Antes de nosotros, existieron creadores que se jugaron la piel por la belleza y son eternos… ¡Conócelos!
El Escritor Rebelde en la inmortalidad del día es:
Max Aub – (París, 1903 – México D.F., 1972) Novelista, dramaturgo, poeta y crítico español. Es una de las principales figuras de la literatura española en el exilio, etiqueta que agrupa la producción de una serie de autores (Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Arturo Barea, Alejandro Casona, Rosa Chacel y Segundo Serrano Poncela, entre otros) que se vieron obligados a abandonar el país tras la derrota de la República en la Guerra Civil y que, impedido su retorno por el régimen del general Francisco Franco (1939-1975), desarrollaron la mayor parte de su obra en el extranjero.
Hijo de madre francesa y padre alemán de origen judío residentes en España desde 1914, Max Aub estudió en Valencia y trabajó en el negocio familiar. Comenzó su obra literaria colaborando en publicaciones como Azor y la Revista de Occidente. Aunque pertenezca a la Generación del 27 por razón de su vanguardismo, cuesta mucho trabajo incluirlo en ella. Durante la Guerra Civil española estuvo en el lado republicano. Colaboró con André Malraux en la realización de la película Sierra de Teruel. En 1942 llegó a México, después de haber pasado por un campo de concentración en Francia y por Argelia; en México D.F. desarrollaría una actividad intelectual extraordinariamente rica, especialmente en el mundo del cine.
En 1929 había publicado Geografía, obra vinculada estéticamente a la Generación del 27; más tarde, Fábula verde (1933), en esa misma estética; con Luis Álvarez Petreña (1934) inaugura la que se denomina «literatura deshumanizada». De su producción novelística cabe destacar Las buenas intenciones (1954), recreación irónica en la tradición de Pérez Galdós, y La calle de Valverde (1961), relacionada con la agitación política en los últimos años de la dictadura e igualmente escrita en clave realista. En torno a la Guerra Civil gira El laberinto mágico, serie integrada por seis obras, que van desde Campo cerrado (1943) hasta Campo de los almendros (1968).
Max Aub cultivó además una literatura de textos y autores apócrifos, en que lo inventado se presenta como realidad histórica: Antología traducida (1963), Vida y obra de Luis Álvarez Petreña (1943-70), en que expande su obra de 1934, y Josep Torres Campalans (1958), novela que incluye una entrevista al protagonista de la obra, una lista de hechos del momento y un catálogo de los escritos de ese imaginario personaje.
Su pasión por los cuentos abarca desde No son cuentos (1944) hasta Los pies por delante (1975), entre otras muchas colecciones. Como autor teatral, pasó por tres épocas repletas de títulos: la vanguardista de la preguerra; la comprometida (lo que llamó «teatro de circunstancias») de la Guerra Civil, y su fase final mexicana. Algunos de los títulos más célebres de esos tres períodos son Narciso (1928), Espejo de avaricia (1935), San Juan (1943), Morir por cerrar los ojos (1944), Deseada (1950) y Retrato de un general (1969).
Su obra poética incluye el poemario Diario de la adelfa (1944); además, recopiló y editó poemas en una interesante antología: Poesía mexicana, 1950-1960 (1960). Cabe señalar, por último, sus ensayos de crítica literaria e introducciones a la literatura española, como su Discurso de la novela española contemporánea (1945) o su Manual de historia de la literatura española (1966). En 1998 se publicó una edición de sus diarios inéditos, escritos entre 1939 y el año de su muerte.
LA SONRISA
Cuando el general Den Bié Uko se enteró que su enemigo el general Bai Pu Un había caído prisionero, se alegró muchísimo. La verdad: nada hubiera podido satisfacerle tanto. Nadie lo notó. Así era de reservado, dejando aparte que los músculos de su cara no se prestaban a la exteriorización de ningún sentimiento.
Lo mandó encerrar en la última mazmorra del fuerte de Xien Khec. La conocía de tiempo atrás, cuando los ingleses lo tuvieron allí a pan y agua, cuatro años. Hacía de eso bastante tiempo: entonces Bai Pu Un era como su hermano. Ocho barrotes a ras de tierra, cosa de veinte centímetros de alto, sitio suficiente para que corrieran las ratas, gordas, de los arrozales de la colina en declive.
