Cristhian ha salido de su casa a las tres de la mañana, lleva puesto un pantalón deportivo y una chaqueta con gorro. Sobre su espalda, tiene un pequeño bolso negro que lo habría acompañado todos estos años durante su paso por la secundaria. Desde la ventana, su mamá lo ve marcharse, no puede contener el llanto y le da la bendición a su hijo. Frente a la vereda estaba el taxista esperándolo, quien observaba un poco impaciente el reloj dorado que orgullosamente portaba en su mano izquierda, (obsequiado por su novia que vivía en los Estados Unidos) y en su mano derecha un cigarrillo a punto de apagarse.
Rápidamente abre la puerta trasera del vehículo, toma asiento y le da los buenos días al conductor, partiendo con rumbo incierto, saca de su bolso una botella con agua mineral, toma un sorbo calmando un poco la resequedad de su garganta, con la manga de la chaqueta se limpia la cara cubierta de lágrimas.
Han sido días difíciles ¡solo Dios lo sabe!, entreabre la ventana dejando que la fría brisa acaricie su cara, mientras percibe con detenimiento las luces de los autos que desde temprano comienzan a circular por la autopista. Siente una fuerte presión en el pecho, sus ojos revelan una gran tristeza, pues no sabe cuándo volverá.
Avanzan por el negro asfaltado, las horas parecen detenersen, sus pensamientos son cada vez más recurrentes, desea retornar a casa; pero solo encontrará una nevera vacía y el “hambre no tiene amigos”. Por un instante, vuelven a su memoria los días de las interminables filas frente a los supermercados, horas desgastadas que nadie le devolverá, el pánico a las palabras: “se acabó”, “venga la próxima semana”, “hoy no le toca su turno”, “recuerde que es por terminal de cédula”, frases que no desea volver a escuchar.
La preocupación era inmensa cuando no lograban comprar la tan anhelada comida. Las medicinas no podían quedar atrás; pues, ni se lograban encontrar. Todos estos motivos marcarían el propósito del viaje. Ver llorar a su madre por no tener que cocinar, es por lo que no quiere volver a pasar.
Sin embargo, sabe que una suerte diferente le espera; es por ello, que además de unas cuantas prendas de vestir, unos zapatos desgastados por tanto andar, agrega al equipaje sus ganas de echar pa´ lante.
Ya pasaron varios meses desde que inició su travesía, llegando a un pueblito de gente buena y humilde. La fortuna le sonríe, tiene un buen trabajo y puede mandar para el mercado, se compra ropa y le alcanza para el calzado. Este maravilloso pueblo a parte de haberlo cobijado le dejó una gran lección “Secar al Sol la Humedad” y por ello, de Pupiales no se va, lo considera su segundo hogar por tanta oportunidad. Aún recuerda cuando apenas llegó, almorzó caldito de pata en la plaza del mercado y a las cuatro de la tarde el rico pan de maíz con un cafecito recién colado. Han transcurrido siete años y Cristhian mantiene su rutina, con una lágrima en su rostro, extrañando siempre a su familia.
AUTORA: HEIDI CAROLINA MOLINA DUQUE (VENEZUELA)
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Heidi Carolina Molina Duque – Nace en Caracas y su vida transcurre en la ciudad de la Grita, Estado Táchira, Venezuela. Se gradúa de Licenciada en Educación Integral con área de concentración en Lengua. Años más tarde, obtiene el título de Magister en Ciencias mención Orientación de la Conducta y un Diplomado en Recursos Humanos. Inicia en el arte de la escritura a mediados del año 2023, colaborando con revistas y diversos grupos digitales.
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