A cuatro zancadas de la puerta trasera de la casa, crecía en la huerta una hierba evanescente. Allí oculté toda mi niñez. Hoy, a destiempo, recuerdo aquel momento. En ese pequeño plantío había chamizos que nos servían como árboles de Navidad. Así fue como empezaron a gustarme los árboles. Al no poder controlar mis impulsos memorísticos, resurgen inclementes esos y otros árboles, particularmente los genealógicos. Esos que apenas crecen pero que a casi nadie le importan. Prendo el candil, vierto ahogos y empiezo, con gran fervor apostólico, a hurgar mi remota cuna en páginas mareadas y libros de lomo difuso. Horas ojeando manuscritos y láminas de papel. No me sirvieron mayor cosa. Esos intentos por encontrar los ancestros es tarea investigativa para genealogistas y sabedores de la ascendencia familiar. No es fácil rastrear el parentesco. El camino se pierde por muchas razones. Por los vacíos con los que hay lidiar y por las ausencias, además de la falta de conexión con la sangre. Durante esa tarea hubo momentos en que me dio por creer que yo era hijo directo de Adán y Eva y que fui el responsable de haberlos hecho morder la manzana aquella de la lujuria. Preferí regresar a la evocación de los chamizos, solo para embelesarme con esos hilos de telaraña al sesgo entre las ramas secas. En el rincón de la huerta me gustaba prender una fogata que se reflejaba erótica y ardiente en el estanque. Eso sí, no dejo esta página en blanco completamente porque del apellido que en suerte me tocó, encontré en los registros investigativos del genealogista antioqueño Rodrigo Escobar Restrepo que el apellido de mi padre es un linaje de origen castellano con pasado en Galicia. Son misteriosos como él, Gilberto, los caminos que se deben seguir para trepar hasta los copos más altos de cualquier genealogía. Hay muchos atajos. En estos casos, pareciera que es mejor saber hacia dónde vamos y no de dónde vienen los que estuvieron a la zaga. La historia es implacable y sigue cargando como peso la ignorancia del resentimiento. Y así es muy difícil. En ocasiones, esa historia ha puesto al descubierto que medio mundo calla o se esconde, en tanto que el otro medio lanza demoledores y putos sablazos. Esos dos medios mundos son mordaces y despiadados. Que no importe tanto entonces saber la casa de donde se venga sino aquella donde se aprietan unas manos que nunca se soltarán. El apellido no es el mundo, es un beso. Y con eso se sostiene uno.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
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