En el año 2250, la humanidad se enfrentó a su crisis existencial. La tierra, sobrepoblada y con recursos menguantes, ya no podía sostener a la civilización. Ante esta situación desesperada, la Corporación Synth descubrió un conjunto de planetas en un lejano sistema estelar que prometía un nuevo comienzo. Así, comenzó la diáspora humana hacia las estrellas, con el tiempo, las colonias se transformaron en metrópolis prósperas, con economías autosuficientes. Sin embargo, con el problema de la supervivencia resuelto, una nueva obsesión surgió, venida del vacío en el corazón humano; la búsqueda de la inmortalidad. En respuesta, la Corporación Synth desarrolló la «Máquina de la Eternidad», un dispositivo que prometía la vida eterna. Pero lo que pocos sabían era que esta tecnología ocultaba un propósito mucho más siniestro. En el planeta agrícola de Espigar, uno de los muchos mundos colonizados, vivía Reg Wallen, un exsoldado y explorador espacial convertido en granjero. Reg operaba una cosechadora de trigo que alimentaba a millones de personas en los diversos mundos colonizados. Aunque satisfecho con su vida simple, sabía que no era el dueño de esas tierras, sino un empleado más de la Corporación Synth. Tras una jornada de trabajo, Reg se reunió con su amigo Manuel, un hombre abatido por el reciente abandono de su esposa. Ella se había marchado con un hombre adinerado y había decidido experimentar el procedimiento de la Máquina de la Eternidad. Manuel, destrozado, se desahogó con Reg en una noche de borrachera, confesando su deseo de seguir los pasos de su exesposa y volverse un inmortal. Reg intenta disuadirlo, pero no pudo evitar sentir una profunda tristeza por su amigo.
Días después, Manuel desaparece. Preocupado, Reg investiga y posteriormente, descubre que Manuel había tomado prestado dinero para viajar a la ciudad de Metrópoli, donde planeaba someterse al procedimiento de la Máquina de la Eternidad. Sin pensarlo dos veces, Reg decide ir en su búsqueda, con la esperanza de evitar que su amigo cometiera un error irreversible.
Con un pequeño préstamo, Reg abordó un tren de alta velocidad hacia Metrópoli. Mientras el tren flotaba sobre sus rieles magnéticos, los recuerdos de su tiempo en el ejército comenzaron a inundar su mente. Había servido en las llamadas «Guerras Comerciales», luchando para conquistar planetas ricos en recursos para la Corporación Synth. En una de esas campañas, había presenciado algo que nunca pudo olvidar. Durante una guardia nocturna en un campamento hospital, Reg había visto a un siniestro doctor realizando experimentos en soldados malheridos, reemplazando partes de sus cuerpos con implantes cibernéticos. Antes de que pudiera intervenir, cayó una bomba en el campamento que arrasó con todo. Reg quedó herido pero inconsciente, despertando horas después en un hospital.
Cuando despertó, le dijeron que la guerra había terminado, pero las imágenes de aquella noche lo perseguirían por mucho tiempo. El tren llegó a Metrópoli, una ciudad que brillaba con la luz de los neones y zumbaba con el sonido de los automóviles voladores. Reg comenzó a buscar a Manuel, preguntando a cualquiera que pudiera haberlo visto. Finalmente, un vendedor en un kiosco le dijo que lo había visto tomar un transporte hacia Medadoria, otro planeta controlado por la Corporación Synth, conocido por su comercio ilícito. Sin dudarlo, Reg compró un boleto para el próximo transbordador hacia Medadoria. A medida que se acercaba a su destino, el mal presentimiento de Reg crecía. Sabía que Medadoria era un nido de criminales y traficantes. Temía que su amigo se hubiera metido en algo mucho más peligroso de lo que imaginaba.
Al llegar a Medadoria, Reg se encontró en un mundo sombrío, lleno de distritos industriales y una atmósfera de peligro constante a la vuelta de cada esquina. Se abrió paso entre los callejones llenos de personajes de aspecto sospechoso, en un momento, dio con un grupo de drogadictos que reconocieron a Manuel. Le indicaron que lo habían visto entrar en un callejón cercano. Sin pensarlo dos veces, Reg se dirigió allí, solo para ser emboscado por un grupo de pandilleros. Estos hombres no eran 100% humanos; la mayoría de sus cuerpos estaban cubiertos de implantes cibernéticos que les daban una fuerza y velocidad superiores. Uno de ellos, armado con un cuchillo, exigió que le entregara su billetera. Reg, aún en forma por sus años de entrenamiento militar, se prepara para defenderse, pero fue superado en número y golpeado hasta perder el conocimiento.
Cuando despertó, se encontró atado a una mesa de operaciones en un laboratorio que parecía salido de sus peores pesadillas. A su alrededor, máquinas y computadoras emitían un zumbido constante. Además de un grupo de figuras humanas con ojos brillantes, eran los hombres y mujeres convertidos en seres sintéticos, detenidos como estatuas. Entre ellos reconoce a la esposa de Manuel y el hombre adinerado con el cual se fue. De pronto, otra figura familiar se alzaba ante él: Laira, la kinesióloga que lo había ayudado a recuperarse de sus heridas tras la guerra. La sorpresa de verla allí fue inmensa.
