A Ramón, Papá Interminable

PADRE LOCO Y ABUELO DE CUATRO SOLES
Como habitante de una patria enferma de la cabeza, brego por no mantener el seso perdido con chifladuras de huerfanito. Repito visitas al palomar para sentarme debajo, y esperar que las palomas en sobrevuelo, me vayan cagando. El día Mundial de la Salud Mental existe y aquí, casi que ni cuenta nos damos. Todos andan ocupados pensando por qué tirano votar la próxima vez, o revolcándose con prostibularias en alfombras ajenas. Yo sí celebré ese día. Recordé las deschavetadas de mi padre. Creí que había perdido el juicio cuando regalaba billetes al nacimiento de un hijo, o quemaba con cigarrillos los billetes. Era un próspero comerciante, había ganado la lotería y lanzaba globos y bengalas, acompañado del mejor vermut. Eso era lo más hilarante para él. Repetía que “para ser millonario no bastaba con tener dinero, que también había que saber cómo malgastarlo”. Y él lo malgastaba en vinos y champañas, remangando faldas y dando caderazos de canutillos y chaqués, También pensé que se le había corrido la teja, a otro hijo suyo, quien, a juzgar por sus alocadas ocurrencias, como que abrió la mente más de la cuenta cuando se hizo piloto para convertir en terror infantil viajes en mototabla. Le sobraba la adrenalina. Acera abajo aceleraba carros de rodillos o ruedas de balines para ocasionar heridos deliberadamente. Apeñuscaba su vehículo de tablas con amiguitos y hermanitos, agarraba con firmeza la cabuya, es decir, el volante, y hundía el acelerador hasta caer en una cuneta. Una vez que hacía volcar el “Ferrari”, reventaba en carcajadas y, descaradamente, le prestaba los primeros auxilios a los maltrechos. Asimismo, me confundí porque a mi abuelo casi que se le afloja un tornillo, o se le aflojó. En sus últimos días le dio por fundar un poderoso ejército. En rigurosas formaciones militares que organizaba en el patio, al mejor estilo del ejército británico, amaestraba nietos sobre la manera cómo debían ser capitanes de buque, pilotos de portaaviones o comandantes de infantería de marina. Todos en casa estábamos obligados a servirle a la patria. Siguiendo los pasos de ellos, yo también perdí la chaveta cuando me convertí en piloto de avión de carga. Armé avioncitos de papel y los puse a volar por el cielo del salón de clase. Los cargaba solo con palabras, no les echaba nada más. Los fabricaba solo a punta de epígrafes. Se podían leer en la carrocería de la aeronave frases, pensamientos bobos, advertencias de ocasión y cuanta grafía se me ocurriera. Como aquella de “levanten la mano los degenerados”, o “la madre pa´l que robó mi lápiz y mi borrador”. Cosas de infantes o no, esa era una extraña enfermedad en la que veíamos placer. Ahora no me importa saber quién era el que estaba más deschavetado. Mi padre no volvió a quemar billetes, mi abuelo se fue a capitanear al cielo, y el piloto de la cabuya está en San Petersburgo. Y mi puto nivel de estupidez acabó. La terapia la tendrá que seguir el pobre planeta tierra que se dejó infestar de dulces locos que “ni siquiera sabemos por qué diablos nos pusieron a disparatar aquí”.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)

José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
Email: al.paraiso56@gmail.com
Facebook: José Montañero