No encuentra las palabras, las palabras no lo encuentran.
Es aparentemente fácil sembrar una idea en la cabeza, donde germina y toma fuerza. Más allá de su sutil, rápida y ligera transformación, la idea toma connotaciones reales, visibles, palpables. La idea deja su nido ingenuo e incierto para adquirir dotes de responsabilidad aparente basado en una realidad futura donde ella misma se ve, clara y capaz. Sobre el papel transparentoso de la imaginación, todo parece realizable, evidente, claro, contundente. Solo es cuestión de tiempo, solo se necesita de una paciencia suprema para que las cosas tomen el camino aparentemente establecido y le dé la razón a las imaginaciones del que fueron ideas repentinas bañadas de tedios, despreocupación e imaginación. La fascinación que se logra en el mundo de la idea permite que todas las suposiciones, esperanzas y anhelos tomen el camino correcto, el que es, sin necesidad de desgaste, disgusto alguno.
Para que la idea tome la forma real, carne certera que se palpa, que se siente, que sufre e inspira sudor trabajoso, la idea pasara el umbral de lo imaginario a lo real solo con el don que el imaginador debe impulsar con sus manos, su empeño, su dedicación. El don de hacer que aparentemente parece tan simple como la idea misma. El implacable muro que se levanta en ese borde separa los dos mundos que son simétricos entre sí, que convergen juntos, pero por caminos separados. Son el uno y el dos, el antes y el después, la preparación y la ejecución. Suele ocurrir que el que bien prepara poco hace, o desconoce las formas de ejecutar lo imaginado, o simple y llanamente no sabe cómo hacer de la idea esa forma elegante, sutil, aparente de éste lado de la realidad.
La idea, por más intención, emoción, anhelo, esperanza de pasar a éste lado de la realidad, se ve limitada ante la incapacidad de su imaginador. Lo repudia, lo odia, lo hostiga a hacer hasta lo innecesario para que ella llegue allí, donde el imaginador la pueda ver, sentir, palpar, disfrutar.
El imaginador, incapaz en toda su incapacidad mortal, no sabe qué hacer. No sabe dónde, ni cómo, ni cuándo. Solo sabe que existe el anhelo, pero el impulso motor está sumergido en un arrepentimiento por tanto sometimiento, por tanto aleteo sin aire, por tanto suspiro que no se oye.
El imaginador no sabe cómo hacerle entender a la idea que de éste lado la cosa no es tan fácil. Que hay obstáculos, limitantes, dudas, prejuicios que son tan reales como la idea misma. Él lo desea, lo quiere tanto como la idea misma, pero el hacer, el hacer. El hacer es una cosa grande, incomoda, inquietante. El hacer pone a prueba todo, todo lo que el imaginador es capaz de hacer y de no hacer. El hacer tiene el mismo molde, el mismo plan para todos, sin excepción alguna. Pero el hacer no está hecho para todos y el imaginador poco a poco se va dando cuenta que él no está hecho para ese hacer. Reconocer que esa idea no está hecha para ésta verdad, que esa idea no puede ser verdad. Ella insiste, se retuerce en su nada corporal, se agita en su velo nulo y sin sentido. El imaginador lo siente, se inquieta también, se preocupa, se angustia. Intranquilo, pues, el imaginador está como loco, como desesperado. Ya no es lo que los límites corporales imponen, es lo que la voluntad de una idea puede hacer con él. La idea tiene voluntad propia, difiere en consecuencia con la religión del imaginador, que es un tanto estoico dada su naturaleza, su contexto social y cultural, pero la idea no entiende de dogmatismos ni valores o morales sociales, ella solo sabe sentir lo que su interior vacío, inocuo e irreal siente. Siente esa necesidad clara y evidente de ser eso, algo claro y evidente. No existe comunicación efectiva entre los implicados. Si uno quiere, el otro no puede. Si el uno se resigna, el otro se agita. Tirando por lados diferentes, se encuentran inevitablemente en el mismo punto: La insatisfacción consecuente de querer hacer algo y no poder, el tener todo para hacerlo y no querer. Entre el querer y el poder, el tener que hacer. Se hace lo que se quiere para poder lo que se tiene. Acción repentina. Ambos, motivados por sus desgracias que parecen distintas, pero comparten la misma naturaleza inherente de un anhelo frustrado.
No se trata de vencer la adversidad, se trata de mover la realidad para lados más favorables, vientos que no restrinjas, soles que no acaloren la intencionalidad…
AUTOR: JULIÁN DAVID RINCÓN RIVERA (COLOMBIA)
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Julián David Rincón Rivera, segundo de dos hijos, nacido en Bogotá, Colombia el 7 de abril de 1994. Profesional de Cultura Física, Deporte y Recreación.
Lector apasionado, escritor por elección, músico por diversión.
Cuenta con tres publicaciones antológicas con la editorial ITA, además de dos publicaciones en proceso, también de carácter antológico, con factor literario y la editorial mítico.
Con varias publicaciones en revistas de américa latina, encuentra en la escritura el mejor sustento para su vida.
Instagram: @relatero_literal