#TerrorRebelde
CASTIGO DE DIOS
AUTOR: FABRICIO AGUIAR WALTER (ARGENTINA)

Era una tormenta nocturna que parecía amenazar con devorarse todo a su paso. A modo de advertencia, un primer rayo se distinguía en el paisaje, tan perfectamente vertical, semejante a una inmensa columna de resplandeciente mármol.
Todos los habitantes del pueblo se encontraban resguardados en sus hogares. Ni siquiera los pequeños comerciantes habrían tenido la voluntad de mantener sus persianas abiertas, a la espera de algún cliente que buscase saciar alguna urgencia. Nada de eso: había que conformarse con lo poco que uno tendría en casa. Velas, una radio a pilas, mate, harina para las tortas fritas… Resumiendo, lo “importante” para los días de tormenta.
De la nada, otro rayo irrumpiendo la armonía pluviosa del lugar. Esta vez, más cerca. No era un rayo, ni la imagen de una columna de mármol. Eran el pie de un tenebroso gigante lumínico, con intenciones de perforar los suelos.
Nuevamente, la música de la lluvia y sutiles estruendos en el cielo. ¿Habrán sido falsas alarmas? Quizás sí, quizás no.
En ese preciso instante, divisé a un joven bajo la lluvia, luchando con todo su esmero por salir del fangoso sendero rumbo a su casa. El colectivo de la fábrica lo había dejado en una garita de la ruta y el muchacho no tenía más alternativa que volverse a pie. Caminar sobre barro era ya una odisea. Intentar correr despavorido, ni hablar. Las calles de tierra se volvían, producto de las copiosas precipitaciones, en lodazales movedizos, acaso dispuestos a tragarse vivo a todo ser que osase atravesarlos.
“¡Vamos, muchacho! ¡Fuerza y paciencia, que pronto llegarás a casa!”, lo arengaba por dentro, imaginando que, allí en su vivienda, sus padres lo esperaban ansiosos con el agua caliente para los mates y la torta asada recién hecha.
Nunca fui muy adepto a la religión, pero ese día, apreté entre mis manos el viejo rosario de plata, talismán heredado del abuelo, transmisor de buena prosperidad.
¿Quién sabe? Habré apretado tanto ese amuleto que, de golpe, sentí que se quebró. Lo observé sobre la palma de mi mano. ¡Horror! El Cristo crucificado aún conservaba su cabeza coronada de espinas, su torso, sus brazos extendidos, los estigmas en sus manos. Sin embargo, tan sólo alejadas a escasos milímetros, sus piernas. De tanto castigo que cargaba el Hijo de Dios durante dos mil años, bastó con sólo un apretón de mis manos para que vuelva a sufrir. Comprendí que tanta esperanza y desesperación acumulada podían transformarse en fuerza bruta.
Y fue la misma fuerza bruta con la cual apareció un furioso rayo para alcanzar a aquel joven que iba avanzando con más lentitud. Ya no había más nada que hacer. Ni batallas que luchar contra el lodo, ni joven. El relámpago, del mismo modo que fue apareciendo poco a poco como el pie de un gigante, lo hizo pedazos. Lo aplastó, confundiendo charcos de sangre, entrañas, huesos hechos polvo con el infierno de barro que se gestaba con la tormenta.
Mucho más imposible fue distinguir, con el correr de los días, ya con los cielos abiertos y el sol en su plenitud, la figura de aquel joven trabajador entre la carne pulverizada que más parecía restos de ternera que abandonaban los perros hambrientos al saciar su hambre.
Aquella no fue una simple tormenta. Fue el peor de los castigos de Dios para con sus hijos mortales.
AUTOR: FABRICIO AGUIAR WALTER (ARGENTINA)
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Fabricio Aguiar Walter nació el 26 de junio de 1994. Reside en Capitán Bermúdez, Provincia de Santa Fe, República Argentina. Escritor desde los 15 años, se dedica principalmente a la poesía. Además es músico, locutor radial, periodista y profesor de talleres literarios y de clases de apoyo escolar, especializado principalmente en Inglés, Lengua y Literatura, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales. Hasta la fecha, colaboró en blogs, antologías, grupos literarios de carácter nacional e internacional y medios gráficos. Llegó a incursionar en teatro y comedia stand up.