Sí, había sido como su hermano. Ahora había perdido. Den Bié Uko no dudó nunca, siempre tuvo fe en su estrella, aun cuando ayudaba a su amo —¿fue su padre?— a mover aquel telar primitivo. Entonces los franceses y los ingleses enviaban agentes suicidas que se hacían matar para que sus gobiernos tuvieran pretexto relativamente valedero para ocupar militarmente el país; hacíanse llamar misioneros. Den Bié Uko los admiraba y aprendió de ellos. Ahora, con Bai Pu Un en su poder no tendría problemas, pero estuvo a punto de fracasar. La culpa la tenía su rival, en el fondo siempre lo supo: era de sangre Kuri. ¿Cómo hacerle pagar los dos últimos años de inseguridad; de correr, esconderse, pasar hambre y miedo?
No era tan fácil como pudiera parecer a primera vista. Inmóvil en su hamaca, el general vencedor rumiaba las posibles venganzas. En ningún momento se le ocurrió recurrir al tormento físico. Eso quedaba para los europeos o los mahometanos. El dolor se soporta cuando uno está decidido a ello. Lo sabía por propia experiencia, y ajena. El que quiere aguantar, aguanta.
Había traicionado a Bai Pu Un hacía tiempo y vencido. En estas condiciones no podía mostrarse generoso. Un mes antes, previendo el final dichoso le envió un emisario. Lo que le mandó decir su todavía rival no es para recordarlo. El empalamiento no era suficiente. Si lo hubiera insultado solo a él, pase. Pero tuvo a bien meterse con su madre. Ahora lo tenía enjaulado bajo tierra. Den Bié Uko sonrió teóricamente.
La idea surgió al despertar. Solo en el “pensar recto, querer recto, hablar recto, obrar recto, profundizar recto” reside la verdad. ¿Qué estaría pensando, qué estaría esperando Bai Pu Un? Pensaría en él, pendiente de su inclemencia: preparándose para el tormento, resignado a los suplicios.
Llegaban cantos de victoria apoyados en tambores.
A menos que creyera que Jembogan pudiera hacer algo por él. ¿Por qué no había de suponerlo? Pero ¿quién podía haberle puesto en antecedentes? Nadie. Jembogan, un dios. ¿Qué no podría si se lo propusiera? Si llegaba a enterarse de que Bai Pu Un había sido hecho prisionero por Den Bié Uko, intervendría, con toda su fuerza, que liberaría al preso. Bai Pu Un ignoraba el acuerdo a que había llegado con su vencedor. Si Bai Pu Un pudiera creer, hasta última hora, hasta ultimísima hora, que Jembogan lo iba a liberar. Que se iba a voltear la suerte de todo en todo…
Den Bié Uko se relame interiormente. Llama a U Ma Ni, su ayudante preferido y le da un amuleto de Jembogan, que trae atado bajo el sobaco. Le da la orden de hacerlo llegar por persona interpuesta a manos del prisionero.
Cuando supo que su orden había sido cumplida, mandó detener y ejecutar al mensajero en la plaza del fuerte para que, desde su celda subterránea, Bai Pu Un pudiera verlo. Debieron entregar el amuleto hacia las diez de la mañana, la ejecución tuvo lugar a las tres de la tarde. Den Bié Uko dejó pasar el resto del día sin hacer nada. No recibió a nadie pensando en lo que pensaba su enemigo.
Al caer la noche ordenó que al Norte, al Este y al Sur se dispararan unos cuantos tiros y, una hora después, una ráfaga de ametralladora a cosa de dos kilómetros de la fortaleza. Luego se emborrachó. Al despertar, ordenó formar lo más de sus tropas disponibles como si fuesen a entrar en combate. Luego las mandó hacer un simulacro en las orillas del río. Las dos baterías no dejaron de disparar desde las diez de la mañana. Dizque se olvidaron de dar de comer al prisionero.
Cuando el sol empezó a decaer hizo que sus tropas se replegaran hacia el recinto que las cobijaba sin dejar de disparar. De pronto dio la orden de suspender el fuego, de dispersarse en silencio, de formar el cuadro que había de fusilar a un vencido enemigo.
Por eso Jembogan nunca pudo explicarse el esbozo de sonrisa que apareció en la faz de Den Bié Uko, algún tiempo después —poco: las alianzas son frágiles— al enfrentarse al arbolón donde iba a ser, para lección de propios y extraños, colgado por los pies.
AUTOR: MAX AUB (ESPAÑA/MÉXICO)
FUENTE – AGRADECIMIENTO
Biografías y Vidas – Biografía Max Aub
Tomás Fernández y Elena Tamaro. «Biografia de Max Aub» [Internet]. Barcelona, España: Editorial Biografías y Vidas, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/aub.htm [página consultada el 22 de diciembre de 2025].

Equipo Escritores Rebeldes
