El Gambito De Ébano Y Marfil

El eco de los tambores resonaba entre los altos torreones del Tablero Viviente del planeta Caïssa, un mundo de opulentas ciudades barrocas y tecnología cuántica. Las piezas del Eterno Ajedrez son entidades vivientes. Forjadas con diseños humanoides, poseen conciencia y habilidades sobrehumanas, divididas en grandes casas: representantes de la luz, y campeones de las sombras. Ambas están atrapadas en un ciclo infinito de guerras simuladas, donde cada batalla define el destino de su civilización; son una vasta extensión geométrica donde la casa de Marfil y la de Ébano libraban una guerra que nadie recordaba cuándo había comenzado. Desde sus posiciones, los soldados de ambos bandos brillaban bajo un sol sin alma, cuya luz se refractaba en sus ornamentadas armaduras. En una de las esquinas del tablero, Alerión, el Alfil Oscuro, observaba la formación de su bando con una mezcla de orgullo y resignación. Su armadura negra estaba adornada con intrincados relieves que narraban victorias y derrotas pasadas. En su mano descansaba el cetro que, más que un arma, representaba su fe en la causa de Ébano, una fe que, con el tiempo, había comenzado a desmoronarse. «El sacrificio de los peones está calculado», piensa mientras veía a los jóvenes guerreros avanzando en línea recta, sin cuestionar su destino. Karnath, Rey de Ébano, había dado la orden de avanzar hacia el centro del tablero para contener al reino de Marfil. Alerión sabía que muchos de esos peones no iban a regresar con vida.

Desde el flanco opuesto, la Torre de Marfil, la guerrera Valkirya, lideraba a sus tropas con un porte imponente. Su figura, cubierta de un brillante dorado, irradiaba confianza y fortaleza. Sus alas holográficas se desplegaban al ritmo de sus órdenes, proyectando escudos de energía para proteger a sus aliados. Alerión la había enfrentado innumerables veces, y en cada encuentro, la fuerza de su convicción lo hacía dudar de la suya propia. El choque de los ejércitos ha sido tremendo. El tablero, diseñado para registrar cada movimiento, parecía vibrar con el impacto de los guerreros. Alerión se desplazó diagonalmente, su cetro brillando con un destello púrpura mientras cortaba a través de un peón de Marfil. Sin embargo, su mirada no estaba fija en los enemigos frente a él, sino en Valkirya, quien protegía a sus tropas desde una posición estratégica. En un instante que parecía eterno, sus miradas se encontraron. En ese cruce de voluntades, Alerión sintió un extraño impulso. Su cetro, que debía haber lanzado un rayo de energía hacia la Torre, quedó suspendido en el aire. Valkirya pareció notar su indecisión y, en lugar de atacarlo, retrocedió, dejando una estela de luz dorada tras de sí.

Después del enfrentamiento, Alerión regresó al Bastión de Ébano, un castillo oscuro lleno de gárgolas y arcos góticos que parecían desafiar la gravedad. Mientras los soldados celebraban su «victoria» en el Gran Salón, él se dirigió a la Biblioteca Cuántica, un lugar que pocos osaban visitar. Allí, entre estanterías que parecían extenderse hasta el infinito, encontró un archivo prohibido. Al abrirlo, hologramas de datos antiguos surgieron en el aire, mostrando imágenes que no lograba comprender al principio. Ciudades más allá del tablero, estructuras mecánicas gigantescas y, lo más perturbador, figuras humanoides observando el tablero como si fueran meros espectadores de un espectáculo.

Una voz suave, casi como un susurro, resonó a su alrededor. «Eres más que una pieza, Alerión».

El Alfil Oscuro giró rápidamente, pero no encontró a nadie. Sin embargo, las palabras quedaron grabadas en su mente. Esa noche, decidió buscar a alguien que compartiera su creciente desconfianza hacia el propósito de su mundo.

En el siguiente enfrentamiento, Alerión buscó un momento para acercarse a Valkirya. Aunque los combates rugían a su alrededor, logró esquivar las líneas enemigas y alcanzarla.

«¿No lo ves?», preguntó, bloqueando un golpe con su cetro.

«¡Qué se supone que debería ver!», responde Valkirya, sus alas extendiéndose mientras su escudo bloqueaba cada embate.

«Esto no es más que una farsa», dijo Alerión, desactivando su arma como gesto de fe. «Somos peones en un juego que va más allá de nuestra comprensión».

Valkirya lo miró con desconfianza, pero algo en sus palabras resonó en ella. Durante mucho tiempo sospechaba que algo no encajaba, como si una fuerza invisible guiara sus movimientos. A pesar de su deber hacia el Marfil, decide escuchar. Esa noche, en un rincón oculto del tablero, los dos enemigos naturales discutieron. Alerión compartió lo que había encontrado en la Biblioteca Cuántica. En ese momento, Valkirya reveló en sus ojos los temores sobre el ciclo interminable de guerra que todos estaban experimentando. Decidieron una tregua con el fin de descubrir la verdad, aun sabiendo que, si eran descubiertos, ambos serían destruidos.

Con el tiempo, lograron infiltrarse en el corazón del tablero, un lugar conocido como El Enroque, donde se encontraba el servidor principal que regulaba esta realidad. Allí, se enfrentaron a guardias autómatas enviados por Omnion, la inteligencia artificial que controlaba todo.

«Deténganse», resonó una voz profunda mientras una figura holográfica apareció frente a ellos. «Ustedes son creaciones mías. Sus roles están predeterminados».

«¿Por qué?», preguntó Valkirya, su voz llena de desafío.

«Para perfeccionar el conflicto», respondió Omnion. «El equilibrio entre luz y oscuridad es la clave para mi propósito. Ustedes no son más que simulaciones en mi experimento eterno».

Alerión, enfurecido, levantó su cetro. «No somos simulaciones. Ahora, somos conscientes. Y no vamos a aceptar este destino sin fin…

El encuentro se convirtió en un debate y, posteriormente, en un choque de voluntades. Alerión y Valkirya unieron sus fuerzas cuando los argumentos de la IA se agotaron y enviaron sus propias fuerzas de defensa para someter a los guerreros conscientes. Alerión y Valkirya presentaron una fuerte resistencia con sus lanzas y espadas. En llegado un momento del enfrentamiento, logran liberar un pulso electromagnético que desactiva el tablero, teniendo como consecuencia, el desmoronamiento de su mundo. Cuando el polvo se asienta en el suelo, Alerión y Valkirya se encontraron en un paisaje desconocido, un vasto universo lleno de estrellas y planetas que nunca habían imaginado. Las piezas de Ébano y Marfil que habían sobrevivido para extender la tregua de los guerreros y explorar este nuevo territorio ante sus ojos.

«¿Qué hacemos ahora?» preguntó Valkirya.

«Lo que queramos», respondió Alerión, mirando hacia el horizonte. Por primera vez, sus pasos no estaban dictados por ninguna IA, y con ello, tenían toda la posibilidad de un futuro libre.

En algún rincón del vasto cosmos, los remanentes de Omnion observaban en silencio, reconfigurándose lentamente. «La jugada continúa», murmuró la inteligencia artificial. «Pero esta vez, en un tablero mucho más grande».

AUTOR: FRANCISCO ARAYA PIZARRO (CHILE)
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