Esta historia que les voy a contar es real y les sucedió a mis hijos.
Corría el año 2005, mis hijos menores viajaron a estudiar sus carreras universitarias a la ciudad de Cúcuta, Norte de Santander.
Mi hijo mayor, ya se encontraba allá estudiando ingeniería electromecánica y compartía la vivienda con compañeros de la universidad, Entre todos pagaban el alquiler. Allí no había habitación para mis hijos menores, entonces buscaron un apartamento en un segundo piso y ahí se ubicaron. A su apartamento le llamaban “LA SUCURSAL DEL CIELO”.
Así se burlaban porque subir esas gradas era tan difícil como llegar al cielo y además estaba mucho más cerca del sol y por eso era tan caliente.
Mi hijo menor, por cierto, desde pequeño fue bromista, juguetón y se burlaba de todo.
A la par que estudiaban, también trabajaban. Mi hija entró a trabajar a una fábrica de llaveros y mi hijo se unió al grupo de tamboras que su hermano mayor tenía.
Un viernes, en las horas de la madrugada, viniendo mis hijos y los otros artistas de una noche de animación en una fiesta, se detuvieron para hacer chichi. Mi hijo menor se dirigió hacia unos arbustos y se dispuso a orinar. Al mirar el sitio, distinguió una pequeña bola o pelota del tamaño de un balón de fútbol que brillaba como el oro. Estuvo observando ese objeto fabuloso y luminoso hasta que lo llamaron para continuar el viaje hasta su casa.
Él, no le prestó atención, pensando que como habían tomado algunos tragos eso no había sido real. Llegó a dormir plácidamente, olvidando lo sucedido.
Dos noches después, mientras compartía con en el apartamento con unos amigos, tenían en una mesa cercana una jarra que contenía agua, hielo y limón. Una de las amigas tomó un vaso para tomar de la jarra cuyo contenido se veía provocativo. Se sirvió un poco y al probarla inmediatamente la escupió, afirmando que dicha bebida estaba muy salada. Ellos asombrados, manifestaron que no tenían azúcar para endulzar dicha limonada, entonces, decidieron dejarla sin dulce. En ningún momento le habían agregado sal. Cada uno de ellos la probo y en verdad tenía muchísima sal. Se preguntaron qué podría haber sucedido, pero no encentraron explicación alguna.
El lunes por la mañana, al levantarse para salir hacia la universidad, encontraron en el piso excremento de algún tipo de animal, era de color blanco, largo y grueso, bastante grueso. Después de recoger estos desechos, los dos se dirigieron a la Universidad Francisco de Paula Santander, allí estudiaron mis tres hijos.
Mi hija, casi todos los días salía de la universidad primero, así que llegaba y montaba las ollas en la estufa para hacer el almuerzo. En esos días, cuando ella estaba preparando arroz y sopa, sintió una presencia ubicada por detrás de ella, entonces giro todo su cuerpo para observar bien. Allí no había nadie. Continuo en la cocina y de pronto la escoba cayó al piso. Se dirigió al sitio y la levantó, observó bien por si su hermano hubiese llegado y como era costumbre en él, le estaba gastando una broma. Pero no era así, él todavía no había llegado. Levantó la escoba, y le pareció raro porque no estaba haciendo brisa. En todo caso decidió seguir con la preparación del almuerzo.
Cuando llegó su hermano, sirvió los platos y se sentaron a degustar a comer. Al introducir la cuchara para tomar sopa, esta sopa estaba llena de bolas como de barro. Los dos de un saltó se alejaron de esa mesa. Se preguntaban que pudo haber sucedido con la sopa que ella había servido. El techo de la vivienda era de Eternit, no había forma de que cayera tierra.
Tomando el plato que contenía arroz, carne y la ensalada, se sentaron en los escalones, allí comieron lo que les quedó del almuerzo. No pudieron explicarse lo que había sucedido.
Extraños acontecimientos comenzaron a ocurrirles. Como mi hijo es tan burlón y folclórico, dijo que era un espíritu chocarrero juguetón y le pareció muy chistoso. Hasta nombre le colocó al ente.
Lo llamó JUANCHO.
