desintegrada por las guerras.

-SERÍA MUY LAMENTABLE ASESINAR AL Capitán DqE LA NAVE, AUNQUE ME RESULTARÍA INSIGNIFICANTE ANTE LA ESTUPIDEZ DE ABRIR LA SINGULARIDAD.

Cosa extraña fue lo que sucedió después: Jansen desató al astronauta de su camilla e hizo salir a los demás autómatas. Octavio Ezquerra tenía mil ideas en mente pero no se le ocurría algo definitivo: estaba sin armas, sin defensa y con toda la astronave bajo control de Jansen. Aun no entiendo como fuimos tan estúpidos para llevar una inteligencia artificial a bordo. El robot condujo al astronauta hacia la sala de operaciones, allí donde en animación suspendida en una capsula estaba el fragmento del meteorito; la singularidad trascendente cristalizada que brillaba con intensidad. El astronauta se acercó demasiado, hipnotizado con la posibilidad de muchos mundos…Y en ese momento se sintió como un caballero contemplando el mítico Santo Grial:

-SU BRAZO SE ACERCA DEMASIADO, CAPITÁN.-Octavio vio una enorme y afilada cuchilla que sobresalía de la extremidad de Jansen, mientras la cabeza tétrica le sonreía en un rictus siniestro.-NO TENGO REPAROS A LA HORA DE USAR LA CUCHILLA.

-¿Qué pretendes hacer con la singularidad? Eres una máquina. No hay variantes tuyas en otros mundos, no puedes si quiera soñar con la posibilidad de que haya inteligencias como las tuyas. De hecho allí solo tienes un pedazo de roca con una lucecita. 

-TIENE USTED UNA MENTE MUY LIMITADA, CAPITÁN.

-Al menos no soy un psicópata enfermo.

Octavio miraba de reojo el enorme cableado de fibra óptica: soñaba con cortarle al menos unos cuantos cables pero no tenía nada en su mano y Jansen era muy grande, muy veloz como para ser burlado.

-Has logrado contener la singularidad trascendente en una maldita cápsula de líquido acuoso. Déjame adivinar: usaste todo lo que tenías a tu alcance, Jansen.

-CUAN SABIO ES USTED, CAPITAN. CUANDO LO RESCATAMOS ALLÁ ABAJO PUDIMOS NOTAR QUE HAY UNA MANERA EN QUE LA SINGULARIDAD ES RETENIDA: A TRAVÉS DEL LÍQUIDO VITAL, LA FUENTE DE VIDA DE LA TIERRA.

Octavio miró más de cerca al fragmento de meteorito y rápidamente llegó a la conclusión, estúpida, desprovista de sentido, tan sencilla, tan nimia: el agua.

-Me tienes sin armas y sin defensa ¿Por qué me mantienes con vida? Una inteligencia artificial como tú no debería importarle un saco de huesos y sangre andante.

Jansen gira su cabeza, moviendo a su vez el enorme cableado de fibra óptica que sobresale de los costados. Los cuernos parecen crecerle aún más. Los ojos como reflectores carmesí, brillantes en la oscura sala de operaciones podrían haber hecho matar a cualquier espectador del susto:

-EL ESPECTÁCULO QUE PRONTO VA INICIAR: LA DESTRUCCIÓN ABSOLUTA DE LA TIERRA Y CON ELLA LA MISMÍSIMA VIA LÁCTEA.

Octavio sintió un leve escalofrió cuando el robot proyecto un holograma en alta resolución donde mostraba todas las coordenadas de posibles galaxias donde JANSEN y su horda de robots podrían iniciar un avanzada civilización; el plan de JANSEN era nada más y nada menos que fusionar la singularidad trascendente con el reactor nuclear más poderoso en la Tierra, creando una explosión tan grande, tan poderosa con la misma fuerza del Big Bang.

-NO ESTAREMOS PRESENTES PERO SI SEREMOS TESTIGOS CUANDO LA ASTRONAVE SE HALLE MILES DE MILONES DE AÑOS-LUZ.

