Una Pregunta

Me pasa que estoy loco, que pierdo la cabeza.

Han pasado ya cinco o seis años, no lo tengo claro, no lo quiero tener claro. No soy de los que marcan en el calendario las fechas importantes, ni dejo notas en el celular para conmemorar eventos, hechos, circunstancias, mucho menos me atrevo tomar fotos y dejarlas para la posteridad. Le doy la libertad a un no sé qué dentro de mí para que determine prioridades sin yo pretender hacerlo. Así, si algo queda, es porque resulta valioso, de resto, está de más. De ésta forma, sé conservar la memoria de mi amigo de infancia y del único con el que he contado, la primera canción que aprendí de memoria, el libro que modificó el rumbo de la vida, el primer beso, la alegría de mamá cuando le dije que ya conocía el sabor de la lluvia. Memorias que tienen el privilegio de la coherencia y la sensatez, pero también están las otras memorias, unas que no se sabe por qué perduran, por qué siguen inquietando y angustiando. Son memorias “difíciles”, asuntos bochornosos, dolorosos, angustiantes, cosas que uno desearía haber omitido, pero, ¿Qué sería de nosotros sin ellas?

Hay una en particular que lucha contra mi voluntad, una que se repite constantemente sin mi consentimiento, una que persiste con una fuerza y obstinación que envidio. Parece una verdad que no se considera como tal en un espíritu terco y orgulloso, pero verdad, a fin de cuentas. Verdad que no deseo aceptar, que me cuesta hacerlo.

Durante éste tiempo han pasado muchas, de diferentes maneras, de variadas formas, y eres tú la única que persiste, a fuerza de esa obstinación más grande que mi voluntad propia de tratar olvidarte, colocarte con el resto, ¿Por qué no puedo hacerlo?

Cuando hablo de olvidar, no me refiero al sentido estricto de la palabra. Es un olvidar simple, fácil, rápido y consecuente, como cuando uno se cae y se levanta inmediatamente, o como cuando uno se quema cambiando la olla de puesto en la estufa, o como cuando uno se machuca el dedo, pretendiendo que es algo pasajero y ciertamente necesario. Pretendo colocar tu recuerdo en ésta sección, pero no puedo.

¿Es entonces la confirmación a ese presunto valor de los recuerdos importantes?

Se busca olvidar el caos que el recuerdo conlleva, porque así es, tu recuerdo me duele, me lastima, me aflige. Eso, más que cualquier otra cosa, es lo que pretendo. Busco recordarte como esos recuerdos que son anecdóticos, que son divertidos y que evocan cierta nostalgia, pero no dolorosa.

Me gustaría decir que te recuerdo como una experiencia que bien pudo ser útil en ambas direcciones, que bien logró dejar algo de enseñanza en su tiempo de estancia. Dado que no te puedo olvidar así de fácil, rápido y sencillo, me gustaría decir que te recuerdo libre y alegremente, sin remordimiento, pena o dolor, pero la realidad es que tu recuerdo me pesa tanto como los días que pasan, todos iguales, sin cambio ni novedades, se queda como estático, quieto en ese panorama variable que son los recuerdos, como esa mancha visible en el fondo blanco, como ese pendiente que nunca supera su naturaleza en nuestro listado de pendientes.

¿Por qué no puedo recordar otras cosas más alegres, más interesantes, más anhelantes con la misma intensidad?

Incluso, he llegado a desear eliminar por completo tu recuerdo, como si fuera algo fácil y rápido.

Como eliminar una foto, un video o un archivo del celular o del computador, que fuera así de fácil como presionar una tecla y confirmar. Incluso, he llegado a la conclusión de que hubiera sido mucho mejor no haberme topado contigo o que tú no te hubieras topado conmigo. Maldigo entonces todos los truculentos juegos que se cuecen en la cocina del destino, que nos tienen como ingredientes de entretención para sazonar los misterios de las vidas andantes. Maldito sea entonces el día en que coincidimos en esa clase, maldito sea el día en que cada uno se decidió por la misma academia, maldito sea el día en que nos quedamos mirando mutuamente como un par de enamorados que se saben en las miradas, que afirmaban con la certeza de esas miradas siniestras de que el uno estaba hecho para el otro. Si así fuera, no caminaría temeroso por las calles, sabiendo de que tú también vives aquí, que caminas como lo hago yo, que sientes como lo hago yo, que buscas, curioseas, añoras, anhelas, odias, reprimes, ríes y lloras, como también lo hago yo. Que existen posibilidades, aunque se redujeran a una mínima y casi nula posibilidad de encontrarnos, así tú estés en un extremo y yo en el otro, porque el mundo que compartimos es muy pequeño.

¿Qué pasaría si nos encontráramos de casualidad por cualquier calle?

Seguramente nos reconoceríamos. Seguramente nos haríamos los desentendidos. Seguramente los recuerdos y los remordimientos nos castigarían. Dirán de nosotros que somos unos cobardes, dirán de nosotros que somos unos incapaces, dirán de nosotros que somos orgullosos y, por ello mismo, infelices. Dirán, en grandes términos, que actuamos como un par de quisquillosos que son humanos.

Me surge entonces una pregunta que no debo plantearme, pero dado mi espíritu curioso, me permito la impertinencia ¿Por qué pasa esto contigo y no con cualquier otra?

No valía la pena preguntarle a los demás, porque no sabrían responderme. Le pregunté entonces al silencio, que no dijo nada. Le pregunté a la soledad, que no me compartió el secreto. Le pregunté a la oscuridad, que es muda, y yo no sé hablar su lenguaje de señas.

Da igual pretender buscar respuestas. Hay cosas que sencillamente no tiene respuesta, no tienen una explicación lógica o razonable. Yo ya no sé qué es lo lógico, y mucho menos lo razonable. En muchas ocasiones la forma más sensata de proceder es resignarse, pero antes, formulo la pregunta a la única persona a quién me he resistido hacerlo.

¿Por qué no te puedo olvidar? ¿Por qué sigues tan presente, tan necesaria?

AUTOR: JULIÁN DAVID RINCÓN RIVERA (COLOMBIA)
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