En los confines de la galaxia, el sistema Amaltea había conocido la paz bajo el estricto dominio de un imperio que había durado siglos. Sin embargo, para muchos de los habitantes de los millones de mundos que componen el imperio, aquella paz no era más que una cárcel. En el planeta Atalia, en el mes de abril se celebraba la ceremonia de ascensión, un día en que un nuevo Emperador tomaba el control para imponer su mandato sobre los sistemas estelares, en un ciclo inquebrantable de dominación. Esta vez, la ceremonia sería diferente: Lucio Thal, un ambicioso y rígido líder, planeaba unificar todas las colonias bajo su puño, eliminando cualquier deseo de autonomía. Pero en las sombras, Silena Orm, la joven líder de la resistencia de Eryon, planeaba detener la ceremonia de ascensión del nuevo Emperador. Inteligente y hábil en el arte de la estrategia, Silena había pasado años construyendo un movimiento secreto que se extendía entre planetas. Para ella, el que gobernara Lucio Thal representaba una amenaza mortal que debía ser destruida antes de que se encendieran las llamas de la libertad en las colonias. Movida por el deseo de liberar a su gente, para ello, Silena traza un plan. La oportunidad se presenta cuando escucha rumores sobre un arma experimental en manos del Emperador, un dispositivo capaz de manipular las defensas planetarias a través de ondas de energía. Esa noche, decidida a robar información, se infiltra en una nave imperial, deslizándose por pasillos oscuros hasta llegar al corazón del sistema de datos de la nave.
Fue allí, rodeada de archivos, donde se encontró con Adran Thal, el hijo del Emperador. Adran, a diferencia de su padre, llevaba en su mirada un aire muy distinto al de su familia y sus antepasados; su educación intelectual lo acercaba a las ideas de libertad e igualdad a que aspiraban muchos de los súbditos del imperio, por ende, llevaba también la duda y el escepticismo, como si estuviera atrapado entre dos esferas. Pero en el fondo, anhela el cambio.
—»¿Quién eres tú?» —pregunta Adran, al verla en la penumbra.
Silena no retrocede. Le responde con la misma firmeza:
—»Me llamo Silena, soy de Eryon. ¿Si piensas detenerme?, no te será nada fácil».
Para su sorpresa, Adran no intentó detenerla. Al contrario, parecía genuinamente interesado en escucharla. Y esa noche, en un susurro de secretos y aspiraciones, se abrió un lazo inesperado entre ellos. Silena y Adran compartieron visiones: él deseaba un cambio desde dentro, un sistema con más justicia, sin renunciar a la estructura que consideraba necesaria; ella soñaba con un gobierno libre. Así, una improbable alianza comenzó a tejerse en los rincones más oscuros de una nave imperial. A medida que pasaban los días, Silena y Adran gestaron un plan común. Aprovecharían la celebración de la ascensión en abril para ejecutar un ataque que desmantelara el sistema defensivo de todo el imperio. Con el arma de pulso magnético que ella había ideado, desactivarían temporalmente las naves de la flota imperial, dejando expuesta la vulnerabilidad de Lucio Thal. Mientras discutían los detalles, la tensión entre ambos se transformó en admiración. Silena encontraba en Adran una calma y una visión que la cautivaban, mientras él veía en ella una fuerza indomable que desafiaba los límites de su vida estructurada. Entre el eco de sus voces y las miradas furtivas, nació lentamente una atracción prohibida, un vínculo que ambos sabían lo peligroso que era, pero temían lo inevitable.
Llegó el día de la ascensión, y con él, la ejecución del plan. Después de que Silena robaba el arma con ayuda de algunos miembros de la resistencia y llevaba a un escondite secreto en Atalia, Silena activaba el dispositivo de pulso magnético mientras las naves imperiales comenzaban a apagarse. Se empezaba a demorarse, una encima de otra, estrellándose entre ellas; algunas caían de la órbita de Atalia, estrellándose en el planeta. Los guardias robots caen dormidos, dejando al emperador indefenso ante cualquier ataque… La resistencia, oculta hasta entonces, se lanza a la ofensiva, comenzada en los jardines del palacio imperial, donde se estaba desarrollando la ceremonia, combatiendo con una intensidad que resonó en los corredores. Lucio, pronto, entendió que alguien lo había traicionado.
El enfrentamiento fue inevitable. Lucio, en un estallido de ira y sorpresa, se encontró frente a frente con su propio hijo. Los ojos de Adran reflejaban no solo la traición, sino una determinación inquebrantable.
—»¿Qué crees que estás haciendo, Adran?» —brama Lucio.
—»Lo que tú nunca harías en tu lugar» —responde Adran, con su voz llena de calma—: «dar al pueblo la libertad de elegir».
Lucio lanzó una mirada de incredulidad y desprecio. Para él, la lealtad era absoluta, y cualquier duda era un signo de debilidad. Fue entonces cuando Silena se une a la confrontación, colocando un arma a la sien del Emperador.
—»La tiranía ha terminado, su alteza» —dijo Silena, segura.
En ese momento, la situación alcanzó su punto álgido. Lucio, en un intento desesperado por retomar el control, activó un sistema de autodestrucción que amenazaba con arrasar las naves de toda la flota imperial que estaba en todos los planetas del orbe imperial. Silena y Adran actuaron con prisa en un tablero, tratando de insertar un código o cualquier algoritmo para desactivar la secuencia de detonación. Tenían una carrera contra el tiempo. Al final, después de que Adran inserta un código que era la fecha de la muerte de su madre, lograron detener el mecanismo de destrucción, pero buena porción de la flota quedó inutilizada por el pulso, y con ella, la base de poder de Lucio. El Imperio se tambaleaba, y la figura del Emperador, antes incuestionable, se había vuelto vulnerable. La caída de Lucio Thal marcaba el comienzo de un cambio irreversible. Con la amenaza de Lucio disipada, Silena y Adran se llevan detenidos al Emperador junto con sus cortesanos. Sin embargo, el cambio apenas comenzaba. A pesar de la derrota del Emperador, los sistemas estelares debían ser reconstruidos y unificados bajo una nueva visión, una en la que la libertad y orden pudieran coexistir.
Silena y Adran, unidos tanto por su visión compartida como por el lazo que habían desarrollado durante la gestión de la conjura, trabajaron juntos en la creación de un sistema galáctico que respetara la autonomía de cada planeta. Con el tiempo, sus nombres se convirtieron en los nuevos emperadores y una nueva dinastía, aunque comenzaron como una relación sencilla donde se gestaba el germen de la admiración y el respeto.
La galaxia de Amaltea renació bajo el signo de una nueva era, y abril dejó de ser el mes de la ascensión imperial para convertirse en el mes de la libertad y la justicia.
AUTOR: FRANCISCO ARAYA PIZARRO (CHILE)
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Francisco Araya Pizarro. Nacido en 1977 en Santiago de Chile, Artista Digital, Diseñador Gráfico Web, Asesor en Marketing Digital y Community Manager para empresas privadas y ONGs asesoras de las Naciones Unidas, Crítico de Arte, Cine, Literatura, además de Investigador. Y Escritor de Ciencia Ficción, donde en su blog comparte sus relatos cortos en: www.tumblr.com/franciscoarayapizarro