I
Epifanías: pocas veces suele uno toparse con un autor que llevó a cabo, exitosa y dolorosamente, sus epifanías. En carta a Milena, le menciona un sueño (sueño, sinónimo de epifanía), en donde refiere el que ambos comparten habitación con dos puertas. Cuando él ingresa, inmediatamente ella sale por la otra y luego, ocurre lo mismo, pero esta vez es ella la que entra en el cuarto mientras Kafka sale. Se repite esta “kafkiana” situación hasta lo insoportable. Desconozco otras imágenes agobiantes para evidenciar lo extremo al no poder, digamos, concretar una relación.
¿Quién no ha soñado o percibido a sí mismo como insecto o entidad, perdido entre vericuetos, asfixiado al no hallar alguna salida o solución? Kafka siempre supo bien que no son hazañas lograr victorias, culminar proezas o, tan siquiera, percibir lo que para muchos fuese mínima satisfacción. No. Lo terrible fue, es que, tras epifanías y realidad, se descubre feroz tautología del fracaso: lo cual, sin embargo, no nos despoja de la pregunta, de luchar e incluso de la ironía. El protagonista de alguno de sus breves cuentos sabe que será devorado por un buitre, nada puede hacer –nada hacen por él-, lo admite e incluso facilita la labor al entregarse, arrastrando consigo a su victimario. “Como un perro”, concluye en “El Proceso”, su más apabullante epifanía.
II
Hipersensibilidad: nos es dada la manía de querer medirlo todo. Las cifras, estadísticas y precisiones hacen de la cotidianidad un galimatías de números y obligaciones. Se miden coeficientes, distancias, producciones. Hay relojes que revelan partos, decesos, polución. Lo abstracto es difícil de cuantificar: esa luminosidad de óleos románticos podría medirse ahora por el número de pixeles utilizados en aquel ocaso inspirador. Pero la sensibilidad es más difícil de cuantificar aún.
No sé hasta qué punto sea cliché aquello de que el artista, el poeta, sean seres particularmente sensibles o hipersensibles. Una gama enorme de sensaciones podría llevar a que cada uno de nosotros se sienta especialmente inspirado, eclosionando no sólo suspiros, sino algún arrebato cursi y/o metafísico. No existe tecnología para medir la sensibilidad, lo cual les ahorra a críticos estándares, estadísticas sobre los artistas. ¿Hölderlin, Van Gogh, Trakl, Celan o Kafka (etc.) hacen parte del largo listado de seres ultrasensibles? No lo dudo, pero, ¿eso fue lo que les provocó su arte? Tampoco lo dudo, pero sospecho de esa categorización al apreciarla como asumida por muchos, con el propósito de titularse como artistas o escritores. Creo que tanto en ellos y en especial con Kafka, asistimos a vivencias extremas que buscan ese más allá de la primera imagen: agudización de sentidos que saben que mínimos ecos perviven donde los demás asumen que sólo les rodea el silencio. No son magos o profetas, son –quizás- aquellos “videntes” que preconizara Rimbaud. Seres que perciben lo adicional que nos presenta la realidad, como ocurre con el arco iris, que nos oculta otros espectros.
III
Soledad y Nostalgia: suelen estar unidas, extraña pareja, eterna entre afinidades e infidelidades. Kafka no es menos o más solitario o nostálgico que nosotros. Incluso anacoretas o baladistas pudieran, si se quiere, superarlo. Kafka no imposta su tristeza, sabe que es un hombre triste, a solas, como tantos en dinámica evolución de la humanidad. Su soledad es necesaria, ha de ser nocturna, en penumbra, habitándolo a él, cuartillas y epifanías en constante lid consigo mismo. Insomnio y soledad, vehículos, metáforas de todo lo consciente hacia las palabras y con ellas al fracaso, mas no a la derrota total. La pavorosa hipocresía que ha vivido desde niño, descubierta en sus entornos, le ha mostrado corrosiva horadación de la soledad en el Hombre. Muchos la niegan, rehúyen, él no, es su aliada. Siempre estaremos solos, como Gregorio Samsa, oculto y desterrado, debajo de una cama.
Ante la nostalgia, Kafka se asume como heredero de ominosa carga al saberse judío. La nostalgia de este concepto, lo implícito en extensa historia de éxodos, holocaustos y rechazos, supera al Kafka hombre, conduciéndolo a dolorosas inhibiciones, en especial al acercarse a las mujeres que amó. Sé de una nostalgia tan depresiva como la del genial checo, la de Fernando Pessoa por su infancia. Es fascinante (y triste) el matiz de nostalgia que leemos en su “Carta al Padre”, la precisión de recuerdos, la fuerza de ellos, como incontrovertibles argumentos no sólo de esta carta, sino de muchas anotaciones en diarios y relatos.
IV
Complejidad: Kafka es un autor complejo: es adjetivo preciso, no el único, pero sí bastante próximo al universo de sus textos. (No imagino un “Kafka para niños”). Es arduo sumirse en la lectura de algo tan elaborado e intrincado como “El Castillo”. La sensación –asombrosa por demás- de no avanzar, de adelantar poco debido a tan proverbial densidad, lo cataloga no sólo como maestro, sino como un escritor complejo. Autores como Camus, Borges, Canetti se han ocupado de él, desde varias cuartillas hasta centenares de páginas; el diccionario acoge el término “kafkiano” como sinónimo de complicado y, la literatura del siglo XX, sin su aporte, habría desestimado el poder de tamaña complejidad.
