Proyecto Hercules – Crónica de un Salto a lo Desconocido

Base Odyssey, Nevada, 1968.

El cálido sol del desierto se alzaba sobre la base Odyssey, una instalación secreta en el corazón de Nevada. Allí, un coloso de acero, el cohete Atlas-H5, se erguía como testimonio del ingenio humano hasta entonces. Con 120 metros de altura, este bólido representaba la culminación de años de investigación y desarrollo en la carrera espacial. El Dr. Samuel «Sam» Kessler, científico en jefe del Proyecto Hércules y exalumno del profesor alemán Werner Von Braun, quien creó el programa espacial norteamericano, quien lo inspiró para el desarrollo de esta operación, observaba con atención los preparativos finales. A pesar de su apariencia serena, su mente estaba llena de preocupaciones y preguntas sin respuestas. Había detectado irregularidades en los sistemas de a bordo, pequeñas anomalías que, aunque sutiles, podrían tener consecuencias catastróficas. ​ La capitana Mae Delacroix, piloto de pruebas y futura comandante de la misión Hércules I, se encontraba en la sala de entrenamiento, sentada en la carlinga, repasando los procedimientos de emergencia. Su determinación era inquebrantable, y su experiencia la convertía en la elección ideal para liderar esta misión. ​

El exteniente y ahora técnico de la misión, Viktor Arlanov, un desertor soviético o “defector”, como lo llamaría él en su pésimo español, un difícil intento para él tratar de hablar correctamente con su acento ruso-eslavo, trabajaba en el centro de comunicaciones. Su conocimiento en sabotaje electrónico era invaluable, pero su lealtad seguía siendo un misterio. ​ A pesar de que había agentes de la CIA vigilándolo como águilas a su presa. Y por último, un pequeño robot asistente del equipo científico, un verdadero avance en cibernética del siglo XX; su nombre es Robbie. Se desplazaba por la base realizando tareas mecánicas. Aunque fue diseñado para funciones simples, su comportamiento a veces sugería una inteligencia superior a la hora de comprobar los complejos cálculos de orbitales que se hacían rutinas entre los científicos, que se referían al robot como “una computadora con rueditas”.

A medida que avanzaban los preparativos, comenzaron a surgir problemas. Fallas en los sistemas, anomalías inexplicables y retrasos inesperados que amenazaban con descarrilar la misión, entre amenazas de grupos terroristas financiados por la Unión Soviética. Kessler y Delacroix sospechaban que alguien dentro del programa estaba saboteando el proyecto; la CIA ya tenía a su sospechoso, pero Arlanov tenía una coartada para uno de los sabotajes.​ Decidieron mantener en secreto sus hallazgos mientras investigaban discretamente. La tensión aumentaba, pero la determinación del equipo era firme. Finalmente, el Atlas-H5 despegó en una de las secuencias de lanzamiento más tensas jamás vistas.​

En órbita, descubrieron que uno de los módulos de acoplamiento había sido manipulado. Arlanov, presionado, reveló parte de la verdad: efectivamente, una célula ultra secreta dentro de ambos bloques (soviético y estadounidense) quería evitar el establecimiento de bases lunares que podrían desencadenar una guerra espacial.​

— Kessler, ofuscado con el ruso, le dice: “¡Y por qué no compartió esta información con nosotros… Ahora tenemos a una astronauta en peligro de muerte!”.

— Arlanov responde encogido de hombros: “Mire, en Rusia uno no comparte mucha información por temor a que la KGB sospeche que algo sea enviado a reeducación o a un gulag, y desde que tengo a los agentes de la CIA vigilándome, pensé que era lo mismo en América…”. Tras esa explicación, los agentes se miran entre ellos con mucha vergüenza.

— Kessler, tratando de razonar en medio de su enojo, le dice unos segundos después: “Estimado, usted ya no está en Rusia, usted es libre; los agentes están para corroborar que no sea algún espía. Ahora tenemos que asegurarnos de que la capitana Delacroix regrese con vida”.

Mientras el Atlas-H5 iniciaba la maniobra de inserción lunar, Delacroix y Kessler, asistidos por Robbie, realizaron un paseo espacial para reparar el daño en el módulo de descenso. La operación fue arriesgada, pero exitosa.​ La misión aterrizó en el Mar de la Serenidad, donde descubrieron no solo la majestuosidad del paisaje lunar, sino también algo inesperado: estructuras subterráneas que no eran humanas.​

De pronto, una transmisión a la Tierra que lo cambia todo: «No estamos solos… y puede que nunca lo hayamos estado.» Mientras el equipo del Hércules comienza a explorar el primer complejo alienígena descubierto en la Luna, en la Tierra, en ese momento, uno de los técnicos de comunicaciones destroza su tablero con una llave. En ese momento es detenido por la seguridad de la base. Cuando Kessler se acerca, el técnico confiesa ser el saboteador con una frase enigmática:

—“Hay fuerzas ocultas, más allá de su comprensión, estimado Dr. Kessler, que planean cómo usar —o destruir— lo que acaban de descubrir”. El jefe del proyecto, ya con el peso de todas las dificultades, les dice a los guardias militares que se lleven a este hombre, ya que hay todavía problemas más apremiantes.​

A pesar de todas las dificultades, la astronauta pudo regresar sana y salva con fotografías y medidas de los descubiertos, representando no tan solo un hito en la exploración espacial, sino también un recordatorio de que, en la búsqueda del conocimiento, debemos estar preparados para enfrentar lo desconocido.​

AUTOR: FRANCISCO ARAYA PIZARRO (CHILE)
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