«¿Qué demonios está pasando aquí?», demandó Reg, forcejeando contra las ataduras.
Laira la miró con una mezcla de tristeza y resignación. «Lo siento, Reg. Nunca debiste venir aquí. Hay cosas que es mejor no descubrir».
Antes de que pudiera responder, una puerta se abrió y entró el doctor que Reg había visto años atrás en aquel campamento militar. Con una sonrisa fría, el doctor se acercó a la mesa.
«Veo que me recuerda», dijo el doctor. «Lamento que hayas tenido que descubrir esto». La Máquina de la Eternidad no es solo un medio para la inmortalidad; es nuestra forma de control. Convertimos a las personas en máquinas, cuerpos sintéticos que, llegado su momento, podemos manipular a nuestro antojo. Y usted, Sr. Wallen, entrara pronto a la Máquina de la Eternidad y será mi próximo experimento, su mente y su cuerpo serán completamente nuestros».
El ex marine espacial lucha con todas sus fuerzas, pero las ataduras son demasiado fuertes. Podía sentir la impávida mirada de Laira sobre él, mientras el doctor preparaba la maquinaria. Pero justo cuando todo parecía perdido, se escuchó una explosión afuera, seguida de disparos. La puerta se abrió de golpe, y un grupo de nativos americanos armados irrumpe en el lugar, ponen unos artefactos, que expanden un pulso electromagnético en el lugar, neutralizando a los seres sintéticos que retorcían con el PEM en el salón, entrando en corto circuito junto con los demás equipos electrónicos. Los aborígenes liberan a Reg y lo ayudan a salir del laboratorio mientras Laira y el doctor desaparecen en el caos del momento. Una vez acabada la retroalimentación eléctrica, los nativos destruyen lo que queda del laboratorio junto con la Máquina de Eternidad. Al salir al exterior, Reg encuentra a Manuel, aún en estado catatónico, pero vivo. Con la ayuda de los aborígenes, logran escapar.
Horas después, Reg, Manuel y los aborígenes se escabullen en los túneles subterráneos de la ciudad, Reg evita hacer preguntas a sus salvadores, mientras Manuel lentamente se recupera de su estado catatónico. Caminan durante varias horas hasta salir de la ciudad y llegar a un valle con montañas. En el camino, Manuel, recupera la conciencia y se asombra al ver a Reg. Le pregunta: «¡Amigo!, ¿en dónde estamos y qué haces aquí?”. A lo que Reg responde: «Vine a buscarte, amigo, me tenías preocupado, pero dime tú, ¿qué hacías aquí?”.
Manuel con sentimiento de tristeza le dice: «Vine a buscar a mi esposa, la seguí hasta un laboratorio en un callejón, unos sintéticos me atraparon, me golpearon y después un tipo extraño me puso una inyección de un anestésico fuerte, esto lo que recuerdo hasta ahora».
Reg le dice: «Sí, conozco a ese sujeto raro; desde la guerra, hacía extraños experimentos». En ese momento se quedaron en silencio, esperando saber a dónde iban, si estaban con amigos o enemigos. De pronto, llegan a unas cavernas horadadas en la piedra, los aborígenes se llevan a Manuel se asusta un poco, pero Reg lo tranquiliza: «Hay que ir con ellos, amigo, hasta averiguar qué está pasando». Manuel asiente.
En poco rato, aparece otro aborigen, pero más viejo y se presenta: «Me llamo Awatan, soy guía de los Maxú». Awatan le cuenta en una larga conversación que eran un pueblo nativo americano que se mantenía al margen de la vida de los hombres blancos hasta que emigraron a Medadoria. Antes de la llegada de la Corporación Synth, cuando los colonos crearon sus ciudades llenas de su tecnología y corrupción, se resistieron a formar parte de la vida de la colonia, hasta que un día, la promesa de inmortalidad de la Maquina de la Eternidad empezó a tentar a los jóvenes Maxu, que terminaban convirtiéndose en esclavos autómatas. Conforme seguían hablando, Reg iba bajando la guardia y confiando en Awatan.
En un momento Awatan le dice a Reg: «No es común en nuestro pueblo, pero los invitamos a usted y a su amigo a quedarse con nosotros, veo en ustedes que tienen experiencias que nos ayudara bastante». Posteriormente, junto con Awatan, Reg fue a ver a Manuel, y en poco rato, veía a su amigo, que ya estaba sociabilizando con una joven mujer Maxu. Se notaba relajado y feliz después de haber pasado por una mala experiencia.
Reg evaluó sus opciones: volver a Espigar con Manuel para después verlo deprimido por la experiencia que pasó o quedarse en un lugar donde ambos serían valorados, permitiéndose la oportunidad de encontrar la felicidad y plenitud con una vida sencilla en el territorio Maxu del planeta Medadoria. La decisión estaba clara…
AUTOR: FRANCISCO ARAYA PIZARRO (CHILE)
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Francisco Araya Pizarro. Nacido en 1977 en Santiago de Chile, Artista Digital, Diseñador Gráfico Web, Asesor en Marketing Digital y Community Manager para empresas privadas y ONGs asesoras de las Naciones Unidas, Crítico de Arte, Cine, Literatura, además de Investigador. Y Escritor de Ciencia Ficción, donde en su blog comparte sus relatos cortos en: www.tumblr.com/franciscoarayapizarro