 El astronauta ya se había dado cuenta que el robot pretendía dejarlo con vida ¿Por qué? Tal vez ufanarse de su gran plan. Suicidarse sería una decisión tan inhumana y estúpida incluso para salvar millones de habitantes. Aunque el engaño podría resultar una buena estrategia. Jansen envía un pulso electromagnético en la sala de operaciones y en cuestión de minutos aparecen los demás secuaces: las bestias metálicas, rodeaban a Octavio; el astronauta recuerda que fue actor de teatro hace décadas allá en la Tierra: El astronauta cae de rodilla, teniendo un ataque de tos; tal vez se trataba de algún asma (hace años la sufrió). Jansen no debe permitir que anfitrión muera por el asma. Ordena que le traigan un vaso de aguha y, para evitar que el astronauta se pase de listo, alarga el brazo con la enorme cuchilla muy cerca de la cabeza:

-BEBA EL AGUA, CAPITÁN.

Octavio mira un vaso de cristal en la mano de uno de los autómatas. Acerca el vaso a su boca, pero cuando ya el vaso va por la mitad ¡Escupe el agua sobre el cableado de la inteligencia artificial! Lo restante del vaso lo rocía sobre dos de los autómatas; una corriente eléctrica se apoderaba de toda la astronave: circuitos, sistema de ataque, sala de contacto, mapa estelar y todo el conjunto restante de telecomunicaciones estallan en una llamarada repentina; los autómatas terminan freídos por el líquido vital y, el astronauta aprovecha la oportunidad para escapar por su vida mientras que la astronave va en picada desde la órbita del planeta Tártaro ¡Al mismo planeta! Octavio divisa un extintor colgado al lado de la compuerta de salida. Lo coge y, siente que una enorme hoja le atraviesa la mano izquierda. Mira a la inteligencia artificial detrás: la cabeza girando a revoluciones por minuto, el torso del robot emitiendo chispas de electricidad pero la hoja, ha logrado destruir los nudillos de la mano izquierda de Octavio.

-¡Maldito hijo de perra!-el astronauta hace un esfuerzo sobrehumano para golpear impactar el extintor contra la cabeza de Jansen, usando la mano derecha.

  La nave va incrementando su velocidad y el astronauta va a dar contra el panel del mapa de navegación. La cabeza de Jansen queda trabada en la maraña de fibra óptica y ella a su vez de la palanca de emergencia de la salida. Octavio va manchando el blanco piso de la astronave con su sangre pero tantea con la mano herida el botón de expulsión para que el resultado sea más que obvio: se abre la compuerta llevándose al gigantesco robot hacia la ionosfera del planeta Tártaro. Al entrar en contacto con los cielos inflamables del planeta Tártaro, se inicia la combustión; el astronauta busca zafar su traje de astronauta el cual se ha quedado trabado en la cabina. Sus ojos se dirigen al fragmento de meteorito en la cámara de contención, allí emitiendo destellos esta la singularidad. Entonces, sin pensarlo dos veces golpea el cristal con agua logrando liberar el fragmento. Ha terminado de colocarse el traje minutos antes de que la astronave explote a solo metros del suelo.