El agua, cuando la iban a tomar, muchas veces era agua supremamente salada, algunos alimentos salados, se convertían en exageradamente dulces, otros objetos cambian de lugar o desaparecen.
Cierta tarde en que mi hija se encontraba viendo televisión acostada en la cama, vio como una olla de la cocina pasó volando por el corredor y rodó escaleras abajo, cayó al lado de la puerta de entrada. Mi hija se asustó muchísimo, la cocina estaba ubicada en un corredor cerca del patio de tender ropa y no era factible que algo cayera, volará y rodara por las escaleras. Llamó a un amigo cercano y juntos se sentaron en el andén de la calle a esperar a su hermano.
Ella, como era la que permanecía en la casa sola, siempre sentía la presencia de Juancho, también escuchaba susurros o murmullos y cuando iba a utilizar algún objeto, este desaparecía o cambiaba de lugar.
Otro día, a las seis de la tarde ella se encontraba sola y viendo televisión, por cierto, La Rosa de Guadalupe, sintió y escuchó como movían la cama en la habitación de su hermano, quien en esos momentos no se encontraba en la casa, esa habitación la utilizaba su hermano solamente para dormir en las noches. Quedó aterrada, ¿como es posible que esa cama pesada pudiese moverse?
Como el ente ya tenía nombre, ella le gritó:
-Juancho deja la cama en su puesto y déjame ver televisión. En ese instante Juancho pasó a su habitación y le apagó el televisor. Mi hija se paró de su cama y volvió a encenderlo. Juancho entonces le apagó el ventilador y nuevamente el televisor. En esos momentos ella lo pensó bien y resolvió mejor salir de su habitación, se acercó hasta el balcón, estuvo un rato allí y cuando regresó a su habitación el televisor y el ventilador estaban desconectados y sin embargo el ventilador giraba.
De ahí en adelante, sentían temor cuando debían regresar a su casa.
En las noches notaban que su cabello se levantaba de forma inusual pero no prestaron atención ya que dormían con ventilador.
Cierta noche cuando los dos estaban durmiendo, mi hijo despertó en horas de la madrugada, un olor ocre inundaba toda la habitación, y con luz proveniente de la calle cercana que se filtraba por su ventana, observó una figura pequeña, enorme cabeza, ojos grandes, rojos y saltones, brazos cortos y cubiertos de un vello espeso y dorado. Se encontraba sobre un montículo de ropa sucia en una esquina de su habitación. La posición que tenía era acurrucada, sus brazos doblados, sus codos descansaban en sus rodillas y sus manos estaban empuñadas a la altura de su boca.
Mi hijo entonces alargó su brazo para tomar el celular y alumbrar a Juancho, pero el celular no se encontraba donde habitualmente él lo colocaba, en su lugar estaba la colonia que siempre permaneciá en la ducha. Por mucho que buscó, no halló esa noche su celular y Juancho desapareció. Por la mañana el celular estaba en su puesto y la colonia permanecía cerca de su celular.
Al día siguiente le contó a su hermana lo sucedido y le describió a Juancho. De ahí en adelante le cogieron mucho miedo y temor. Esos enormes ojos rojos lo aterrorizaron por completo.
En otra ocasión en que se encontraban los dos en la casa, vieron cómo, de repente, un fuego comenzó de la nada. Horrorizados esperaron para ver qué pasaría. El fuego se consumió en el mismo sitio y cuando ellos se acercaron a observar, parecía que se trataba de fósforos o cerillos. Ellos utilizaban encendedores. En esa casa no había fósforos o cerillos.
Otra noche llegó Rafa, un compañero de la universidad y acordaron preparar unas salchipapas, cuando ya iba a estar su comida se dieron cuenta que no tenían gaseosa, mi hijo sale a la tienda. Al cabo de un rato mi hija y Rafa escuchan como la puerta de la calle se abre y se cierra al instante. En esos momentos ellos creen que es mi hijo que ya regresó, pero al observar las escaleras, no ven a nadie.
Veinte minutos después mi hijo regresó con la gaseosa y les dice que tuvo que dirigirse a otra tienda porque la del lado de su casa estaba cerrada.
