*SERENDIPIA DOMINICAL – Columna de la escritora española Mónica Miquel Nieto – Encuéntrala cada domingo en el portal web (escritoresrebeldes.com) y en las redes sociales de Escritores Rebeldes.
SERENDIPIA DOMINICAL
EL INDIVIDUALISMO EGOÍSTA ES PERJUDICIAL PARA EL PLANETA
Por: Mónica Miquel Nieto (Barcelona – España)
Correo electrónico: mmiquelnieto@gmail.com
El mundo liberal en el que vivimos nos aboca a un individualismo egoísta que perjudica nuestra vida en el planeta Tierra. Además, aumenta las desigualdades entre los seres humanos y no nos hace felices ni genera paz. Entonces, ¿Por qué no cambiamos el sistema?

Imagen – ELESTADO.NET
Vivimos encerrados en nuestro mundo, preocupados por nuestros propios problemas. Pensamos en nosotros mismos y no en el prójimo. Somos como ovejas de un rebaño, guiadas por el pastor de turno, el que, teóricamente, elegimos, en los sistemas de gobierno democráticos. Esos pastores que, en su mayoría, prometen la luna y nos alimentan de ilusiones vanas, los que suelen incumplir sus promesas y no hacen honor a la verdad.
Para empezar, deberíamos aclarar los conceptos de individualismo y egoísmo, que son los que nos intentan vender como primordiales en esta sociedad capitalista y liberal en la que vivimos. Aunque, como veremos, si conocemos su significado, se puede ser individualista sin ser, necesariamente, egoísta. Individualismo es la tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás, según la Real Academia Española, la cual afirma que el egoísmo consiste en atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Así pues, se puede ser caritativo y no egoísta, siendo, en cambio, individualista. Individualismo y egoísmo no tienen por qué ser sinónimos, como nos quieren hacer creer.
El individualismo egoísta ha generado un aumento de las desigualdades, que día a día aumenta, en lugar de disminuir. De acuerdo con las Naciones Unidas, una de cada nueve personas en el mundo pasa hambre, unos 821 millones. Por otro lado, el Credit Suisse señala que la riqueza de las ocho personas más ricas del mundo es igual a la riqueza de la mitad de la población mundial más pobre.
El liberalismo económico es absolutamente injusto. Pero, ¿Qué hacemos para mejorar el sistema y disminuir las desigualdades? Nada. No hacemos nada porque somos como pequeñas hormiguitas que recogen alimento y vuelven a su hormiguero. Eso, los afortunados que pueden comprar comida y poseen un “hormiguero” propio o de alquiler. Las personas vivimos al día por y para nosotros, al menos, la mayoría de personas que conozco. Nos encerramos en nuestro pequeño mundo y vemos las noticias, de vez en cuando. Todo nos queda lejos: lejanas guerras, hambrunas, desastres naturales… Cuando alguno no es tan lejano, como el caso de la DANA en Valencia, nos asustamos e intentamos mostrarnos solidarios y ayudar, en la medida de nuestras humildes posibilidades. Pero, amigos y amigas, eso no es suficiente. Las personas no somos seres individuales y aislados, dependemos unos de otros y todos dependemos del planeta en el que habitamos y que tan mal estamos tratando.
Pongamos el ejemplo de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, el famoso COP29, celebrado hace poco en Bakú. En la anterior COP28 quedó clara la necesidad de transitar hacia el abandono de los combustibles fósiles. Se pactó el objetivo de alcanzar las cero emisiones netas de carbono en 2050 y triplicar la capacidad de las energías renovables en 2030. Todo ello, claro está, fueron acuerdos no vinculantes. Es una auténtica pena que el resultado de la COP29 haya sido tan pobre. Su objetivo fundamental era que se reconociera el financiamiento climático como actividad fundamental para salvar la economía global y miles de millones de vidas y medios de subsistencia de los devastadores impactos climáticos. Finalmente, tras dos semanas de agotadoras negociaciones, la COP29 concluyó con un decepcionante acuerdo. Se estimó que las necesidades de financiación climática son de 900.000 millones anuales, pero los países del norte global se han comprometido a aportar tan solo 300.000 millones de dólares, aumentando paulatinamente la aportación hasta alcanzar esa cifra en 2035. El resultado final en Bakú eliminó, en el último momento, las frases que incluían el principio de “quien contamina, paga”, lo que desanimó aún más a la sociedad civil y a los países que ya soportan el peso de la crisis climática. En un contexto de cambio climático acelerado y que ya está generando nefastas consecuencias, en la COP29, apenas se consiguió nada.
