COLUMNA DOMINICAL
LA CRÍTICA, AUNQUE EN MUCHAS OCASIONES INJUSTA,
PUEDE LLEGAR A SER MUY NECESARIA
Por: Julián David Rincón Rivera (Colombia)
Correo electrónico: electrónico: rinconriverajulian@gmail.com
Para hablar de ella, me valgo del caso Kevin Carter.

Fotografía: Foto de un niño asediado por un gigantesco buitre / Kevin Carter
Para los que no lo sepan, y a estas alturas es de sorprender que, de hecho, alguien lo sepa, Kevin Carter fue un fotógrafo sudafricano que ganó el premio Pulitzer de fotografía en 1994 por tomar lo que se puede considerar la representación gráfica del hambre. Me refiero a esa ciertamente popular foto en la que aparece un niño (erróneamente referenciado en muchos medios de comunicación como una niña) en el suelo. Su cuerpo, que es prácticamente los huesos forrados en piel, detalla con claridad los segmentos, las líneas y los filamentos de sus huesos. La cabeza es lo que más resalta en comparación con el famélico cuerpo. Detrás, como si del mensajero de la muerte se tratara, aparece un buitre, como esperando, al acecho, aguardando pacientemente a que llegue el momento definitivo del niño para hacer su trabajo. Si se busca en internet con cualquiera de las referencias anteriormente mencionados, es muy fácil dar con la imagen en mención. Al realizar este ejercicio, suele pasar que el curioso se entera que, de hecho, ya había visto la imagen, en algún lado, en algún momento, solo que no la recordaba. Realmente, la imagen es una instantánea muy difícil de ver. De hecho, me atrevería afirmar que muy pocos, por no decir nadie, puede responder indiferentemente a ella. Algo mueve, algo genera, algo incomoda, y tal vez sea este, precisamente, el mérito de la fotografía. Pero de lo que quiero hablar no es de la imagen en sí misma, sino de la historia detrás de la imagen.
Kevin Carter era un fotógrafo que, con otros tres colegas, formaron el popular Bang-Bang club. También conocidos como los fotógrafos de la muerte, estos cuatro fotógrafos, en un principio, se propusieron cubrir la escalada de violencia que azotaba a Sudáfrica a finales de la década de los 80 y principios de los 90. Sudáfrica, bajo el control colonial británico, vivió un estado de segregación y discriminación racial que fue creado, aplicado y legislado por el National Party bajo el nombre de apartheid. Dicha ley, en términos generales, consistía en lo mejor para la minoría blanca y las sobras para la mayoría negra. El estado de segregación y discriminación llegó a un punto de inflexión en el momento en que el CNA (Congreso nacional africano), partido político del cual hacia parte Nelson Mandela y que luchaba por los derechos de esa mayoría negra segregada, limitada, apartada y discriminada, decidió dejar su intención no violenta para luchar contra el apartheid, (intención que el CNA había tomado basándose en Mahatma Gandhi) y adoptar una postura violenta en respuesta a las constantes violaciones y ataques del National Party, incluso de la policía, contra la población negra. Ataques que llevaron incluso a la muerte de muchos manifestantes negros. La escalada de violencia se agudizó con la libertad de Nelson Mandela y el anuncio de las primeras elecciones libres y democráticas en Sudáfrica programadas para abril de 1994. Claro que Sudáfrica quería y necesitaba unas elecciones democráticas, sin embargo, dichas elecciones no eran de la conveniencia para esa minoría que estaba en el poder. Dicho grupo de fotógrafos, ante el aumento de la violencia y del interés para lo que sería un evento histórico en Sudáfrica, se metía, literalmente, en el corazón de la violencia para tomar las instantáneas de lo que era la realidad cotidiana de Sudáfrica antes de las elecciones. Su trabajo fue tan notorio, popular e influyente, que muchas organizaciones y partidos independistas de diversos países africanos los buscaron para documentar las luchas y tragedias propias de sus territorios y así tener una visibilización internacional. Una de estas invitaciones fue una misión de las Naciones Unidas a Sudán del Sur que, en aquel entonces, atravesaba una guerra civil, sin embargo, la mayor problemática de esta región se debía a una gran crisis de hambruna que, evidentemente, se agravó a razón de dicha guerra civil. La intención de la misión era llevar ayuda alimentaria a una región que estaba azotada por el conflicto y el hambre. Joao Silva, uno de los miembros del club, fue invitado para documentar la misión. Este, a su vez, extendió la invitación a Kevin Carter, quien, al parecer, no se lo pensó dos veces. Fue allí, precisamente, donde Carter tomó la icónica foto. Dicha foto fue enviada al New York Times, que tenía contactos con varios miembros del club. La foto de Carter fue elegida cómo imagen de cabecera para mostrar la noticia de los acontecimientos del país africano. La reacción y respuesta a la imagen no se hizo esperar. Muchos lectores escribieron directamente al diario para conocer la suerte de la niña (ya que el diario mencionó que la criatura de la imagen se trataba de una niña). De igual forma, el eco de la imagen llegó a muchos países, a muchos continentes. El resultado de esta imagen fue la condecoración del premio Pulitzer anteriormente mencionado a Carter por la mejor foto del año, y uno de los impactos más dramáticos de la misma ocurrió unos meses después del anuncio del premio, cuando Kevin Carter fue encontrado muerto en su auto, cerca del lugar donde había crecido. La causa de su muerte: suicidio.