Comen sus salchipapas y mi hijo decide arreglar su habitación, entona una canción, la silbaba con alegría, su amigo Rafa con el celular estaba grabando esa melodía y la forma en que tendia la cama. Cuando mi hijo termina, Rafa le enseña la grabación. Al final de la grabación se escucha un tenue murmullo y muchos aplausos. Los tres se miran desconcertados. Rafa se despide de prisa y se marcha.
Todos sus amigos se alejaron de ellos. Ninguno volvió a visitarlos, sentían temor y terror.
Al llegar las vacaciones, regresaron con nosotros que ya estábamos enterados de lo que les sucedía. Los dos seguían atemorizados, pero el encuentro con sus amigos hizo que por horas olvidaran a Juancho.
Cierta noche, mi marido nos invitó a dar un paseo en el auto. El manejaba, yo iba a su lado y nuestros dos hijos en la parte de atrás. No sé porque, yo, por el medio de nuestros puestos alargué mi brazo y con la mano le toqué un tobillo a mi hijo. Mi intención era acariciarlo. Él comenzó a gritar, tirar patadas y a llorar. Mi hija también gritaba, pues no sabía lo que sucedía y estaba propensa a recibir las patadas de su hermano. Mi marido busca un sitio donde detenerse y saber que ocurría. El auto se detuvo y todos salimos del vehículo. Le preguntamos que sucedía y él respondió entre sollozos que Juancho estaba dentro del vehículo. Todos aterrados dirigimos nuestras miradas al auto. No vimos absolutamente nada. Preguntamos por qué decía eso y respondió que le había cogido el pie, el tobillo. Yo, entonces lo abracé y le dije que era yo tratando de acariciarlo. Nos abrazamos y lloramos. Me recomendó nunca más tocarlo de improviso. Cómo estábamos cerca de nuestra casa, él resolvió caminar. Su hermana y yo lo abrazamos y caminamos juntos hasta nuestro hogar.
Tenemos un primo que es Sacerdote, vive en Gamarra y una noche invitó a mi hijo menor para que lo acompañara a su casa. Él aceptó y se marcharon muy contentos.
En la mitad del trayecto Jorge, que así se llama nuestro primo y Sacerdote, detuvo su vehículo para descansar un poco. La noche estaba iluminada con una enorme y preciosa luna. Mi hijo dirige su mirada hacia un exuberante árbol y se encuentra con unos ojos rojos, fulgurantes y enormes, una figura pequeña. Era Juancho.
Un estremecimiento recorre su cuerpo, aleja su vista e instintivamente busca a su primo. En ese momento no le cuenta nada.
Cuando llegan a Gamarra y están en la habitación, él le cuenta todo sobre Juancho.
Hasta altas horas de la madrugada hablan. Jorge le hace muchas recomendaciones sobre lo que debe hacer cuando regresen a “la sucursal del cielo”, para que ese ser, quien es un duende, se aleje de sus vidas.
Al día siguiente regresan.
En las horas de la noche salen con sus amigos y estando todos distraídos y contando anécdotas, mi hijo siente que una mano helada le aprisiona el hombro, instintivamente salta de esa silla y se quita la chaqueta y la camisa, hace movimientos bruscos tratando de quitarse lo que le aprisiona el hombro. Su hermana que se encontraba cerca corre a ver qué sucede y descubre la marca que habia dejado la presión sobre su hombro. Los dos se miran aterrados y ella lo abraza como queriendo protegerlo.
Siguieron saliendo en las noches y permaneciendo siempre juntos.
Terminadas las vacaciones, debían regresar a su apartamento en la ciudad de Cúcuta. Iniciaba el año 2.006.
Llegaron a su apartamento, todo estaba tranquilo, mi hijo pone en práctica los consejos de su primo el sacerdote.
Deciden buscar un sitio para mudarse, que fuera más fresco, más cercano a la universidad y deseosos de que Juancho desapareciera definitivamente de sus vidas. Las cosas que le indicó su primo y sacerdote no funcionaron y seguían siendo aterrorizados.
