Esa noche de Viernes Santo el cielo del pueblito guardaba silencio, pero despedía unos esplendores que escapaban de las lamparitas que estaban colgadas de las alturas y que chispeaban por todo el caserío. Esos resplandores se estrellaban por entre hendijas y tejares, aprovechando la forma como estaban dispuestos los escasos ranchitos, separados unos de otros, por potreros y riachuelos. Ese ambiente no dejaba de ser idílico y fascinante a pesar de las boñigas y cagajones de bueyes y yeguas que, sin cesar, descargaban sus aderezos sobre las calles empedradas de esta comarca de los Andes. Que se sepa, una noche así, una Semana Santa como esas, nunca se vio profanada por oír vallenatos, joropos o tangos. Por eso los alcaldes nunca prohibieron escuchar música en los días santos, como lo hizo mediante decreto, el alcalde de otra población colombiana, El Guamo. ¿Se le olvidó que las cadencias inspiradas en melodías y arpegios también hacen las delicias de las celebraciones religiosas? Esta mojigatería, probablemente, fue lo que contribuyó a que el mandatario, casi que Biblia en mano, le prohibiera a la gente escuchar música durante la Semana Mayor. En el sermón, cuentan quienes lo escucharon, dijo que eso garantiza la tranquilidad, la reflexión y la oración. No digo que sea una alcaldada, pero imponer un mutismo musical acallando equipos de sonido, estéreos, radios y altavoces, no asegura la calma, ni las plegarias, ni las jaculatorias, menos en un país que como este cae de rodillas ante la libertad de cultos y los gustos por los géneros melodiosos. El que va a rezar, reza, y la oración es válida en silencio o al son de la cumbia. Vaya a una misa moderna y verá. ¿Procesiones, viacrucis y crucifixión sin Hip Hop, milongas, ni acordeón? Solo se le ocurre al alcalde de los Guamunos y al de Anserma, departamento de Caldas, Juan de los Santos Parra, en 1877. Refiere un cronista del pasado, de quien debo el nombre, que casi que analfabeta y rigiendo los destinos de su pueblo, el señor Parra echó mano también de un decreto, pero este plagado de gracia y originalidad para prohibir, mejor dicho, obligar, no solo las vibraciones de las cuerdas de tiples y guitarras, sino reprimir las copas de champan y cerveza. Los borrachos cuando caminaban eran identificados si “se iban pa´los laos o se gomitaban”, como el mismo alcalde lo advertía literalmente en su precepto. También prohibió las groserías y que se hablara mal de los curas y que se “arrempujara las mujeres en Semana Santa porque eso daba margen a peloteras”. Me crié en un entorno decente y pudoroso donde imperaron todo el tiempo el buen ejemplo y las adecuadas formas de hacer uso respetuoso de los días Santos. Mi comunidad no fue impía. Otra cosa es que yo sea de “palabra negra” o que crea que no somos lo que escribimos, pero sí lo que saludamos o prohibimos. El Break Dance, el Pop Ping, o la champeta es lo de menos, mientras los “sumos sacerdotes” de las naciones modernas sigan prohibiendo lo que ellos mismos hicieron o hacen: traicionar, negar, besar a lo Judas, bailar en misa, beber en privado y hacerse los que no saben qué hace una actriz en un film “triple equis artístico”. Prohíben la música cuando eso mismo es lo que se baila al ser una exploración tan fascinante y profunda del folclor y la cultura. No seamos tan candorosos. Por “paticontento”, recordé la máxima del pensador Lawrence M. Krauss: “Lo que está prohibido explícitamente, se garantiza que ocurra”. ¿Se imaginan, por ejemplo, qué sería de mí, si le prohíbo a mi encantadora Solymar hacer el Viacrucis en otras parroquias? O cae de rodillas ante otros curas o, como al gallo, me niega tres veces
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
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