Mucho se especuló al respecto, y la respuesta general que se encuentra de este hecho responde a la presión que el fotógrafo obtuvo después del reconocimiento, aun así, la realidad es mucho más compleja y enrevesada a este respecto. Al investigar y sumergirse más en el caso, se van encontrando detalles que bien pueden dilucidar la realidad de los hechos. De hecho, se sabe que existe una forma de “carta suicida” que Carter escribió minutos antes de su muerte. La realidad es que Carter estaba lejos de tener una vida equilibrada, controlada y estable. Se hablaba mucho de diferencias con sus padres, problemas con su pareja con la cual tenían una hija en común, dilemas económicos, una conocida adicción a sustancias psicoactivas, el antecedente de un intento de suicidio que pocos conocían y, para rematar, la muerte de su mejor amigo, miembro también del club, Ken Oosterbroek, cubriendo la violencia en una de las localidades de Sudáfrica. Estos datos se pueden corroborar gracias a la lectura de un libro que Greg Marinovich y Joao Silva, ambos miembros del club y sobrevivientes de este, escribieron y publicaron en el año 2000. En dicha publicación se puede encontrar de forma más real, íntima y descriptiva la realidad del club, de sus miembros y de Sudáfrica en el periodo mencionado. Es un acercamiento más veraz, real, sincero y fiel a la realidad, en comparación con todos los datos obtenidos en internet. De esta manera, se puede obtener una opinión más certera de los acontecimientos y que sustentan la idea que encabeza este ensayo.
Considerando la lectura de la publicación, es muy apresurado y desestimado afirmar entonces que la principal razón que llevó a Carter a terminar con su vida fue el premio y las consecuencias de este, como muchos medios afirman. Aunque no se le puede quitar “mérito” a este hecho, sería mucho más conveniente asegurar que este fue una de las tantas gotas que rebasaron el vaso. Uno de los impactos más notorios que la foto generó en la prensa, y en la comunidad en término general, fue la apertura a un debate relacionado con la capacidad de acción de todos aquellos que se encargan de documentar los casos y las noticias más difíciles, traumáticas y dolorosas de la humanidad. Entre los lectores que se comunicaron directamente con el diario, muchos se interesaron en saber cuál había sido la intervención del fotógrafo. ¿Qué había hecho este por el infante? ¿Se había atrevido a hacer algo más que simplemente tomar la foto?
En este sentido, las versiones divergen peculiarmente. Dado que la publicación no contenía un detalle relacionado con la suerte del infante, mucho menos con la acción del fotógrafo, muchas personas, al parecer, asumieron que el fotógrafo no había hecho absolutamente nada más allá de tomar la foto. Del mismo modo, es plausible considerar que algunas personas llegaran a asumir que la suerte final del infante fue la muerte. La imagen, más que presentar la demostración y evidencia del hambre, tiene también una fuerte referencia de su más cruel acompañante. El buitre parece representar la muerte en sí misma, como la consecuencia real y veraz de ese dramático estado que es el hambre. Por esta razón, se empezó a originar un discurso de condena categórica contra Carter. Así pues, el diario se vio obligado a contactar con los implicados para conocer sus versiones y así aclarar los hechos. Silva, quien asistió a la misión de Naciones Unidas con Carter en Sudán del Sur, tenía unas intenciones muy específicas que no estaban relacionadas directamente con la difícil situación de los habitantes de la región, por lo cual, al llegar al lugar de la misión, se separaron. Al reencontrarse, Silva encontró a Carter recostado contra el tronco de un árbol, fumando y llorando. Carter, visiblemente alterado y afectado, le informó a Silva el hecho de la foto, a la vez que le mencionaba a su propia hija y como la escena lo obligaba a recordarla. Igualmente, Carter aseguró que, al momento de encontrar la escena, esperó a que el buitre abriera sus alas para obtener una mejor toma, sin embargo, esto no ocurrió. Después de tomar la foto, se limitó a espantar al buitre. No encontró necesario hacer algo por el infante ya que este estaba muy cerca del punto de entrega de las ayudas, donde se encontraban sus padres. Estas declaraciones avivaron con mayor interés el debate, a la vez que pronuncio el escarmiento moral contra Carter.