Mientras tanto, en su pueblo natal, su padre estuvo averiguando con un señor, como se podría alejar a ese ente. Ese hombre que sabía de cosas paranormales dijo que Juancho era un duende y le recomendó buscar una planta llamada altamisa. Con esta mata se deberían hacer unas cruces y sujetarlas con una cinta de color negro en el centro de cada una de ellas. Este señor cuando ya estuvieran las cruces le aplicaría un rezo para que funcionaran y deberían ubicarlas en sitios estratégicos como en la entrada de la vivienda, en la entrada de cada habitación, sobre cada cama donde dormía cada uno y en el corredor y cocina del apartamento.
Resolvimos conseguir las cosas y viajar a la ciudad de Cúcuta. Llegamos cuando ya estaba oscureciendo. Nuestros hijos estaban felices de vernos, tenían la plena seguridad de que nosotros correríamos a Juancho. Como a las nueve de la noche, su padre les muestra lo que llevaba para alejar al duende definitivamente. Colocó en las camas las plantas y el rollo de cinta negra que ya estaba cruzada y preparada. Mis hijos y mi marido comenzaron a armar las cruces, hicieron varias y al momento de buscar el rollo de la cinta negra para sujetar las cruces, esta cinta había desaparecido. Todos comenzamos a buscar por toda la casa , hasta los colchones y tablas de las camas las levantamos, pero no pudimos hallarlo. Entonces se les quitaron los cordones negros a algunos zapatos y con eso se sujetaron las cruces de altamisa y se colocaron según las indicaciones. Pasamos dos días con ellos y regresamos a nuestro pueblo. Nunca sentimos o escuchamos nada.
Dos días después nuestra hija nos contó que todo había empeorado. Juancho no se había ido y antes por el contrario estaba furioso. Por las noches sentían fuertes tirones de cabello. Comenzó a agredirlos físicamente
También encontraban su asqueroso y repugnante excremento por todo el apartamento. Era humillante y repulsivo tener que recoger esa inmundicia maloliente y extremadamente largos y gruesos bollos.
En ningún momento estaban tranquilos. Con mucha más frecuencia se les aparecía y las continuas pérdidas de sus cosas de la universidad se incrementó, encendía y apagaba luces a su gusto, de día o de noche era igual. Para mis hijos era muy agotador y supremamente aterrador.
No encontraban para donde mudarse.
En el mes de marzo, llegó a Cúcuta una tía de visita y llegó acompañada por una señora. Al entrar al apartamento la señora llamada Martha, que hacía trabajos como de brujería, dijo que ella sentía una presencia que estaba muy enojada con ellos, que se trataba de un duende. Que las cruces que habían colocado eran para correrlo y que estaba tan irritado por qué, ningún ser viviente lo alejaría de ellos hasta no entregarles un presente que les tenía.
Mis hijos quedaron horrorizados. Entonces grita fuerte mi hijo: Juancho, no deseamos nada tuyo, busca a alguien más, nosotros no queremos ni necesitamos nada tuyo. Queremos que nos dejes tranquilos, desaparece de nuestras vidas, eso es lo único que queremos.
Juancho, entonces enfurecido, tira la escoba, el trapero, el recogedor, prende y apaga luces, desconecta el ventilador, abre todos los grifos del agua, apaga la estufa, lanza ollas en la cocina, tira el mantel de la mesa, las cortinas de los ventanales. Todo en una fracción de segundos. Ellos están petrificados de miedo. La tía y los sobrinos se funden en un abrazo de amor y protección.
Entonces Martha, trata de calmar al duende Juancho. Le habla y le dice que ella si necesita su presente, que se lo regale, que con gusto lo recibirá y que se puede ir con ella a su casa. No hubo respuesta, todo se tranquilizó. La tía muy asustada, invitó a su amiga y a sus sobrinos para que abandonaran la casa. Mis hijos no pueden aceptar, al siguiente día tenían clases muy temprano. Después de un rato se marchan, quedando Martha de regresar al día siguiente.
Mi hijo esa noche durmió en la habitación de su hermana. Trasladó su colchón y lo colocó al lado de la cama de ella.. Estaban totalmente horrorizados, ninguno de los dos concilió el sueño.
Al amanecer, como ya es costumbre recogen el estiércol de Juancho, organizan un poco y salen hacia la universidad.
