Un maniquí 90, 60 y nalgas carnavalescas, era el rey del stock. No sé por qué Octavio guardaba una mujercita de caucho allí. Era calvo, o calva, pero de rasgos finos, labios rubí-pulposos, pómulos prominentes, mirada penetrante y piernas larguchas. Los propios cauchos de sus pechos eran naturales, sin añadidos mamarios, como su nariz, sin rinoplastia. La sentía inteligente y estaba inundada de elegancia a pesar de su desnudez. Se creía polaca blanca. Nunca imaginé los gustos de goma de aquel hombre porque todo le gustaba caliente. Y es que cada secreto que tenga que guardarse, si es que hay que asegurar alguno, encuentra su fortín en algún escondite. Pasos mal dados, líneas mal cruzadas, lo vergonzoso, lo irracional y hasta lo superfluo, quedan a salvo en una madriguera de la casa. La guarida para esos misterios podría ser el cuarto de San Alejo, espacio al que también se le conoce como cuarto útil, bodega, o depósito. Hasta cuarto del “reblujo”, o cuarto de los chécheres le dicen en algunas inculturas. Pero, ese no es sólo el depósito de cosas materiales que ya no se usan o que, por algún valor sentimental, da pesar lanzar a la basura. Revistas, libros, lámparas, o mercancía en general, van a parar a esa especie de almacén invisible, o sitio de los enigmas. En un lugar como ese permanece tendida boca arriba, la polaca. Casi hipnotizada todo el tiempo, como dispuesta para él. Está celosamente cubierta por una suave frazada de disimulado gris. En cuchitriles parecidos al de la diva, deberíamos destruir distanciamientos, silencios, odios, amores y bobadas. Es el almacén de lo invisible y debería servir, igualmente, para enclaustrar tristezas, renovar sonrisas, cristalizar lágrimas, o simplemente gruñir. Eso podría acercarnos a la idea de la libertad y del desahogo. ¿Por qué revolver sentimientos con basura en un cuarto arrinconado y frívolo? Podría ser para no fastidiar a otros, o para escabullirse de algún drama que nos fastidie. Claro, sin abusar, como sí lo hicieron unos animales que sorprendí haciendo estragos en ese lugar de acopio de la vida. Tenían los calzoncillos caídos hasta los tobillos. Se apareaban como borriquitos descocidos. Lo raro es que respetaban la muñequita de Octavio. Esa escena licenciosa y el maniquí durmiente, fue lo que me desengañó de esas cuevas. Los descosidos de esta historia pueden hacer lo que les venga en gana, pero en el “shut”, no en cuartos ajenos. No me importa la estatuilla de goma de mi paisano. Allá él. No sólo es el propietario del stock, sino de la muñequita y de sus fantasías con estatuas. Lo que me hace pasar de claro en claro realmente, son los manoseos de que es objeto mi pobre patria. Le dan y le dan, y esta, impasible y cobarde, permanece en cuatro. Por si acaso, yo le había hecho varias confesiones oportunas a Octavio. Una noche de moscateles me corrí el velo y le dije que no tenía cuarto de San Alejo, que odiaba los maniquíes, que no usaba frazadas en cuchitriles ajenos y que no había votado por ningún dictador borrachín de la región. Desde entonces, no sólo me quitó el habla, sino que me negó el cuarto de sus andanzas para seguir guardando mis noches de putardiano anacoreta.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)
José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
Email: al.paraiso56@gmail.com
Facebook: José Montañero