¿Cuánto tiempo le hubiera tomado hacer algo por el infante?
Si tuvo la paciencia, como al parecer ocurrió, de esperar a encontrar una mejor toma para la foto, no debía tomarle mucho tiempo procurar algo de ayuda al infante. Es esta falta de iniciativa, de acción, que en muchas personas parece algo obvio y necesario, lo que aleja a Carter de la empatía de sus críticos. Aun y todo esto, el diario se aseguró en confirmar que la criatura no había muerto.
El reproche se convirtió en crítica, y de la crítica se pasó a la condena. Muchas personas argumentaron que Carter había utilizado la foto con la intención de ganar fama y reconocimiento. Lo trataron de buitre en sí mismo, de cobarde y muchas cosas más. Aunque muchos de estos comentarios provenían de personas que no conocían el contexto, por lo cual, carecían de razonamiento y fundamento alguno para sus palabras, muchos de estos comentarios, si se analiza bien, tienen algo de razón.
Carter no pasaba por un buen momento, además de sus problemas personales, sus problemas económicos, sus andanzas con las adicciones, la muerte de su mejor amigo había provocado en él, y en todos los miembros del club, un golpe lo suficientemente devastador como para cuestionarse la razón de su profesión. Muertes, ejecuciones, asesinatos, violaciones, sangre, dolor, sufrimiento. La violencia constante y repetitiva a la cual estaban expuestos terminaba de generar, de uno u otro modo, una alteración en la psique de cualquier persona. No solo estaban asustados, estaban cansados, angustiados, desesperados. Ser un fotógrafo de la muerte tiene muchas consecuencias, y una de ellas era perder a los más queridos y amados, a esos hermanos que se hacen en vida, sin la necesidad de compartir sangre. Según muchas declaraciones, Carter se lamentó el no haber estado presente en el momento de la muerte de Ken. De hecho, afirmó en varias ocasiones que debió haber sido él quien recibiera el disparo, no Ken. El hecho de perder a su mejor amigo días después de saber que ganaría el Pulitzer amortiguó por completo el ánimo ante el reconocimiento, pero los días pasaron y, como suele ocurrir en estos casos, el tiempo hizo su trabajo en esas heridas que son tan profundas, traumáticas y dolorosas. Carter recibió la invitación para recibir el reconocimiento públicamente en Estados Unidos, y aunque en un principio pareció reacio a la ceremonia, el insistente deseo de una de las editoras del New York Times para que hiciera presencia y la sugerencia de muchos conocidos lo llevaron a cambiar de opinión. Carter veía entonces con buenos ojos la ceremonia, de hecho, se convenció de que el reconocimiento era la mejor de las posibilidades para cambiar su destino, su suerte hasta ahora totalmente infructuosa. Carter se había hecho con un nombre importante en la industria, su suerte podía cambiar, su destino podría tener un rumbo claro y definido, en comparación con su hasta ahora desordenada, caótica y tormentosa vida. Iría a Estados Unidos, recibiría públicamente el reconocimiento y hablaría con todos y cada uno de los integrantes del gremio. El acontecimiento significaba una excelente oportunidad para crear enlaces, y sería muy estúpido desaprovecharla, así que, sí, efectivamente, el reconocimiento era una garantía de fama, de poder, de influencia, y Carter pretendía valerse de estas para asegurar su destino y, más importante aún, el de su hija.