¿Existe un derrotero único para allegarse sin mayores excusas y dificultades a su obra? En secundaria, “La Metamorfosis” es lugar común de lecturas obligatorias. Su análisis suele ser tan superficial como ocurre con Pedro Páramo, amén de otras novelas breves. Esta corta, magistral pieza de la literatura admite, incluso, la conclusión de que es algo fantástico, un azar de la mala suerte que concluye pronto. “El Proceso” suele demandar muchísimo de normalistas y licenciados: lo evitan. ¿Sugerencias?
Atreverse a la decodificación de la obra de Kafka ha sido labor constante desde que fue conocida. Su complejidad invita a que expertos, en muchos de los casos, elaboren peores entramados. Asumo que la maravillosa dificultad que sentimos con rigor, con trabajo, ante vías que se abren o se cierran al adentrarnos en sus largos relatos, se debe al poder conjeturar multitud de opciones en dilatada declaración de derrota que nunca queremos aceptar. Nada hay más complejo que lo rutinario, Kafka lo supo, lo escribió; vivió desgastante erosión del tiempo y, sencilla y magistralmente, nos lo revierte en sus textos.
V
Personal: mi acceso a Kafka no fue a través de “La Metamorfosis”, ocurrió tras la lectura de “El Proceso”. Y valga la redundancia, viví todo un proceso de demolición de pésimas lecturas previas. Luego leí sus magníficos relatos, galería enorme de ideas, experiencias alucinantes que sintetizan la audacia y contundencia de un prosista limpio, incisivo y que no tiene compasión alguna con el lector. Max Brod suele citar la risa de Kafka al leer capítulos de sus novelas, el espectáculo de un ser que ha sabido padecer consecuencias de la existencia: es la risa o el suicidio.
Sin embargo, mi Kafka personal y fundamental, el que más me acompaña, es el hacedor de cartas. Es él en lo más íntimo, un tanto ajeno a sus poderosas alegorías; es él nocturno, vespertino o meditabundo entre la oficina y el ocio, es él ante la desnudez extrema. “Cartas a Milena”. Yo podría quedarme sólo con ellas, sin interesarme por realizar paralelos entre las mismas y lo que hubiese escrito durante los meses de esa correspondencia. El amor, pasión, dificultades que allí se expresan generan un alto perfil del Kafka poeta, adulto e imbuido en el avance de una enfermedad letal. Nos habla de todo lo visto, recorrido y de la aceptación de su soledad devastadora. Los encuentros, bosques, besos furtivos y la oportunidad de estar con una mujer no sólo hermosa, sino además escritora, quizá la más cercana a su espíritu, nos revela a un hombre aún capaz de desear, de soñar.
Pocas veces he leído textos más bellos, sublimes y humanos…
AUTOR: RAUL ALBERTO MEJÍA RESTREPO (COLOMBIA)
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Raúl Alberto Mejía Restrepo, Nacido en Medellín, 14 de julio de 1963. Mi nombre completo es Raúl Alberto Mejía Restrepo. Dado lo extenso del nombre, a veces aparezco con él completo, también como Raúl A. Mejía Restrepo, Raúl A. Mejía o, sencillamente, Raúl Mejía. Sin embargo, el nombre importa nada o casi nada, no lo expreso por falsa modestia o sencillez ridícula, pero me es irritante que el escritor enfatice vanidosamente su nombre: lo importante es el libro, lo otro es circunstancial. Trabajé como docente, intenté aprender idiomas, avancé en el inglés y fracasé en el francés. Queriendo leer al poeta Georg Trakl en su idioma, procuré aprender el alemán, pero no fui capaz: vaya mediocridad. En el año 1998 apareció mi primer libro en modesta edición, la misma que llevé -junto a otros poemas- al fondo editorial de la universidad Eafit , en donde me publicaron el libro «PARA FESTEJAR EL SILENCIO», año 2000. No sé si aún se consiga. Volví a intentar hacia el año 2014 con mi Alma Mater, la Universidad de Medellín y allí apareció mi libro «UN GRATO DESFILE DE NUBES», del cual, supongo, puedan haber por ahí algunos ejemplares. Desde el año 2017 he venido haciendo auto publicaciones en tirajes bajísimos, siendo el mayor de cien ejemplares y los últimos de treinta: ¡somos muchos y como en la canción: «no hay cama pa´tanta gente! Dichos ejemplares los he donado a contados conocidos y los demás entregados en varias bibliotecas locales. Cuento con poquísimos libros, a lo sumo el personal. Aparecen dos libros digitales, uno en la página del escritor Víctor Raúl Jaramillo y el otro en la página del escritor Zeuxis Vargas, conocido ahora como Akenaton Varxis. Otras colaboraciones en diversos blogs.
Cuento con página en Facebook, pero no soy afín a tener contactos. Aparezco como Raúl Mejía.