El estadio estaba lleno, una burbuja de tecnología avanzada rodeada por la infinita arena de Lunascancha. El partido entre Chile y Bolivia no era solo un evento deportivo; era un espectáculo donde las tensiones políticas y sociales entre dos colonias influyentes en este sistema solar alcanzaban su punto álgido. En este distante futuro, los juegos de la Copa Mundial se juegan en territorios neutrales, y Lunascancha, un planeta desértico, era el escenario perfecto. Mara Venus, conocida como “La Viuda del Desierto”, no estaba ahí por el fútbol. Camuflada entre la multitud que llenaba las gradas, tenía un objetivo claro: interceptar una entrega de datos vitales que el Enjambre de Cristal pretendía realizar durante el partido. En esta época futura, los deportes eran más que un simple entretenimiento; se habían convertido en un terreno de batalla simbólica. Chile y Bolivia habían llegado a las finales tras años de rivalidades, cada equipo representando no solo a sus naciones, sino también a poderosas facciones de colonos terrestres que controlaban rutas de comercio.
El ambiente era tremendo. Drones con cámaras holográficas transmitían el partido en tiempo real a millones de espectadores en todo el sistema planetario. El estadio, una estructura semienterrada en las dunas, parecía un oasis futurista. Sus paredes brillaban con pantallas LED que proyectaban los emblemas de cada equipo. Chile llevaba la delantera en los pronósticos gracias a su jugador estrella, Raúl «El Cometa» Fernández, famoso por su velocidad casi sobrehumana gracias a implantes biomecánicos. Bolivia, en cambio, apostaba por el trabajo en equipo y un estilo defensivo inquebrantable, liderado por Víctor «El Muro» Ayala, quien poseía una presencia imponente y fuerza física descomunal. Mara observaba todo desde un discreto palco. Sus ojos, mejorados con lentillas cibernéticas, escaneaban los movimientos en el estadio. Sabía que el Enjambre de Cristal planeaba usar el evento como tapadera para una operación de contrabando. Su compañero androide, Taro, estaba conectado a la red del estadio, buscando señales de comunicaciones sospechosas.
—»Tenemos actividad en la sección 43C» —informa Taro en voz baja.
—»Está demasiado cerca del palco VIP». —»No me gusta» —responde Mara, ajustando el lazo de energía en su cinturón.
Mientras tanto, el partido continuaba con un ritmo frenético. Chile ataca con agresividad, logrando un gol en los primeros cinco minutos. Las gradas explotan en vítores y abucheos. La ventaja temprana parecía desequilibrar a Bolivia, pero Mara apenas prestaba atención. Su objetivo estaba cerca, y no podía permitirse distracciones. Durante el medio tiempo, Mara descendió hacia los pasillos subterráneos del estadio, donde el bullicio de la multitud se tornaba inquietante. Fue allí donde se encontró cara a cara con Jonás Kael, el líder rebelde que el Enjambre de Cristal quería muerto.
—»Tú no deberías estar aquí». —dijo Jonás, cruzándose de brazos.
—»Tampoco tú» —replicó Mara, con la mano cerca de su pistola láser.
Jonás explicó que estaba ahí para sabotear los planes del Enjambre, cuya verdadera intención era usar el partido como distracción mientras robaban un cargamento de minerales escondido en las bóvedas del estadio. A regañadientes, Mara acepta colaborar con él. Ambos sabían que tenían más posibilidades de éxito si trabajaban juntos. En el campo, Chile dominaba el juego de manera aplastante. Víctor Ayala anotó dos goles más antes de que terminara el segundo tiempo. Bolivia intentaba reaccionar, pero el árbitro parecía ignorar faltas evidentes cometidas por los jugadores bolivianos. Las decisiones discutibles provocaron abucheos en las gradas y tensión entre los comentaristas. En el minuto 80, un penal otorgado a Chile por una infracción dudosa puso el marcador en 4-2. La humillación para Bolivia era palpable, y la polémica comenzó a caldear el ambiente y las transmisiones en vivo.
—»¡Es un robo a plena vista, hijos de su madre!». —dijo un espectador en las gradas.
Mientras tanto, en las sombras del estadio, Mara y Jonás se enfrentaban a los agentes del Enjambre, que ya habían comenzado a mover el cargamento de minerales. En el tenso enfrentamiento que se asemejaba a un movimiento tan bien coreografiado como un baile mortal, Mara saca su lazo de energía para desarmar a los mercenarios, mientras Jonás cubría su espalda con una pistola de plasma. Taro, desde la red del estadio, desactiva las cámaras de seguridad, asegurándose de que sus acciones no fueran detectadas por la seguridad del recinto. En el clímax del enfrentamiento, Mara se enfrentó cara a cara con Reyna Silica, quien había decidido supervisar la operación personalmente. La líder del Enjambre era tan letal como bella y carismática, toda “una muñeca del diablo”; su traje blindado de energizado, estilizado en su figura de modelo, la hacía casi imbatible en pleno combate.
La batalla entre ambas es feroz, cada golpe propinado con violencia y cada movimiento resonaba en los pasillos. Mara pone fin al enfrentamiento, utilizando una explosión controlada del mineral provocada por un golpe de su lazo de energía, Reyna Silica desaparece en medio de la nube de escombros. En el estadio, el partido termina sin percatarse de lo sucedido, con un humillante 8-2 a favor de Chile. Las celebraciones de los aficionados chilenos contrastaban con la ira de los bolivianos, quienes acusaban al árbitro de estar comprado por los chilenos y al sistema de estar manipulado. Mara y Jonás, habiendo asegurado que el cargamento de minera no fuese quemado totalmente en la explosión, deciden dividirse. Jonás lleva el mineral a las colonias que más lo necesitan para alimentar sus máquinas agrícolas, reactores e intercambiar comercialmente con otras colonias, mientras Mara regresa a su vida de cazarrecompensas, sabiendo que su papel en el destino de Lunascancha aún no había terminado.
Antes de partir, Jonás le dirige una última mirada.
—“A veces, incluso una viuda necesita esperanza”.
Mara, con una sonrisa discreta, responde:
—»La esperanza es para los valientes».
La Viuda del Desierto había sobrevivido otro día en Lunascancha, un mundo donde la justicia se juega en las sombras y el honor se mezcla con la traición. Mientras las estrellas se reflejaban sobre el estadio, Mara cabalga en su montura, dejando tras de sí una estela de polvo.
AUTOR: FRANCISCO ARAYA PIZARRO (CHILE)
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Francisco Araya Pizarro. Nacido en 1977 en Santiago de Chile, Artista Digital, Diseñador Gráfico Web, Asesor en Marketing Digital y Community Manager para empresas privadas y ONGs asesoras de las Naciones Unidas, Crítico de Arte, Cine, Literatura, además de Investigador. Y Escritor de Ciencia Ficción, donde en su blog comparte sus relatos cortos en: www.tumblr.com/franciscoarayapizarro