Carter asistió a la ceremonia. Muchos de los que estuvieron allí con él aseguraron encontrarlo con una alegría, disposición y emoción particular. A todos los interesados les explicaba con detalle lo sucedido en Sudán del Sur, aun así, estos detalles despertaron y reavivaron los fantasmas del cuestionamiento moral. Tal parece, y dadas las circunstancias de la ceremonia, Carter se vio “forzado” a alterar de cierta manera los detalles de los hechos. No negó haber dejado al infante a su suerte, pero justificó su accionar asegurando que el niño, lejos de estar agonizando o al borde del desfallecimiento, estaba recuperando sus fuerzas para acercarse al punto donde se entregaban las ayudas y donde también se ubicaban sus padres, cosa que, según Carter, el niño hizo por su propia cuenta. Además, aseguró que un instinto en su interior, una voz que resonaba en todo el drama del hecho, lo empujaba a tomar la foto, simple y llanamente, tomar la foto. Este accionar sirve de explicación para cierta forma de norma o regla no escrita que existía en aquel entonces, la cual dictaminaba que los documentalistas no debían intervenir en los sucesos que cubren. Sea por las razones que sean, la realidad es que, en este sentido, Carter se ajustó casi a la perfección al desarrollo, cumplimiento y normativa de su trabajo. Esta conducta me lleva, inevitablemente, a recordar a Adolf Eichmann, mejor dicho, al libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, en el cual se describe el desarrollo y los acontecimientos del juicio del que es conocido como el arquitecto del holocausto. Durante el proceso, Eichmann pretendió justificar sus acciones como miembro de las SS durante el holocausto admitiendo que él solo estaba cumpliendo con su trabajo. Incluso, y para no ir muy lejos del foco de estos acontecimientos, este mismo argumento fue utilizado por un policía sudafricano que había sido acusado de torturar a muchas personas durante la época de la segregación racial conocida como apartheid.
¿Excusa para eludir la responsabilidad o realidad que esconde aspectos mucho más complejos y dramáticos?
Posiblemente, esta normativa del trabajo de Carter apaciguó y durmió, en cierta forma, su sentido humanitario, llevándolo a omitir esa ayuda que parece tan obvia en muchos de sus críticos.
Carter regresó a Sudáfrica con mucho interés, ilusión y esperanza traducida en nuevos encargos, nuevos contactos, y la promesa de un mejor futuro, aun así, el que está señalado por la tragedia, en tragedia termina. Lejos de superar sus adicciones, lejos de encontrar una estabilidad amorosa y económica, Carter recibía encargos esporádicos que no sabía cumplir con la rigurosidad de su nuevo estatus. El miedo y las dudas se apoderaron de él, ya no era el mismo curioso y entusiasta por los hechos y acontecimientos de antes. El peso del reconocimiento lo condicionaba a realizar un trabajo excelente, y él no se sentía como un fotógrafo de esa excelencia. A mediados de julio del 94, recibió el encargo de cubrir la primera visita a un país extranjero de Nelson Mandela, ahora presidente de Sudáfrica, en Mozambique. Dicen que Carter, con la esperanza de hacer las cosas como se deben, programó tres despertadores para la mañana del vuelo a Mozambique, sin embargo, ninguno de los tres despertadores logró evitar lo inevitable: Carter perdió el vuelo. Aun así, se las arregló para llegar ese mismo día a Mozambique y hospedarse con un colega. De regresó a Sudáfrica, un colega y amigo suyo lo recogió en el aeropuerto. Según este, Carter seguía invadido por las dudas, el miedo, la inseguridad y la depresión. Hacía referencias continuas al suicidio, como una posibilidad real y palpable ante el drama de su vida. Su amigo, incómodo por el estado de Carter, trataba de persuadirlo de dejar esos pensamientos innecesarios. Para ello, mencionaba a Megan, su hija. Según muchos de los más cercanos, Megan era la única vía real que encontraban para sacar a Carter de ese estado oscuro de desolación y sufrimiento. Con temor a dejarlo solo y a su suerte, su colega lo invitó a cenar esa noche con él y su mujer, a lo que Carter aceptó con agrado. Mientras se acercaban al lugar de residencia, Carter se enteró de un hecho trágico: no encontró el material con toda la documentación obtenida en Mozambique. Su amigo, tratando de calmarlo, sugirió que estos estarían debajo del asiento o se habían deslizado por algún lugar recóndito del vehículo en movimiento. Al llegar a la casa, buscarían con calma. Sin embargo, al buscar, no encontraron nada. Carter, evidentemente angustiado, consideró que los había dejado olvidados en el avión.