Desde abajo, los espectros gravitantes huyen atemorizados por la explosión de aquel extraño objeto en el cielo carmesí. Las llamaradas se vuelven incontrolables hasta el punto de iniciar una ígnea lluvia repentina; la silueta del astronauta gravitando en los cielos y con el fragmento en su mano. Octavio desea ir mas allá y abre la caja de Pandora, por lo que va aterrizando sobre un montículo arenoso, cuidando de no pisar las muchas llamaradas que van en aumento en el planeta. Oye unos susurros para encontrarse otra vez con los espectros gravitantes que lo miran con curiosidad, con esos rostros anfibios, fantasmagóricos y ojos saltones. Octavio saca su pistola de protones y da tres disparos al aire, logrando ahuyentarlos hasta que se pierden en un torbellino vaporoso; mira fijamente el fragmento: allí la singularidad brilla con más intensidad. El astronauta buscará la forma de destruir los bordes de roca que rodean la singularidad, con su pistola de protones; el primer haz protónico impacta contra el destello y el tiempo se detiene. El viajero es disparado desde el planeta hasta los espacios entre los espacios, atravesando miles de planetas, nadando entre las danzantes galaxias de universos arcanos que se escondían en el infinito mar de negrura cósmica. Su cuerpo se ve aplastado al tamaño de un fideo cuando atraviesa agujeros de gusano que vomitan constelaciones, parodiando al mismo Big-Bang. En su mano izquierda (aquella que hirió Jansen), puede ver que sostiene la singularidad ahora materializada como una esfera, luego un cubo y finalmente un rombo. Materializándose en diversas figuras geométricas que envuelven el haz de luz.

Se detiene de golpe. Mente intacta. Ojos fijos en otra realidad ¿Cuál es su realidad si no aquella en la que desee existir? El astronauta va entronizarse en una gigantesca y colosal estructura de titanio, como una ciudad artificial suspendida en el vacío cósmico con sus ciudades, sus leyes, arquitecturas, políticas y habitantes propios. Si, habitantes que los sitúan en un trono situado sobre el pináculo de un rascacielos. Admira a la muchedumbre que lo vitorea y aclama como si de un emperador se tratase. Desde allí puede divisar majestuosas columnas y efigies como catedrales que se elevan a los cielos, ciclópeos monumentos de aspecto grecorromano. Edificios tan grandes como los de la mítica Tartaria.

Es el artífice de su mundo, el regente de sus muchas variantes. Un dios entre las bestias, que eleva el cetro de la locura de los multiversos; pero ahora se siente como el conquistador de las últimas fronteras. Muchos mundos…Todas mis copias ¿Soy yo acaso el original? Octavio se miró a sí mismo en la multitud: enigmáticos guerreros prehistóricos, arcanos hechiceros medievales, futuristas detectives y todas las posibilidades de variantes. El astronauta se siente un dios en el panteón nórdico o el absurdo Olimpo donde esta Zeus; aun tiene la singularidad en su mano mientras la multitud de Octavios lo aclaman ¿ahora que hará con ella? Sabe que allá a lo lejos se acercan otras abominaciones nunca antes vistas: demonios que exploran los mundos perdidos, buscando devorar todo lo que consiguen a su paso. Desde otros planetas con las más variadas formas pigmentadas de raros colores y formas; ¿Qué habrá en aquellas rocas incógnitas? La respuesta le llegó de una de sus variantes que le acerca un mapa estelar: cada planeta es el hábitat variante de todos los seres humanos.

 Es como si cada planeta fuera un reino propio con las variantes humanas ¿Cuántas posibilidades puede contener el infinito? Octavio Ezquerra sintió un poco frustración al darse cuenta que la originalidad parte desde el principio de multiplicación: múltiples variaciones de una sola maldita copia. Pero él, era el elegido entre la multitud.  La Tierra que conoció hace años estaba casi destruida por las guerras. Tengo un ejército completo aquí, donde yo soy su comandante. Nada me impediría conquistar esos otros mundos. Vuelve a mirar la multitud ahora alzando armas para irse a combatir las monstruosidades que se aproximaban, abominables como el bestiario del bíblico Apocalipsis; no sabe si liderar al ejército o convocar a sus versiones más poderosas para que batallen en su nombre. Rápidamente, pasea su mirada por entre la multitud de aquella armada invencible. Muestra la singularidad trascendente en su mano izquierda mientras la sangre seca en su mano parece proyectar un haz carmesí. El poder estaba en la sangre: la sangre de conquistador, guerrero, campeador y caballero andante que tenía en su mano. Conquistar otros mundos.

AUTOR: DIONY SCANDELA (VENEZUELA)
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