Y si hablamos de la COP16, celebrada en Colombia, tampoco podemos estar muy contentos con los resultados obtenidos. Aunque es cierto que se han logrado algunos de los objetivos propuestos: creación de Fondo Cali para recaudar recursos económicos provenientes del uso de la información genética digital de la biodiversidad para su posterior reparto justo y equitativo, apoyo a los pueblos indígenas a través de un nuevo órgano, Saberes vivos y un programa de trabajo para estas comunidades, reconocimiento del rol de los afrodescendientes como actores fundamentales en la protección de la biodiversidad, creación de la Coalición Mundial por la Paz con la Naturaleza, a la que se han unido 31 países, la Unión Europea, 40 organizaciones y más de 140.000 personas y, finalmente, la protección de áreas marinas.
Los seres humanos hablamos y hablamos, mientras los gobiernos mundiales fingen preocupación, pero se preocupan más del dinero que de buscar soluciones reales. ¡Señores y señoras! ¡El dinero no se come, no se bebe, no se respira!
En cuanto a las guerras, que ya deberían haber desaparecido del planeta si hubiéramos aprendido algo de nuestra historia y de todos los errores cometidos, siguen existiendo. Hoy en día, incluso existe el peligro de una Tercera Guerra Mundial. No lo entiendo, os lo aseguro. No hemos aprendido a valorar la vida por encima de los intereses económicos. Y digo vida, no vida humana en concreto, porque tampoco se prioriza la vida animal y vegetal.
Hemos creado un mundo artificial, cada día más y más aislado de la naturaleza, que destruye nuestro hogar y nos destruye a nosotros mismos. Y aun así, nadie hace nada. Como dice la frase “No hay más ciego que el que no quiere ver” continuamos adelante, día tras día, hora tras hora y el tiempo sigue corriendo, sin detenerse. Tampoco nosotros nos detenemos demasiado para pensar, reflexionar, leer, aprender… Vivimos de la inercia de los momentos vividos, sin ser conscientes de que todos dependemos de todos y todos dependemos del planeta. Sí, lo sé, ya lo he dicho antes, pero es que considero que es el mensaje esencial de esta columna.
Hoy en día, el que más o el que menos, tiene acceso a Internet, una fuente inagotable de saber, pero también de noticias falsas e interesadas, dependiendo de las intenciones de quién las escriba o de quién suba los videos de opinión, tan en boga últimamente. Quedan lejos los fabulosos diccionarios y enciclopedias en los que solía buscar información en mi infancia. Si me lo hubieran dicho, entonces, me habría parecido algo increíble. Es una maravilla el hecho de poder obtener información tan fácilmente o poder ir de un sitio a otro sin perdernos, gracias al GPS.
Desafortunadamente, a pesar de tener el mundo a nuestros pies, creo, que no aprovechamos esa maravillosa fuente de saber. La curiosidad humana parece morir, poco a poco. Los humanos estamos sobre estimulados. Recibimos estímulos constantemente de nuestro entorno, pero sin tiempo para poder procesarlos correctamente. Estímulos que pretenden gobernar nuestras vidas, de forma ladina y aparentemente inocente. Nosotros, nos distraemos con videos absurdos, dedicamos nuestro valiosísimo tiempo a cosas banales, insustanciales, inútiles. No queremos ver lo que nos rodea, probablemente, porque no nos gusta y nos da pereza hacer algo para remediar la situación insostenible en la que vivimos o nos creemos incapaces de hacerlo. Eso nos han hecho creer. Y el tiempo sigue pasando, inexorablemente. Todo por hacer, todo por decir, todo por solucionar.
