«Tenemos Los Huesos Prestados»
Pablo Neruda
Eran las tres de la tarde, hacía un calor del carajo. Las personas asomadas en las esquinas veían el paso de una procesión. Tere llevaba un paragua negro para amortiguar el sol que estaba furioso. La muchedumbre era grande e iban en un entierro, del cual ella no conocía el muerto, si no que le gustaba ir a los sepelios y mirar que bóveda nueva habian hecho bonita en el cementerio.
Le pregunto a una señora cerca de ella.
– ¿Quién murió?
La señora le respondió.
-No se me dijeron que viniera.
-Ah ya – dijo Tere.
Siguieron caminando rumbo a la Iglesia Central San Juan Nepomuceno, una iglesia muy bonita, con una gran escalinata y un parque a la entrada para que los muertos disfruten del último paso a la eternidad.
Bajaron el difunto y pasaron por la alcaldía. Las personas en ese lugar veían desde el balcón pasar los muertos como un ritual, ahí estaba el alcalde también.
– ¿Quién murió? – dijo el alcalde.
La secretaria le respondió:
-Ni idea Doctor.
Tomaron el rumbo al cementerio pasaron el Puente Olaya. Ya el muerto entraba al cementerio, al fin en el olivo, murió un olivo viejo y quedaron dos, que vaina.
Entraron al muerto, y lo metieron en la bóveda, como si no lo fueran a ver más nunca. Taparon la boca de la bóveda, y la cerraron con cemento Argo, el mejor para la eternidad. La gente fue saliendo y no se percataron de algo que Tere vió, y los demás no.
Vio unos huesos regados, unas calaveras y un mosquerío.
– ¡Celador! – Grito Tere
Se acercó. – Diga, señora.
– Esos huesos contaminan el medio ambiente, proliferan enfermedades, ¿no se da cuenta? Voy a hablar con los familiares y autoridades pertinentes
– exclamo Tere.
Escribió a la gobernación, no le pararon bolas y le dijeron a ella – “que hiciera con ellos amuletos”.
Al otro día fue al cementerio y los huesos hedían más que iguana de tres días muerta.
Le dijo al celador: – Hay que hacer algo con esos huesos.
La gobernación no le paró bola, ni el medio ambiente del pueblo, ni la defensa civil, ni los bomberos, ni las autoridades policiales, ni el alcalde, ni el personero
¿Qué mierda hago ahora, sin plata ni nada, tendré que pedir para comprar unas bolsas ¡mucha mamada!, ni los familiares vienen a reclamar los benditos huesos. Le dijo Tere al celador.
– Mañana vengo otra vez, con el camión de la basura. Voy a comprar guantes y una careta. Pueda ser que no vayan a joder después los familiares – añadió Tere.
El celador solo atinó a decir – Yo no sé, esa vaina no es conmigo.
Al otro día, un martes caluroso, como a las ocho de la mañana, llegó el carro de la basura al cementerio. Despacio y con cuidado, ese día ni pitaron los sinvergüenzas.
Le dijeron al celador: – ¿Dónde están los huesos de Tere?
De repente salió ella con varias bolsas negras llenas de huesos y una calavera que se asomaba encima.
-Los vas a botar siempre Tere.
Tere le dijo:
-No, van para un salón de belleza.
La gente es chismosa en los pueblos, por las puertas, ventanas y cercas la vieron. Hay gente que vive del chisme ajeno. La pobre Tere hacia una obra de caridad, protegiendo el medio ambiente al lado de un matadero donde las moscas permanecen y proliferan enfermedades. Tere no era tonta, sabía lo que hacía, proteger al pueblo. Al otro día la demandaron y todas las autoridades presentes, hasta el sacerdote, a quien se le pagaron las misas. Tere pensó “se movió el cerezo”. “Si salgo de esto le hago una misa a San Martin de Porras”. En la oficina de ambiente del pueblo estaban el alcalde, familiares, policías, vecinos, sacerdote, medio oyendo. Todos estaban en el aula de la alcaldía. Y comenzó el debate del caso de los huesos perdidos. Tere se paró y habló.
Señor Comisario, déjeme hablar primero sí, quiero decir; que yo les avise a todos sobre los huesos, ¿cierto señor alcalde, policía, familiares, celador, vecinos, sacerdote? a todos ustedes, ¡carajo!, me van a emberracar el apellido!, a todos les dije alcalde… Señor comisario, me hicieron perder el tiempo para esto, ¡carajo!. Otro día que los huesos los recoja otro, ¡hombre! creán mucho problemas por unos huesos sueltos, que ahora van a valorar.
¡Vayan a la mierda, me largo!. Tere se retiró molesta del recinto bajo las escaleras, cogió una moto y le dijo al muchacho.
-Llévame a mi casa.
-¿Dónde?- Le dijo el de la moto.
Tere le contesto:
-Donde termina la carretera y punto.
AUTOR: JUAN CARLOS SÁNCHEZ BALLESTAS (COLOMBIA)
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Juan Carlos Sánchez Ballestas, colombiano. Nace en 1966. En San Juan Nepomuceno, Bolívar. Maestro, escritor, gestor cultural, poeta, cuentista, tallerista literario, promotor de lectura, Técnico profesional en producción pecuaria, escribió en la Revista literaria» Callejuelas de mi pueblo«, autor del libro inédito «Semblanza de un Músico», en el libro «Antología de poetas de San Juan Nepomuceno reunidos a la sombra de un tamarindo». Aparecen diez poemas de su autoría, en YouTube aparece una entrevista como escritor en el link: Escritor Juan Carlos Sánchez Ballestas de San Juan Nepomuceno. En Google en poetas montemarianos aparece un relato llamado «La Espera». Ganador de un concurso sobre el escritor Julio Cortázar, del periódico de Cartagena, El universal. Trabajó como Maestro con las universidades, la Universidad Católica del Norte de Antioquia, Universidad de Buenaventura. Correo electrónico : juankisanchez66@hotmail.com.