Corría el año de 1523 cuando el gran reformador alemán Martin Lutero, fue llamado por unos asustados campesinos de una aldea en Frankfurt. Habían pasado dos años desde la famosa Dieta de Worms, donde el exmonje agustino negó a retractarse de sus polémicas ideas en torno a la salvación. Diez años habían transcurrido desde que clavara las 95 tesis teológicas en la Catedral de Wittenberg, desatando la ira de la Iglesia Católica; su temperamento impulsivo y algo violento, había sobrevivido a las presiones y locuras de la época en la que se movía. No era un hombre fácil de contactar pero esa noche fue indispensable buscarle, incluso bajo las piedras. Era de noche. Frio Octubre carente de alegría por la amenaza de una extraña peste; también se hablaba de la desaparición del vendedor de indulgencias, John Tetzel. Pacientemente, el reformador se hallaba escribiendo un tratado sobre la Epístola de San Pablo a los Efesios. Tocaron a su puerta una pareja campesina, bañada por la lluvia nocturna; estaban desesperados y Lutero vio en ellos la esencia del miedo. Un miedo irracional que atestiguaba la llegada de algo diabólico.
Cogió su hábito característico hábito negro y su gorro de humanista. Fue hasta allá con ellos en un mísero carruaje tirado por raquíticos caballos. Justo en una colina, rodeada por un tenebroso bosque en las afueras de la ciudad, allí en la cima de la colina estaba la casa iluminada por muchas antorchas. Era una multitud furiosa que quería terminar con alguien; al tradicional modo medieval: el de quemar herejes. A Lutero esto le pareció totalmente innecesario y, más aun cuando supo que se trataba de un terrible caso de posesión demoniaca. La hija de los campesinos había hallado un extraño amuleto con inscripciones paganas en el bosque hace dos días. Todo esto alteró la personalidad de la rubia jovencita, quien pasó a destruir todo indicio de humanidad. Caminaba por las paredes con la mirada perdida, botando espumarajos por la boca; hablaba en hebreo grandes blasfemias y peor aún, había casos de canibalismo. Antes de calmar a la enfurecida turba con un pequeño sermón y tranquilizar a sus padres, Lutero se enteró que los hallazgos de dos mujeres degolladas en la aldea mostraban signos de mordeduras. Como si la poseída hubiera arremetido con la furia del infierno a aquellas hermosas jovencitas alemanas.
-Dime en el Nombre del Señor Jesucristo ¿Cómo te llamas, demonio?-Lutero fue directamente a un interrogatorio a puerta cerrada con la joven poseída.
-¡Agh! No menciones ese asqueroso nombre…Baal, Enlil…Pape Satani… -gritaba la bruja mientras retorcía las extremidades y botaba espuma por la boca.
-¡Dame tu nombre, por el poder de Jesús que murió en la Cruz!-la voz de Lutero se extendió como un eco a la vez que levantaba una cruz de madera y se la mostraba a la bruja.
La poseída dio horribles gritos, mezcla de voces masculinas y femeninas; luego, como si burlara la gravedad se arrastró por las paredes hasta llegar al techo. Martín Lutero nunca había visto tal grado de posesión demoniaca en su vida; luego comenzó a recitar un versículo, se arrodilló para luego gritar el nombre de Jesús unas treinta veces mientras mostraba la cruz de madera a la bruja, quien aun en el techo, se enloquecía como una fiera del infierno.
-Te ordeno que salgas de ella, demonio ¡En el Nombre de Jesús!
-Draken, hulashim…Shamayin…agh ¡Mi nombre es Cernunnos! Y saldré de este cuerpo para ir al Aquelarre de la aldea.
Lo que vino después fue tan grotesco. Se cuenta que la jovencita, expulso al demonio en forma de una gelatinosa masa verde; la deformidad, muy parecida un feto gigante comenzó a desplazarse como un gusano por la habitación mientras Lutero recitaba el Padrenuestro en alemán. La deformidad gelatinosa liberó unas extremidades como de insecto, luego alas como de murciélago y salió volando despedido por la ventana. Bajo la luz de la Luna y el cielo estrellado, aquel demonio, aquel espectro llamado Cernunnos, voló sobre las cabezas de unas treinta personas que veían atemorizados al mismo diablo alzarse por la aldea.
El reformador alemán corrió a la salida con la cruz de madera; rápidamente se montó sobre un caballo y galopó en dirección hacia donde había huido la bestia. No veía nada. Las tinieblas envolvía todo en aquel bosque; el reformador creyó estar alucinando, cuando de repente vio tres brillantes luces a pocos metros. El jinete iba atravesando una espesa maraña de arbustos. Las luces venían de un claro; Lutero siguió hasta allá, apretando más fuerte la luz que traía entre manos y azuzando al caballo para que acelerara un poco la marcha. A medida que iba llegando al claro, las luces se intensificaban y comenzaban a moverse.