Afortunadamente, no todo el mundo actúa de la misma forma. Existen personas que, en lugar de negar lo evidente, trabajan por conseguir la paz, reducir las desigualdades sociales y minimizar los efectos del cambio climático. Pero no se trata de la mayoría, al contrario, son una minoría concienciada que intenta aportar su granito de arena y que todavía mantiene la esperanza. Yo os animo a sumaros a esas personas, las que todavía creen posible mejorar el sistema.
Una forma de colaborar en la mejora global podría ser implicarnos más, apoyar asociaciones u ONG que trabajen para solucionar los graves problemas que nos acechan. Y, sobre todo, creer. Pensar que el cambio es posible, confiar en nuestra capacidad colectiva de lograrlo. Y jamás, jamás perder la esperanza en que un mejor futuro es posible.
Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero yo no opino lo mismo. Estas palabras están escritas, son consistentes y se han escrito con la intención de sumar voluntades, de dejar atrás el pesimismo y derrotismo reinante, que nos viene a decir que no existen soluciones, que estamos abocados al desastre y que lo mejor que podemos hacer es seguir viviendo en nuestro individualismo egoísta, intentar distraernos con el fútbol, los videos de gatitos, los instagramers o streamers de moda, los videojuegos, las series de las plataformas televisivas… Lo que sea con tal de no pararnos a pensar, a leer, a reflexionar.
No es posible vivir nuestras vidas encerrándonos en nuestro pequeño núcleo social (familia, amigos, compañeros de trabajo) y prescindiendo del resto. No es posible ni aconsejable.
En resumen, mi opinión es que para cambiar el sistema, primero debemos cambiar nuestros hábitos. Leer más, sería una buena forma de empezar. También deberíamos exigir soluciones a nuestros gobernantes, no solo hermosas palabras o falsas promesas. Podemos conseguirlo, no me cabe ninguna duda, si trabajamos unidos, codo con codo, de manera global y sumando voluntades. Antes de abandonar este maravilloso planeta y dejar atrás nuestras vidas, tenemos, al menos, que intentarlo. Dejemos de mirar nuestro propio ombligo y ampliemos nuestra mirada, abramos nuestros corazones al mundo que nos rodea. La esperanza, como reza la frase, es lo último que se pierde y ya hemos perdido demasiado. Querer es poder, visualizar un futuro más justo y solidario puede ser el primer paso. Quedémonos con el mensaje subyacente en el fabuloso verso que escribió Miquel Martí Pol: “Todo está por hacer y todo es posible”.
MÓNICA MIQUEL NIETO (BARCELONA – ESPAÑA)
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Mi nombre es Mónica Miquel Nieto, mujer de 53 años, residente en Barcelona, escritora y poetisa.
Toda mi vida he sido una lectora empedernida, de todo tipo de libros, pero sobre todo de novela histórica, novela fantástica y poesía.
De pequeña gané algunos certámenes literarios y ahí quedó todo. No he dejado de escribir nunca, pero no fue hasta el confinamiento causado por la pandemia de Covid-19, cuando decidí intentar publicar mis obras.
Escribí a algunas editoriales hasta que, finalmente, la Editorial Alvi Books confió en mis posibilidades y se arriesgó a publicar 5 de mis obras. Al ser una persona absolutamente desconocida, es algo que les agradeceré siempre.
Participo en algunos grupos literarios de Facebook y he publicado en algunas revistas (Escritores Rebeldes, Las Alas del Cóndor, CLIVAR, Netrazol Literary Magazine…).
He colaborado con algunos poemas en el canal de meditación de Youtube e Instagram Medita i Respira.
También se han escuchado mis poemas y fragmentos de mis obras en programas radiofónicos, como por ejemplo en La hora de la verdad de TuradioValencia.com, La Enamorada Radio o Radio Alfa Omega de Mexico.
Mi intención es darme a conocer y conseguir lectores para mis obras publicadas. Hay una sexta obra en proyecto.
No dejaré de escribir, porque para mí el hecho de hacerlo, es tanto una necesidad como un placer.