Aristocrática como era, vi el momento en que doblaba la rodilla en la calle para besar los labios de un lánguido harapiento. Estaba sentado en el andén de la avenida por la que más merodeo. El roce de esos labios pareció gritar. El hombre se heló detrás de su piel revestida de mugre. Los transeúntes, que también vieron el drama, bullían y, correteando y zigzagueando entre las amplias aceras, armaron corrillos. De no ser por el primor y lo guapa de aquella pelirroja de aguamiel en los ojos y por lo andrajoso y maloliente del hombre, aquella genuflexión y esa fricción carnal hubieran pasado inadvertidas. Él, asquiento y despreciable, y ella limpia y frugal. Él, de barba sucia y desarreglada. Ella pulcra y acicalada. Sobre el andar, la gente asombrada, giraba sus cuellos para mirarlos. La emoción con la que se miraron el deshilachado y la refinada mujer los turbaba. Era el reencuentro de dos desnudeces anhelantes. Él nunca quiso estar en un vertedero humano y Emily, simplemente, se formó divinamente agraciada. Hechizaban su nobleza y sus ojos que, como estrellitas cristalinas chispeaban sobre la cara sucia de Darío. Cruzando sus brazos, desaparecieron presurosos, difuminándose entre los cuchicheos. Presa de la hediondez y por su condición de escombro humano, fue directo a la ducha. Emily fue a la cocina para prepararle horneados de piña. Tal vez, le gustaban todavía. La casa de la mujer estaba a las afueras verdes y exuberantes de la ciudad. Les rabiaron las evocaciones porque no desplegaron las cortinas hasta el día siguiente. Quién sabe qué cosas se les ocurriría. El planeta se había desunido por una letal pandemia. Desde entonces no se veían. Justo en ese alejamiento de la tierra, ellos también extraviaron sus rastros. Ella marchó a otro continente para diplomarse. Entre tanto, Darío se fundió entre éxtasis y Mandrax. Habían terminado juntos la preparatoria cuando floreció el cuento de hadas. En el grado ella había lucido la medallita del Cristo que él le regaló. Y con esa joya se apareció para besar al indigente de la acera. La llevaba más rutilante que nunca en la solapa de su fino abrigo marinero. No le importó encontrarse con un descamisado vagabundo, enflaquecido y con piquiña. Ni siquiera se reconquistaron. Bastó con el reluciente júbilo de sus ojos al mirarse. Celebraron entre aviones, violines y una medallita empuñada.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
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