En cualquier momento de la madrugada se aparecían en la cocina para empezar a arrancarle granos frescos de maíz a las mazorcas. Sabía entonces que el día se empezaba a desgranar en un desbordante y serio amor que revelaba todo lo que querían a los demás. Se veían granos lechosos cayendo sobre canastos de mimbre con canutillos. Después, esos granos se convertían en arepas, esa preparación vernácula y tradicional, alimento de muchos pueblos que se ha constituido en una de las preferencias alimentarias. Por estos lados, la tierra que le rinde tributo al maíz es el municipio de Sonsón, “La ciudad que decidió no morir”, ubicada en el oriente lejano del departamento de Antioquia, aquí en mi doblegada Colombia. En ese caserío, nacieron mis ancestros cuando no se habían inventado Las Fiestas del Maíz. Tampoco se habían inventado las dictaduras parlanchinas y temerarias que, hoy se empeñan en demostrar que solo son buenos para represalias y para ir “de rasca en rasca” canturreando desquites de niño malo. Su acompañamiento instrumental no es otro que los soporíferos, y el aroma fétido del dios de la venganza. Había que ver a las matronas en la madrugada removiendo la masa en unos giros de manos afanosas. La arepa es símbolo de nuestra gastronomía. Pareciera que si en estos recodos de montaña no la comiéramos, no fuéramos de aquí. La fortaleza de estos descendientes de arrieros, dicen, se le atribuye a la trilogía culinaria compuesta por los fríjoles, la arepa y la mazamorra. Eso era lo que me explicaban. En su versión original, pareciera que este alimento está siendo olvidado por algunos. Aparecen entonces en mi débil anecdotario aquellas comadronas que lucían “diademitas” aferradas a sus cabellos recogidos con las que revivían días radiantes de pueblerinas para darles forma y encanto. Las amasadoras de este invento culinario fueron más allá de la simple tarea de convertir el maíz en una simple arepa. Sirvieron de puente de raíces y tradiciones. Además de untarles algún queso no les daba miedo embadurnarlas de honradez y sencillez. A la perrería humana aún nos falta mucha untura de comadrona. Jaque mate a las puñaladas traperas del absolutismo. Si no, sus manadas de aduladores nos harán “voltear pa´l rincón” al mejor estilo de la calentura para rociarnos de fragancias y balsámicas en la arepa. A lo mejor, así es como se desarrolla la fuerza de su corazón
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
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