“Todo ha terminado. Ya no puedo seguir viviendo de esta manera…”
Dicen que dijo Kevin. Dos días después, su cuerpo sin vida fue encontrado en el interior de su vehículo. Este hecho terminó de encender la ya caliente llama del debate y el cuestionamiento moral del implicado. A pesar del fatal y trágico desenlace, muchos continuaron condenando la falta de acción de Carter, más que eso, lo catalogaban como “el villano” de la escena. Del mismo modo, y tal vez influenciados por la pérdida de un colega, muchos fotorreporteros se metieron al lodo para involucrarse en el debate. Entre los comentarios más significativos, está el de dos reporteros españoles que habían asistido al lugar de los hechos unos meses antes de que Carter tomara la foto. Aunque refieren el hecho con un tecnicismo que no me parece conveniente referir en este caso (por la falta de entendimiento de este, más que cualquier otra cosa), su narrativa sugiere que el reproche y la condena dirigida a Carter era una exageración alentada por la ignorancia y la falta de hechos y certezas. De hecho, y si se analiza con detalle, la mayoría de las opiniones de aquellos que tienen algo de experiencia y conocimientos al respecto favorecen esta idea, la de que la condena moral tiene como origen un grupo de aficionados al escándalo y el drama. Tal parece, la crítica, lejos de estar sustentada en datos, conocimientos, experiencias, está motivada por la envidia, el resentimiento, el odio y el rencor. En este sentido, deja de ser un acto racional para ser una mera cuestión sentimental y emocional. Del mismo modo, es la respuesta más fácil y rápida a los hechos que ocurren a nuestro alrededor. No es de extrañar entonces el dinamismo y la rapidez de estas, dada la interacción tecnológica que facilita dramáticamente los procesos. De este modo, todos y cada uno pueden hacer parte de la dinámica de los sucesos, de los escándalos, de las modas, de los acontecimientos que, de igual forma, pasan con una rapidez insólita. Estos atrevimientos, carentes entonces de sentido, razón y fundamento, terminan siendo un insulto, una injuria desestimada para el que las sufre. No niego entonces que los apelativos referidos a Kevin Carter son, en extremo, exagerados e innecesarios. De igual forma, no me extrañaría en absoluto descubrir que los más exaltados y atrevidos en estos términos son aquellos que se resguardan en el refugio del anonimato o que nada tienen en relación con la práctica del reportaje. Estos críticos son, en el mejor de los casos, unos buitres en sí mismos que se abalanzan sobre su presa para humillarla y condenarla. Un deseo, una necesidad humana en señalar al prójimo. Si se conocieran con profundidad y certeza los hechos, las críticas no serían como son, pero lo dicho, estos atrevimientos sirvieron para despertar en su momento el debate y reavivar hoy, más de treinta años después, esa implicación moral que también es sumamente necesaria.
En lo personal, no puedo negar que Kevin Carter pudo haber hecho más en aquella situación, más no afirmo que Carter “debió” hacer algo. Aun así, él era el que estaba allí, en el momento justo, en el lugar indicado para tomar la foto. Incluso, puede que Carter fuera el menos indicado para dicha foto, no por la calidad de esta ni la de Carter como fotógrafo. Kevin contaba con una inestabilidad peligrosa, que rozaba el filo de la tragedia y la desgracia. Una personalidad frágil, endeble, sacudida y magullada por las complejidades de esta vida indescifrable y por la muerte de su hermano en esa vida de muerte, violencia, sangre y tragedia que los unió. Si a todo esto se le suma la foto, el reconocimiento y las implicaciones de estás, no es de extrañar entonces el resultado final. De hecho, creo estar convencido de que, si Carter hubiera ayudado al infante en lugar de tomar la foto, en consecuencia, no haber recibido el premio y evitar las repercusiones de este, el final sería el mismo. Tal vez demoraría más, pero es como si su destino estuviera firmado, determinado. Él mismo lo aseguró en muchas ocasiones, a muchos de sus conocidos, pero estos, incapaces de afrontar la realidad de Carter, esperaban que sus tentativas fueran meras exageraciones. El peso de las consecuencias cayó sobre el más frágil, vulnerable e indefenso de todos. Aun y todo, Kevin Carter no puede ser sinónimo de condena o reproche. Me atrevo asegurar que Carter hizo mucho más