Galopes en Navidad

Un palo de escoba largo y delgado con una cabuya como rienda, era en el que cabalgaba. Era el jinete más feliz del mundo acariciándole el espinazo a un palo, y mimando y montando mi potrillo de mentiras. Cargaba el madero con cualquier fantasía. Así era como orquestaba la Navidad y los amores de mocosuelo. Mi primer galope por las callecitas emboñigadas del pueblo fue en los “caballitos de palo de madera”, como les decíamos cuando niños. Al tiempo que tomaba las riendas, recordaba el momento cuando a la media noche de Navidad, los pasos sigilosos del Viejo Noel llegaban hasta mi almohada para dejarme el caballito. Estábamos rodeados de muchos árboles y de potreros. Por eso, nunca me faltaron los palos para las potrancas, ni los caminos reverdecidos para cabalgar. Sin embargo, todo no fueron corceles fingidos porque también cabalgué por la plaza del pueblo en los tres o cuatro potrancos de verdad que tenía mi abuelo. Era irresistible el olor a musgo fresco que salía de los pesebres de los ranchos al atrincherarme en troncos de paso fino. En la noche de Belén fingía ronquidos cuando me advertían que si Papá Noel o el Niño Dios me encontraban despierto me quedaría sin caballo. La primera vez en que un potranco de esos fue arreado hasta mi almohada descubrí que el Niño Dios no era uno sino tres. Mi papá en calzoncillos largos, mi madre en túnica blanca hasta los tobillos y mi abuela en pantuflas. Tres Niños Dioses en uno. Todos a paso de algodón, repartiéndose los hijos y los nietos para ver quién le dejaba el caballito a quién. Los ojos amorosos de mi potrillo despedían lealtad pura cuando los miraba. Esos ojos enseñaban sabiduría. Solo hasta cuando amé el galope navideño en un palo de escoba, comprendí de lo que es capaz la desazón en los hombres por los destrozos en su corazón. Un día después de celebrada la Navidad me embozaron al potro y lo volvieron astillas. Quisiera de vuelta mis caricias en el espinazo de mi caballito. O tan siquiera que regrese el amor equino. ¡Que regrese! Que vuelvan aunque sean sus boñigas. Con las boñigas me bastaría para orquestarlo todo. **

AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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