Ahora más que nunca, al llegar al sitio no tuvo la duda de que eran poderosas manifestaciones satánicas; Lutero solía decirles a sus seguidores que Satanás también podría obrar milagros y engañar a los escogidos. Tal afirmación era cierta; porque fue envuelta las luces hasta que segundos después desparecieron. El caballo tropezó con algo. El reformador había quedado a oscuras, sudado y temblando con una cruz entre las manos. Con la poca luz que se filtraba de la Luna, entre el follaje de los arboles pudo identificar que el objeto en el suelo era un cadáver humano; percibió un olor nauseabundo también. Para sorpresa suya, su sendero fue iluminado pero por luces divinas: tres antorchas venían saliendo de entre las tinieblas.
Tres hermosas mujeres vestidas con túnicas blancas. Eran rostros tan angelicales como las pinturas de Botticelli; las mujeres traían el fuego de la lujuria en sus ojos. Martin Lutero, anonadado por tan excelsa belleza, sospechaba que aquello no era normal. Con las luces de las antorchas, pudo ver que el cadáver era nada más y nada menos que John Tetzel, el vendedor de indulgencias. El enviado del Papa al que se enfrentó el reformador hace años; el cuerpo acosado por millares de moscas mostraba signos de descomposición. Justo en el pecho había una cruz de oro clavada. Lutero horrorizado, estuvo a punto de persignarse pero recordó que se trataba de un “hereje” más.
Las tres mujeres venían acercándose a él, hasta el punto de que ya el calor de las antorchas se hacía cada vez más intenso; Martin Lutero presintió algo: fue como si una horrible mano negra con garras se posara en su hombro y, aplicara un agudo dolor. Las mujeres comenzaron a desnudarse, sus túnicas blancas caían al suelo mientras Lutero agonizaba de dolor, un dolor profundo como el efecto de una mordida de serpiente. La primera (y la de cabello más largo), empezó a transformar su apariencia. Pasando de ser una angelical venus desnuda a un horrible insecto humanoide con grandes alas; enseguida, las demás arrojaron sus antorchas al suelo, de tal forma que el fuego se extendió entre los arbustos creando un cerco semicircular. Con todo el esfuerzo del mundo, el reformador alemán elevó su cruz de madera y cerrando los ojos recitó un versículo muy empleado por los protestantes en aquellos días. Era FILIPENSES 2:10-11.
-“Para Que en el Nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre”
Este versículo dicho unas diez veces en alemán fue como si un baño de ácido cayera sobre aquellas mujeres; una de ellas daba horribles alaridos demoníacos, mientras se arrastraba en tierra y terminaba vomitando una viscosa sustancia negra. La otra mujer se arrancaba los cabellos mientras huía despavorida hacia el fuego, donde terminó quemándose hasta consumirse en una asquerosa carne calcinada. Lutero intentó en vano ayudarla, pero fue imposible. El acto de posesión era muy fuerte en ellas. Ahora la tarea más difícil era exterminar a la primera bruja; aquella que había cambiado su morfología, pasando de ser humana a una asquerosa mutación insectívora. Pero el reformador, aun en su caballo vio como la mujer-insecto iba hacia el cadáver de John Tetzel y comenzaba devorarlo poco a poco.
-Volverás a las regiones celestes, perversa artimaña de Satanás ¡Fuera de aquí! Mira la cruz, mira la cruz…Allí fuiste vencido junto a tu amo, el tonto Lucifer…
La bestia. El insecto grande, verde y demoníaco, correteaba por las cortezas de los arboles; escalaba como una araña en los abetos. Aquel rostro infernal miraba con aires de azufre al reformador, quien aun sosteniendo la cruz, buscaba acercarse más al árbol donde subía el demonio. El cerco de fuego comenzaba a cerrase mientras consumía los cuerpos de las otras brujas moribundas y, de un occiso Tetzel. Lutero bajo de su caballo. La mujer-insecto ya estaba llegando a la copa del árbol cuando el reformador tuvo una gran idea; en el bolsillo de su traje llevaba a veces una honda que solía usar en sus ratos de aburrimiento en el seminario agustino.