de lo que muchos de sus críticos serían capaces de hacer nunca jamás. Tampoco puedo tildarlo de cobarde si yo mismo puedo terminar siendo tan o incluso más cobarde en una situación de este calibre. Uno cree conocerse, saber sus propios límites, hasta dónde es capaz de llegar, pero una cosa es lo que se dice en una carta, en un pedazo de papel, o sentado frente al ordenador. Yo sé bien que somos mucho más cobardes de lo que creemos. Claro que me he sorprendido escapando de una situación incómoda, como un vil y sucio cobarde, para después preguntarme y reprocharme mi accionar, ¿Por qué escapé como un cobarde? Del mismo modo, la decisión me flaquea si las circunstancias me llevaran a tomar una cámara en las manos y meterme de lleno en una protesta, en una marcha, en unos disturbios, por un miedo que ahoga todo el sentido de la responsabilidad y la iniciativa. Aquí me tienen entonces, cómodo y confortable en el calor abrigador de mi casa, hablando de la crítica, siendo un crítico y esperando ser criticado. Efectivamente, se puede discutir el accionar de Kevin Carter al momento de tomar la foto, pero lo que no se puede negar es su coraje, él de todos los miembros de Bang Bang club y todos los fotógrafos y reporteros que se juegan la vida, se meten en el corazón del terror, el peligro y la violencia para tomar esas instantáneas y documentar las tragedias de la humanidad, esas mismas que son discutidas y debatidas por algunos que se atreven hablar al respecto.
No se puede desacreditar la influencia y el impacto de la imagen que tomó Kevin Carter. Un ejemplo de ello es la experiencia vivida por Joao Silva, años después de lo acontecido, en Afganistán. Mientras cubría una escalada de violencia, el vehículo en el que se transportaba pasó cerca de una explosión. Silva pidió al conductor que se detuviera y él, contagiado por el vértigo y la emoción del momento, bajó del vehículo, con cámara en mano, con la intención de capturar algo. Mientras la nube de polvo y escombros se disipaba después del estruendo, reconoció la figura de un hombre que llevaba en sus brazos a un niño. El hombre cargaba con su hijo herido y pedía auxilio a Silva para llevarlo al hospital más cercano. Silva no vaciló, dejó la cámara colgando de su cuello, llevó al hombre y su hijo herido al vehículo e inmediatamente lo llevaron al hospital más cercano. En el hospital, el niño murió a causa de la gravedad de sus heridas. Este hecho lo estremeció, y aunque no tomó foto alguna, Silva reconoció que su accionar rompía con la normativa típica de su trabajo a la cual estaba rigurosamente regido. Tal parece, Silva había recuperado ese elemento humanitario que tanto le criticaron a Carter. ¿Y quién nos niega que esto no se debió, de alguna forma, a la influencia del caso Carter?
Unos días después de su muerte, un paquete proveniente de Japón llegó a la casa de los padres de Carter. Este contenía un cúmulo de cartas escritas por estudiantes de un colegio en Tokio, donde describían a Carter cómo su foto los había afectado. Algunos extractos de estas cartas fueron leídos en el funeral, como homenaje póstumo a la memoria del fotógrafo. Dentro de los comentarios más significativos, me gustaría mencionar aquel que describe cómo, después de ver la foto, el estudiante hacía un esfuerzo consciente por comer todo lo que se le era ofrecido en su plato. Saber que Kevin Carter nunca llegó a leer esta correspondencia, en consecuencia, nunca llegó a evidenciar el impacto de su foto, en un sentido positivo, genera una incomodidad similar a la visualización de su famosa foto.
¿El haber leído esta correspondencia hubiera afectado, de alguna manera, la perspectiva de Carter o, incluso, hubiera evitado su trágico desenlace?
Eso es algo que nunca sabremos.
AUTOR: JULIÁN DAVID RINCÓN RIVERA (COLOMBIA)
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Julián David Rincón Rivera, segundo de dos hijos, nacido en Bogotá, Colombia el 7 de abril de 1994. Profesional de Cultura Física, Deporte y Recreación.
Lector apasionado, escritor por elección, músico por diversión.
Cuenta con tres publicaciones antológicas con la editorial ITA, además de dos publicaciones en proceso, también de carácter antológico, con factor literario y la editorial mítico.
Con varias publicaciones en revistas de américa latina, encuentra en la escritura el mejor sustento para su vida.
Instagram: @relatero_literal
