(Versión breve de un relato en proceso) La luz de la tarde caía oblicua sobre el tablero de ajedrez. Adrián movía su alfil con precisión quirúrgica. El Profesor sonrió, derrotado otra vez, pero más fascinado que molesto. Verónica pasó frente a la ventana, se detuvo un segundo más de lo necesario. Adrián no la vio, o fingió no verla. Un aroma a café y tinta seca flotaba en el aire. Ninguno hablaba de lo esencial. Apenas un mes antes, Mateo le había confesado su decisión: se iría al monasterio. Adrián…
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