Era el turno de David y Goliat. Lutero buscó entre el poco espacio que había de tierra una piedrita lo suficientemente grande como para asestarla en la cabeza de la bruja. Consiguió una: era redonda y gris. Acto seguido, el reformador procedió a lanzarla con todas sus fuerzas hacia donde estaba el enorme insecto infernal; el golpe fue tan fuerte que echó por tierra de una vez a la bruja. El cuerpo vino a darse contra el caballo de Lutero; lastimosamente, el equino perdió la vida por el impacto de aquella abominación. Una vez en tierra la bruja-insecto se retorcía de dolor, pero más dolor sintió cuando el reformador colocó la cruz de madera frente a ella y recitó el versículo en griego, latín y alemán. Las palabras fueron como una penetrante espada de dos filos: destruyeron a la arpía, bestia infernal que luego comenzó a quemarse lentamente. Como una combustión espontánea. Los cuerpos fueron consumidos por el fuego, mientras Lutero corría hacia zonas donde el fuego no había llegado. Cuando el reformador llegó a la aldea fue recibido con elogios y felicitaciones. Todos en el pueblo oyeron cuidadosamente el enfrentamiento espiritual de Lutero; y era obvio, porque todos sabían que los bosques de Frankfurt eran el hogar de peligrosas brujas que usaban hechicería celta para dañar a las personas. Martin Lutero fue a ver a la jovencita poseída; estaba recuperándose. Algo pálida y con fiebre pero al menos el demonio había salido de su cuerpo. Se dice que el reformador habló con sus padres en privado y descubrió que ellos habían sido culpables de la posesión de su propia hija.
-Fue hace días. Un sacerdote español vino por acá, trayendo consigo un montón de libros antiguos. La mayoría eran infantiles y…Nosotros le rogamos que nos diera uno para nuestra hija-le comentaba la madre a Lutero.
-El sacerdote nos mostró este libro.
Martin Lutero sintió otra vez el escalofrió en su espalda. Aquel libro no era una inocente colección de relatos infantiles; por muy colorido y hermoso que se viera aquel libro era un manual de invocación de demonios celtas; no fue ningún amuleto hallado en el bosque, como habían afirmado. Un raro ejemplar que Lutero había visto en la sección prohibida de los “Libros censurados” de la Inquisición; el libro se llamaba Cosmogonía chacal. En el idioma inglés era llamado Dark Cults of the Jackal. También fue un libro al que los judíos le tenían miedo; Lutero sabía que aquello era peligroso. Fue la llave que abrió las puertas del infierno a aquella familia. Mientras lo hojeaba, el reformador veía horrorizado infinidades de hechizos con nombres paganos casi impronunciables: desde Cernunno, hasta Mantor y el temible Leshi.
-Nunca, nunca, nunca vuelvan a acercarse a este libro-les advirtió el reformador a los padres de la jovencita.-Lutero se acercó a la chimenea y lo arrojó al fuego. No fue exagerado decir que el olor que despedía era como el del azufre.
Después de esa noche la aldea quedo convencida de que estaban ante un verdadero exorcista. Un hombre de fe y guerrero de la luz; para la Iglesia un hereje, para los pobres un caudillo, para los reyes un oportunista pero Lutero, siempre fiel a los designios divinos se consideraba un simple instrumento de Dios, con todos sus defectos pero al fin y al cabo un simple instrumento. No hubo más casos de posesión en Frankfurt desde ese día, pero hubo un caso del avistamiento de una abominación gelatinosa que posiblemente podría ser el demonio Cernunnos. Por ahora, los eruditos e historiadores no se ponen de acuerdo sobre el paradero actual de ese macabro libro. Las fuentes históricas sostienen que el libro fue reproducido mucho antes; traducido a varios idiomas, sentando las bases para los modernos movimientos ocultistas. En 1940 un historiador italiano murió de un accidente de tránsito. Misteriosamente, el cuerpo del erudito sostenía en sus manos un fragmento de Cosmogonía chacal en latín. El historiador se llamaba Bartolomeo Banucci y había dedicado su vida a investigar quien fue el autor de tan ominoso libro, así como el objetivo de su contenido. La historia oficial consideraba esto como un manual de iniciación en la brujería celta. Hasta ahí, pero el caso de Lutero, así como el de su encuentro con aquellas posesiones no fue el único que involucraba al susodicho libro. Años más tarde en Escocia, el reformador John Knox viviría un episodio más aterrador aun. Y no es de extrañar que este tan de moda otro libro semejante en la comunidad New Age, lo más curioso es que tiene un título muy parecido. Es bien sabido que hay muchos episodios de la historia que no registraron los libros.
AUTOR: DIONY SCANDELA (VENEZUELA)
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Diony Scandela, 30 años. Diseñador Gráfico y escritor nacido el 3 de Julio de 1993 en el Estado de Apure. Actualmente residenciado en el Táchira. (Venezuela). Iniciado formalmente en el mundo de la escritura en 2017, con la publicación de su novela Perros de la Prehistoria. Tiene entre sus influencias las obras de Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga, Lovecraft, Arthur Schopenhauer, la temática bíblica y Julio Cortázar.
Correo: dionyscandela@gmail.com
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