Un anciano, de esos que conocen el secreto de las plantas y las intenciones de las estrellas, se detuvo a mi lado una tarde dorada, y sin preguntarle siquiera, comenzó a hablarme del amor. Su voz tenía la misma cadencia lenta y sabia del río que conoce cada piedra de su cauce.
—Escucha bien, hijo mío —me dijo—, porque pocas veces uno se topa en la vida con una persona capaz de hacer latir el corazón tan fuerte que asusta, como si quisiera salirse del pecho y ponerse a danzar sobre el suelo. Cuando eso suceda, no cierres los ojos ni te tapes los oídos, porque has encontrado a alguien que, sin saberlo, ha estado esperando por ti desde el primer aliento de tu existencia.
En ese momento, al anciano le brillaron los ojos, no sé si por el reflejo del sol que caía o por los recuerdos que cargaba como cicatrices en su piel.
—Si los ojos se encuentran —continuó, como si no existiera nadie más que su propia voz y el viento en los árboles—, y el silencio entre ustedes suena más claro que cualquier palabra, entonces estás frente a algo que el tiempo no entiende. Y si al tocarle la mano, tus propios pensamientos se vuelven agua en tus dedos, si el mundo entero desaparece en ese roce, hijo mío, ten cuidado, porque estás en presencia de algo que podría quebrarte y sanarte en el mismo suspiro.
Hizo una pausa, como si las palabras le costaran cada vez más, y luego añadió:
—La vida, muchacho, es experta en disfrazar los tesoros con ropajes comunes. Pero cuando encuentras a alguien que se queda en tus pensamientos como se queda el aroma de una flor en la brisa de abril, alguien que transforma el simple acto de caminar por la calle en una procesión, en un milagro… ¡Agradece a Dios! —dijo, casi con un susurro—, porque el amor verdadero es como la lluvia que llega sin previo aviso y sin pedir permiso, un río que arrastra y redime, que sacude las raíces de quien la recibe.
Me miró entonces con una expresión de melancolía, y fue como si un mapa antiguo se desplegara en su rostro, con caminos marcados por el sol y la pérdida.
—Pero recuerda —dijo, esta vez con voz grave—, el amor verdadero se prueba en los días de sombra, en las ausencias. Si un día llegan las tormentas, los inviernos que hielan hasta los huesos, y aún entonces sientes que estarías dispuesto a llorar sus lágrimas, a soportar cada golpe de la vida como si fuera propio… no lo dudes. Quédate. Esa es la prueba de que el amor ha venido a encontrarte. La vida nos da la opción de pasar de largo, de dejar que ese regalo siga su camino, y muchos, sin saber lo que han perdido, lo dejan marcharse para siempre.
El anciano se quedó en silencio un momento, mientras el último rayo de sol se colaba entre los árboles. Alzó la mirada hacia el horizonte y concluyó:
—Hijo mío, cuando encuentres ese amor, cuídalo como se cuida la tierra, como se cuida el fuego en las noches largas. No permitas que el tiempo, la prisa o las distracciones le roben su fuerza, porque el amor, cuando es real, no busca ser eterno; solo pide que le dejes ser.
AUTOR: DIEGO PANTOJA (COLOMBIA)
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Diego Pantoja, nació el 5 de mayo de 1999 en Tamalameque, Cesar. Colombia.
Empezó a escribir a la edad de 12 años bajo la influencia de la depresión; método que usó para desahogarse. En la trayectoria de su juventud, Diego descubrió nuevos talentos: El dibujo, las artes marciales y la música, artes que lo llevaron a conseguir reconocimiento dentro y fuera de su municipio. A los 17 años, ganó su primera batalla de freestyle en la ciudad de Bucaramanga.
Conocedor de la Psicología, Programación Neurolingüística, La filosofía del cuerpo humano, Oratoria Moderna, entre otras más áreas…
Fue profesor en la Fundación Hijos de María en la ciudad de Cartagena, ciudad en la que obtuvo dos diplomas: Uno de Derechos Humanos y el otro de Desarrollador Comunitario en el año 2019.
Dado a sus conocimientos y habilidades, ha participado en importantes eventos literarios y convocatorias de poesías, en las que destacó obteniendo el primer lugar en la mayor parte de estos escenarios. También a participado en diversas conferencias poéticas a nivel internacional de manera virtual.