Sus ojeras y nerviosismo junto a su terror, los delatan desde lejos. No pueden concentrarse, imaginan que Juancho puede estar destruyendo su apartamento y tal vez incendiándolo. Esa mañana se hace eterna, almuerzan por fuera y esperan las horas de la tarde en que Martha tratará de llevarse a Juancho.
A las cinco de la tarde, regresan al apartamento en su compañía . Ella es la primera en entrar.
Por donde dirigen la mirada, se encuentra ese apestoso excremento, popó grande, largo y asqueroso. No había sitio limpio. Como pudieron entraron, y entre los tres se encargan de recoger las inmundicias y botarlas .
Martha entonces comienza a llamarlo, Juancho no da muestras de interés.
Ella, llevaba unas semillas de mostaza, con eso quería atraparlo.
En varios sitios colocó montículos de semillas. Se sentaron y esperaron.
Después de varios minutos, revisan las habitaciones para darse cuenta si Juancho había comido. Es grande la sorpresa cuando descubren que él, Juancho, había hecho sus deposiciones sobre cada montículo en las habitaciones. Al terminar de revisar y al llegar al corredor, encuentran los otros sitios con las semillas igual, tapados con el excremento de Juancho .
Muchas cosas le ofreció Martha al duende, pero él no aceptó. Al final ella tuvo que conformarse con que Juancho no era suyo y se marchó.
A finales del mes de marzo, mis hijos encuentran una vecindad donde arriendan habitaciones y por su desesperación cada uno toma una.
Tienen muchísimas esperanzas de que Juancho desaparezca por siempre de sus vidas.
Cuando comienzan a recoger sus cosas, lo hacen en silencio, van empacando en cajas de cartón y acumulandolas en un sitio especial.
La noche anterior al trasteo y mudanza, a mi hija se le desapareció su cadena de oro que siempre tenía en su cuello, nunca se la quitaba.
Desesperadamente buscan por todas partes. No la encontraron.
Mis hijos, llenos de cólera, comienzan a gritarle a Juancho. Le gritan ladrón , devuelve la cadena, eres un asqueroso y vulgar ladrón, devuelve la cadena. También mí hijo le grita: no tenías un tesoro, mentiroso y puerco ladrón. Ladrón, ladrón.
Infinidad de palabras soeces se escuchan esa noche.
La cadena no apareció.
Se escriben en una hoja de papel y mi hijo le escribe a su hermana, que hagan la prueba para ver si funciona. Deben cortarse un poco de cabello y colocarlo en su habitación, deben pegarlo con cinta y de esa forma, Juancho se tardará en darse cuenta de que ellos no volverán a esa casa. Lo hicieron así ,dejaron rollos de cabello pegado en las paredes de ese apartamento
Cambian de vivienda. Logran realizar su trasteo, sin ninguna novedad.
Sienten temor, no le cuentan a ninguno de sus nuevos vecinos, lo que les ocurrió en “la sucursal del cielo”.
Transcurre un mes y no hay señales de la presencia de Juancho, ellos no estaban seguros si volvería a aparecer.
Van pasando los días y poco a poco van olvidando la terrorífica experiencia vivida por culpa de ese duende endemoniado
Después de un tiempo, recobraron su tranquilidad y su paz. Juancho desapareció de sus vidas.
Varios meses después, hablando con ellos sobre el duende, les preguntamos que porqué había desaparecido , respondieron que tal vez se ofendió cuando le llamaron ladrón y la serie de palabras soeces que ellos le dijeron o que quizá su cabello fue suficiente obsequio para él.
Todos los objetos que se llevó nunca aparecieron.
No les gusta que se mencione su nombre, ni lo ocurrido en esos dos años. Dicen que todo el tiempo que ha transcurrido y hasta el día de hoy, a ratos sienten temor..
AUTORA: AMPARO ÁLVAREZ, TOTY (COLOMBIA)
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Amparo Álvarez – Toty, colombiana, nacida en Río de Oro departamento del Cesar. Hija de Roberto Álvarez y Victoria Barbosa. Egresada de la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña. Licenciada en educación Básica con énfasis en Humanidades y lengua castellana. Casada a la edad de 18 años. Tengo escritos cuentos, poemas y relatos, la mayoría basados en anécdotas vividas.