Lo admito, soy un adicto. Eran las seis am. cuando la vi, cubierta de polvo, oxidada por el olvido, la vieja mancuerna parecía esperarme en un letargo fiel. Deleité la vista contemplándola; sus discos dorados como el diente de Pedro Navaja, sus tuercas bronceadas por el óxido y la pequeña barra del color de la plata; me la hubiera follado de tener el pene de hierro. Imágenes de un viejo gimnasio emergieron. Sudé de solo verla, antiguos términos; tríceps, press de banca, proteína, repeticiones; volví a sudar antes de iniciar todo aquello. Transcurridas aproximadamente dos horas, de las cuales 80 minutos los pasé descansando, logré direccionar todo. Me sentí mucho mejor, pero aún no llegaba al punto en cuestión. Aumenté el peso con un par de discos e igual el número de repeticiones, hasta que mi cuerpo solícito e imploró me detuviera; no lo hice y continué las repeticiones hasta que la mancuerna cayó por su propio peso. Aquella sustancia interna recorrió todo mi ser desde su génesis en el dolor del músculo. Por unos segundos me elevé hasta un extraño cielo para luego descender al vaivén sinuoso de una cuna que mece al alma, y sonreí, como se sonríe tras una calada de THC, sin aparente motivo. Al cabo de algunos minutos disfrutando aquello, volví a la mancuerna y repetí el acto y de nuevo, extasiado, pude tocar las nubes y sentir como me desvanecía apacible en sudor. Ahora me drogo con endorfinas. Y como cualquier adicción, a mi cuerpo lo invade la abstinencia cuando no tengo aquella mancuerna. De todas formas la prefiero; es más barata que la cocaína.
AUTOR: TATO IBARRA (VENEZUELA)
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Alfonso Enrique Ibarra Rondón, Nacido el 29 de diciembre de 1971 en San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela. De oficio Abogado, escritor (redacta demandas), habla paja, cuentista y similares. Sus inicios en el campo de la narrativa se remontan a sus años en el bachillerato, cuando tenía 12 años; donde el profesor de literatura asignó la tarea de escribir un relato, siendo el suyo seleccionado entre el alumnado. Aunque en esa ocasión fue alabado con risas por parte de sus compañeros, el profesor no pensaba igual, ya que, tras censurarlo, no pudo más sino aplazarlo, debido a que era la primera vez que se leían tantas vulgaridades en un colegio católico. Autor del relato corto: ”La Carta” finalista en la extinta red “Boukker”.
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