Esta historia nos la contaba mi abuelita cuando éramos pequeñas. No sé si fue real o es otra leyenda.
«Mamá Chefa«
Amelia, era una joven hermosa, de piel trigueña, ojos grandes y negros, estatura mediana, figura delgada y cabello largo, lacio y negro, pronto cumpliría sus quince años. Colaboraba en su casa y en las tareas de la finca. No había tenido novio y su vida estaba llena de felicidad por ser la única hija en su hogar.
Cierto día, en el mes de marzo, conoció a un joven guapo, alto, trabajador, seis años mayor que ella. Cuando lo trató por primera vez, sintió un extraño cosquilleo. Él trabajaba en una finca cercana, entonces aprovechaban cualquier ocasión para charlar y reír.
Los meses fueron pasando y entre los dos nació el amor. Al finalizar el año, las cosas cambiaron.
Luis, que así se llamaba el joven, fue obligado a prestar el servicio militar.
En el mes de diciembre se despidieron con la promesa de escribirse, (aunque ninguno de los dos sabía escribir correctamente) y encontrarse nuevamente después de cumplir con su país.
Amelia quedó devastada, su gran y único amor se marchó.
Todos los días, esperaba al cartero para saber de su enamorado.
Comenzó a recibir correspondencia donde Luis le expresaba su descontento por la lejanía y también la falta que ella le hacía. La joven enamorada, respondía con palabras de amor y aliento e indicándole que el tiempo estaba pasando, que en seis meses sería su encuentro.
Dos meses más transcurrieron y de pronto, la correspondencia por pate de él cesó.
Ella le escribía diariamente, pero nunca más obtuvo respuesta.
Se enteró que él escogió la milicia y viajaba constantemente de un lugar a otro.
No volvió a salir. Se dedicó a las labores del hogar junto a su madre y aprendió el oficio de costurera.
Los años pasaron, sus padres murieron y a la edad de 38 años, un día Luis apareció. Llegó hasta su casa sorprendiéndola.
Ella, no podía creer que después de más de 20 años, él estuviera allí. Se echó en sus brazos sin exigir ninguna explicación, lo invitó a seguir. Amelia sentía su corazón rebosante de felicidad.
Él se dejaba llevar por las caricias, la atención y la felicidad de ella.
Amanecieron juntos, él se despidió y nuevamente desapareció de su vida.
Ella no se desesperó , confiaba que pronto volvería.
Tres meses habían pasado y descubrió que estaba embarazada.
Nueve meses después de su encuentro, Amelia trajo al mundo al ser más maravillo y hermoso que sus ojos habían visto, su único y adorado hijo, lo llamó igual que su padre – Luis.
Se dedico por completo a su bebe y a sus costuras. El niño fue creciendo lleno de amor y consentimiento. Su madre le permitía todo lo que quería.
A sus tres añitos, Luisito, formaba grandes pataletas cuando su madre por algún motivo le negaba algo.
Luisito de escasos seis años, levantaba la mano contra su madre. Ella lloraba desconsolada y luego de recibir varios golpes por manos de su hijo, al fin la madre lograba calmarlo aceptando lo que él deseaba.
El amor de su madre, un amor enfermizo lo convirtió en un joven arrogante y maltratador.
Después de cumplir once años, un día presentó una fiebre alta, muy alta, y murió.
Ella, sepultó a su hijo en el patio de su casa. Deseaba tenerlo cerca y no permitió que lo alejaran de su lado, aunque estuviese muerto.
Las deudas que adquirió por complacer a su hijo no le permitieron parar su oficio de costurera.
Dos días después, al levantarse de su cama y observando la tumba de su hijo vio con asombro, angustia y esperanza como la mano derecha de su hijo muerto, sobresalía de su tumba. Ella corrió hacia el lugar con la esperanza de que su hijito estuviera vivo, rápidamente retiró la tierra que lo cubría y descubrió que el cofre donde fue sepultado estaba abierto por ese brazo y mano que se mantiene rígida e inerte, sin vida.
Entonces, la desconsolada madre trata de colocarla nuevamente en su cofre. Con grandes esfuerzos logra mínimamente ajustarla en su sitio. Cubrió de nuevo la tumba y se dispuso a terminar trabajos atrasados. El día transcurrió con muchas costuras, y en la noche, rendida del cansancio se fue a dormir.
Despertó en la mañana y al posar la vista en la tumba gritó con locura cuando descubrió el brazo derecho de su hijo nuevamente por fuera de su sepultura, se acercó rápidamente al lugar, quitando por completo la tierra que cubría el cofre.
Esa mano rígida y fría, no permitía de ninguna manera ser devuelta a su sitio. Es inmenso su dolor, se acuesta a su lado y en sus manos sostiene el brazo de su hijito.
Mucho tiempo pasó en ese sitio. De pronto una idea llegó a su cabeza.
Limpió su vestido, secó sus lágrimas y salió de su casa. Se dirigió a la iglesia, donde le habló al sacerdote lo que estaba ocurriendo con su pequeño hijo,
El sacerdote le pidió que le contara cómo fue la crianza de Luisito.
Amelia le cuenta toda su vida sin omitir detalle alguno.
Este, le dice a ella lo que debe hacer para que ese niño pueda descansar en paz.
La madre llega a su casa, y siguiendo las indicaciones del sacerdote, se dirige a la cocina. Allí busca un cuchillo largo y filoso, se dirige al patio. Observa bien y con su enorme cuchillo llega a un rosal florecido y espinoso. Con su mano izquierda toma largas ramas de su rosal hasta juntar un buen manojo.
Se acerca a la tumba y comienza a azotar aquel brazo inerte, el brazo de su hijito muerto. Debe azotar hasta que el brazo sangre. Con cada azote que la madre da, siente como su vida también se va. Ella golpea al principio con dolor profundo, pero a medida que golpea, una incontrolable rabia la domina. Recuerda cada palabra del sacerdote -Tu hijo pide que castigues cada grosería que cometió contra ti y nunca castigaste en su debido tiempo, permitiéndole que fuera un malcriado y un rebelde, debes enmendar las faltas que cometió y el castigo que se mereció en su debido momento y que nunca recibió.
Al fin ese brazo y mano comienzan a sangrar, aunque la madre no está segura si es su sangre o es la sangre de su hijito. Dos horas después, exhausta la madre, cae cerca de la tumba de Luisito para no levantarse jamás.
Varios días después, los vecinos la encontraron muerta.
Madre e hijo fueron trasladados al camposanto y sepultados allí
El sacerdote en su sepelio narró los acontecimientos y circunstancias que conllevaron a esas dos muertes.
AUTORA: AMPARO ÁLVAREZ, TOTY (COLOMBIA)
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Amparo Álvarez – Toty, colombiana, nacida en Río de Oro departamento del Cesar. Hija de Roberto Álvarez y Victoria Barbosa. Egresada de la Universidad Francisco de Paula Santander, seccional Ocaña. Licenciada en educación Básica con énfasis en Humanidades y lengua castellana. Casada a la edad de 18 años. Tengo escritos cuentos, poemas y relatos, la mayoría basados en anécdotas vividas.