En un día cualquiera, una adolescente hermosa fue expulsada de su hogar. Estaba embarazada de ocho meses y no contaba con la ayuda de nadie. Se encontró en los rincones despiadados de una ciudad, buscando refugio del frío y el hambre que tal vez nunca podría saciar. La joven sintió un intenso dolor en su vientre en aquel espacio sucio donde solo comía lo que los transeúntes arrojaban.
El dolor se volvió insoportable y su fuente se rompió. En ese momento, una anciana pasó por allí. Observó a la joven gritando y se acercó para ayudarla a dar a luz. A pesar de su frágil estado, la anciana, con su sabiduría en asuntos de bebés, cortó el cordón umbilical con delicadeza. Luego, ayudó a la joven a encontrar un lugar donde pudieran recibir ayuda para ella y el bebé.
En ese refugio, recibieron atención durante cuarenta días. El bebé dormía en una hermosa cesta y disponían de todo lo necesario para cuidarlo. La joven fue asistida por una señora encargada de la limpieza, quien le aconsejó que huyera con su bebé para evitar que se lo quitaran. Así lo hizo la joven. Se alejó con esa hermosa cesta en la que el bebé dormía después de recibir su última comida en aquel lugar que, en realidad, solo buscaba arrebatarle al niño.
La joven caminó por un largo sendero, pero pronto sintió cansancio y sed. Llevaba horas caminando. Pensó en su hijo y decidió sentarse en la acera junto a una tienda. Pidió prestada una hoja y un lápiz al dueño. El hombre no desconfió de ella y, mientras ella escribía una nota, se ofreció a cuidar al niño. Terminó su mensaje, agradeció al hombre y tomó la cesta con su bebé. Antes de marcharse, se quitó su medallón y se lo colocó al niño. Luego, caminó un buen trecho hasta llegar a la entrada de un edificio residencial. Allí dejó la cesta con el bebé y tocó el timbre de uno de los apartamentos. Escogió el 202.
Una mujer contestó la puerta y preguntó quién era. Solo se escuchaba el llanto de un bebé. La señora se sintió intranquila y bajó a averiguar qué sucedía. Cuando llegó a la puerta, se encontró con una dulce sorpresa. Había una cesta hermosa con un bebé vestido limpiamente y algunas pertenencias acompañadas de una nota. La leyó. En la nota decía: «Cuida de mí porque mi mamá no puede hacerlo, ella no tiene los medios”. Ella me salvó de vivir en la suciedad del exterior.
También se leía: «Bautízalo con el nombre que lleva el medallón que tiene al cuello. Ese nombre es el de mi abuelo, es decir, el padre que nos echó a la calle por el error de quedarme embarazada a los quince años. Aun así, deseo que mi hijo lleve el nombre de mi papá: LUIS SOLIN».
AUTORA: MARGARITA MARÍA PÉREZ PUERTA (COLOMBIA)
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Margarita María Pérez Puerta. Medellín, 20 de junio de 1964. Bachiller. He publicado en el Periódico el correo.co.