(Versión breve de un relato en proceso)
La luz de la tarde caía oblicua sobre el tablero de ajedrez. Adrián movía su alfil con precisión quirúrgica. El Profesor sonrió, derrotado otra vez, pero más fascinado que molesto. Verónica pasó frente a la ventana, se detuvo un segundo más de lo necesario. Adrián no la vio, o fingió no verla. Un aroma a café y tinta seca flotaba en el aire. Ninguno hablaba de lo esencial.
Apenas un mes antes, Mateo le había confesado su decisión: se iría al monasterio. Adrián se había quedado en silencio, asintiendo lentamente. Más atrás en el tiempo, el Viejo Manuel, con su ejemplar de La Náusea lleno de separadores y promesas rotas, le decía que leer era como vivir: fácil empezar, difícil persistir. También recordaba aquella tarde en que asistió a su primera reunión del colectivo asexual. Salió antes de que terminara. «No soy eso», pensó. «No soy una etiqueta de moda.»
Adrián observaba las piezas inmóviles. El Profesor divagaba sobre la teoría de la sexualidad de Georges Bataille, pero Adrián, con su aire de científico rebelde, ya no le prestaba atención. En cambio, organizaba las fichas del ajedrez y ajustaba la pañoleta de ideogramas chinos en su muñeca izquierda. Justo entonces, Verónica tocó la puerta, un nuevo cuento en la mano. La escena se repetía con una coreografía sutilmente invasiva. Él entendía que estaba atrapado en un juego que nunca había aceptado. Su malestar no era con ellos, sino con el lenguaje que usaban, con el deseo que proyectaban sobre él. No era una cuestión de moral, sino de una profunda y esencial ajenidad.
Estaba ahí porque siempre había buscado respuestas: en la filosofía, en el ajedrez, en los libros, en las miradas de los otros. Pero las respuestas no llegaban; solo más preguntas y expectativas. La presión del Profesor se volvía más explícita; la cercanía de Verónica, más insistente. Ambas fuerzas le recordaban que estaba solo en su negativa, en su resistencia sin palabras. Y eso lo volvía vulnerable. No había lugar para quien no desea lo que todos dan por hecho.
Por la noche, Adrián escribió. No una carta larga, ni un manifiesto. Solo unas líneas. Luego, dejó el sobre sobre su escritorio. Guardó su cuaderno de notas, sus textos subrayados. Caminó hacia la puerta con la serenidad de quien ha comprendido algo vital. No huye. Elige. No hay confrontación, no hay adiós. Solo un paso fuera del tablero. La silla vacía.
Verónica tocó la puerta, pero no hubo respuesta.
El Profesor en su habitación miraba el tablero de ajedrez que estaba jugando en solitario, y así mismo la página del libro de Bataille, del cual le habló a su amado discípulo. La carta escrita por Adrián decía una oración breve:
«No estoy aquí para cumplir sus deseos. Me basta con no desear.» Y así, sin ruido, Adrián se ha ido. Un jaque mate silencioso.
AUTOR: LUIS ALFONSO PÉREZ PUERTA (COLOMBIA)
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Luis Alfonso Pérez Puerta (Colombia) es Comunicador Social – Periodista, actor y escritor. Ha participado en diversos talleres literarios en Medellín, entre ellos el Taller Literario Aquileo, del Parque Biblioteca Belén y la Biblioteca Comfenalco. Seis poemas publicados en la antología de los talleres literarios Libro Árbol IV (Comfenalco, 2003). Su poesía y narrativa también han aparecido en revistas digitales como Escritores Rebeldes y en medios como El Correo.co y El Espectador. En 2024 participó en el Festival Internacional de Poesía del Valle del Río Grande (Texas, EE.UU.), con la publicación en una antología en PDF del poema: “Con aroma de café”. Autor de relatos breves, columnas de opinión y ensayos, concibe la literatura como un espacio de memoria, sensibilidad y resistencia, donde la palabra ilumina el instante y proyecta la esperanza.