Aún no comenzaba a declarar, y ya sentía tantas náuseas, que me introduje el dedo en la boca para vomitar de una vez. Al mal paso darle prisa. Creí haberme olvidado de ella. Pero no. Le dije al Juez que cooperaría. Hablaría de ella con el mayor respeto que me fuera posible. Le confesaría todo lo que hizo la puta esa. A cambio, él me rebajaría la condena por violación a los derechos de autor. Así funciona el sistema. Y comencé mi declaración:
«La conocí por Internet. En una página de esas ridículas de poesía barata, donde el amor es descrito de tal manera, que uno pensaría que ser un estúpido y estar enamorado son la misma cosa. Un ejemplo de ello: «Me desgasta el recurrente pensamiento donde de mi corazón te apoderas, porque sé que mis labios estarán más cerca de ti cuando te suplique que me lo devuelvas». Hórridas rimas son espetadas sin pudor por ingenuos soñadores desde la subjetividad de su inocencia, o trastorno. Porque un hombre que escribe poesía romántica, lo que en realidad busca son culos; o quizás, no sé, llevan prisionera a una loca dentro. Confieso, sí, yo escribía en esa página, pero solo con fines de apareamiento. Y ahí estaba ella de zorra, dándole like a toda pendejada que yo publicaba. Luego de leer varios poetas de prestigio, yo cortaba y pegaba, fusionando todas aquellas cursilerías en un nuevo poema. No niego que dudé, por un tiempo creí que mi nivel de manipulación iba in crescendo de manera prolífica; cuando en realidad estaba siendo manipulado. Ella decía que yo escribía muy hermoso. Dos semanas después, me mandó su primera foto en pantaletas y sin brasier. ¿Y dónde quedó la poesía?
«¡Vaya, que buenas tetas!», así titulé mi siguiente poema. Me percaté de que si yo podía fingir que era un poeta, ella también podía fingir que le gustaba la poesía. Nos follamos el mismo día en que nos conocimos en persona. Creí que ella era mi destino. Luego me di cuenta de que la muy perra tenía todo fríamente calculado. Pero además, su manera sutil de planificación ya la había visto en los documentales de asesinos en serie de Investigation Discovery. No era la tradicional e inofensiva manipulación femenina. La suya, si mis conocimientos de derecho no me fallan, constituía una violación a casi todas las leyes penales. Y ni qué decir de la Biblia. Tenía una lista, la llevaba siempre metida entre la elástica de sus medias; las cuales solía mostrarme cada vez que se cruzaba de piernas, dejando entrever su liguero. Lo cual me excitaba. La lista estaba escrita en tinta roja. Si el forense le hiciera una experticia, tal vez concluiría que es sangre de menstruación. Allí, en su sucia lista, a manera de poema narraba: 1) Darle like al idiota hasta que sienta curiosidad de visitar mi perfil, aunque yo no sienta por él nada. 2) Subir fotos provocativas al estado para cuando el idiota lo visite, un escote, una pícara mirada. 3) Afiliarse a páginas de literatura en caso de que el idiota no esté fingiendo interés por las letras. Y si no finge, comenzar a aprender nuevas palabras. 4) Follar al idiota como nadie lo ha follado, repasar algunas porno. Luego, hacerle creer que nadie como él en la cama. 5) Conocer a su madre y eliminar a las ex de sus contactos. Hacer que se tome una foto donde estemos juntos e inventar un aniversario». Mencionaba la lista entre otras. No niego que llegué a creer que el amor existía al ver cuántas coincidencias había en nuestros gustos. Luego supe cuánto dinero le había pagado a un detective privado. Hablé con varios colegas abogados y no había manera de inhabilitarla. Era casi imposible demostrar su estado de demencia. Su astucia y la sutileza de sus acciones la hacían prácticamente impune. Constantemente me llegaban invitaciones a mis redes sociales, y todas tenían fecha de reciente creación, una foto de perfil plagiada de una hermosa mujer y unos diez amigos en común que no tenían la menor idea de quién era ella. Instaló un programa cibernético que le enviaba a su correo todas mis conversaciones. Luego me las enviaba al teléfono, haciéndose pasar por un presunto extorsionador que amenazaba con enviárselas a ella misma. Conversaciones empalmadas y fuera de contexto, que yo tenía con los mismos perfiles falsos que ella creaba. Sobornó con galletas a mi perro. Y puedo jurar que la escuché susurrarle que mordiera a toda mujer que entrara a mi cuarto cuando ella no estuviera, y le enfatizó: «Incluida mi suegra».
– Me persigue. Me vigila. Dice que jamás nos separaremos. Yo pensé en denunciarla señor juez.
– ¿Y por qué no lo ha hecho?
– ¿Le dije que era muy buena en el sexo? Pues, también es buena actriz. Hicimos muchos vídeos pornográficos. Me dijo que los haría públicos luego de enviárselos a mi madre. ¿Ve qué clase de mujer es?
– Lo veo – dijo el Juez
– A mí me amenazó con mandar los vídeos nuestros a mi esposa, luego de que los viera mi abuela.
– ¡Que hija de puta! – exclamaron ambos hombres desde la resignación de un poema.
AUTOR: TATO IBARRA (VENEZUELA)
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Alfonso Enrique Ibarra Rondón, Nacido el 29 de diciembre de 1971 en San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela. De oficio Abogado, escritor (redacta demandas), habla paja, cuentista y similares. Sus inicios en el campo de la narrativa se remontan a sus años en el bachillerato, cuando tenía 12 años; donde el profesor de literatura asignó la tarea de escribir un relato, siendo el suyo seleccionado entre el alumnado. Aunque en esa ocasión fue alabado con risas por parte de sus compañeros, el profesor no pensaba igual, ya que, tras censurarlo, no pudo más sino aplazarlo, debido a que era la primera vez que se leían tantas vulgaridades en un colegio católico. Autor del relato corto: ”La Carta” finalista en la extinta red “Boukker”.
Correo electrónico: batman291271canela@gmail.com .