La selva amazónica de Colombia, hace más de cierto tiempo del que se puede recordar, albergaba en la región del Chocó y el Cauca, dos culturas indígenas ancestrales catalogados a sí mismos como los Emberá, por el norte de la selva, y los Guambianos, al sur de la misma. Obviando sus diferencias en idioma y costumbres, se relacionaban de tal forma que coexistían en relativa armonía, respetando los bordes del territorio de cada tribu y manteniendo vínculos comerciales esporádicos. Sin embargo, los senderos del tiempo tomaron un siniestro rumbo que encaminarían su relación para siempre.
Los Emberá, hábiles alfareros y con habilidades en la cestería, poseían una espiritualidad arraigada en la naturaleza circundante. Se puede decir que sus rituales se desarrollaban en los prados de hierba bajo el dios Sol del bosque, donde danzaban alrededor de hogueras, invocando a demás deidades de la selva y la lluvia, principalmente direccionando sus ritos a eliminar la toxicidad de las plantas para poder usarlas en el ámbito medicinal. Por otro lado, los Guambianos, perfeccionaban sus técnicas agrícolas y textiles. Sus ceremonias se realizaban en lo alto de las montañas, donde invocaban a los ancestros y a los dioses de los elementos.
—“Hola”— inicia la mujer Guambiana la conversación desde un lado del acantilado, no tan ancho, que separa a las dos comunidades.
—“¡Hola!”— grita el hombre Emberá desde el otro lado.
—“No tienes que alzar tanto la voz”— expresa la mujer mientas se pasa suevamente la mano izquierda por su cabello largo, liso y brilloso como el aceite de coco.
—“Lo siento.” —Responde riéndose como un niño encariñado —“Me emociona poder volver a verte”.
Durante siglos, estas dos culturas vivieron en sincronía con sus tradiciones; pero, la ambición y la sed de poder empezaron a teñir sus corazones. Los líderes de ambos grupos se tornaron ambiciosos, deseando las riquezas y secretos de la otra cultura. Los Emberá anhelaban los cultivos de los Guambianos, mientras que los Guambianos deseaban las artesanías y la sabiduría de los Emberá.
El punto de quiebre llegó cuando un chamán Emberá, cegado por la envidia, se aventuró en las montañas sagradas de los Guambianos. En esos senderos, apreció cautelosamente uno de los rituales más preciados: La danza armoniosa.
¿Qué sensación podría describir? Estaba fascinado, o más ansioso, o quizá embelesado por la majestuosidad del baile y sus cantos acompasados.
El chamán Emberá regresó a su comunidad y trató de replicar el ritual con su propia métrica, manteniendo su esencia y significado original. Sin embargo, justo cuando los Guambianos se enteraron del plagio, se sintieron robados e inmediatamente se desencadenó una ira hacia la tribu vecina. Así que… convocaron a sus ancianos y decidieron tomar represalias. Dado que, en sus corazones, la confianza que habían demostrado durante siglos se resquebrajó, y la tensión entre las dos culturas se volvió palpable.
—“Estamos en reunión comunal, no puedo pasar las rocas ahora para alcanzar tu mano”— Se disculpa la mujer Guambiana.
—“A lo lejos escucho que me llaman también, algo no está bien, y creo que se relaciona con nuestras familias”— argumenta el hombre Emberá, mientras se baja apresurado atravesando las rocas sin bajar la mano.
—“Tengo que regresar”— insiste la mujer.
—“Toma mi mano una última vez”— suplica el hombre con sus ojos miel bajo la calurosa y húmeda tarde bajo el sol.
Los Emberá, a excepción del chamán, desconociendo el motivo de la enemistad, intentaron (en vano) comunicarse con los Guambianos para resolver la disputa. Cada intento fue bloqueado por una barrera invisible de desconfianza y amargura. Los líderes, cegados por la ira y el rencor, rechazaron toda posibilidad de reconciliación.
Los rituales, que una vez habían unido a las dos culturas, se convirtieron en una fuente de división y hostilidad. Los danzantes de la selva y los montañeses ya no compartían sus secretos, y sus conocimientos se habían vuelto inaccesibles para el otro grupo. Los antiguos lazos de amistad y colaboración se habían desvanecido en el viento. Incluyendo a la posible relación amorosa que surgía entre un hombre de la comunidad Emberá y una mujer de la comunidad Guambiana.
Al pasar el tiempo, los Emberá y los Guambianos se volvieron extraños el uno al otro, a pesar de la proximidad de sus territorios. La selva y las montañas, una vez testigos de su cooperación, ahora eran testigos silenciosos de su distanciamiento. Las generaciones futuras apenas tendrían idea de la época en que estas culturas se entrelazaban en unidad. Y, así, las dos culturas indígenas, que alguna vez compartieron su conocimiento y prosperidad, quedaron divididas por la envidia y la incomprensión.
—“¡No!”— lanza un sonido desgarrador, la mujer Emberá, cuando su hombre tropieza y cae rumbo hacia abajo del acantilado no tan ancho que separa a las comunidades, pero sí largo y de cuesta hacia abajo de los ríos.
—“No te asustes” —suspira el hombre mietras intenta agarrarse de una piedra plana, halando con delicadeza su pierna derecha adolorida, quizá un tobillo torcido tenía.
—“No”— ella exhala un sonido apagado cuando ve que allá, desde la montaña, una oleada venía con sonidos de derrumbe o piedras siendo arrasadas. Era el agua mala.
El hombre solamente veía cómo su mujer se alejaba hacia atrás sin quitar la mirada perpleja y resignada hacia él, después de haber girado raudamente con la misma velocidad con que descendía el agua a tal punto de llevarse consigo a todo lo que se atravesara. Inclusive al hombre Guambiano.
Los Emberá y los Guambianos continuaron sus vidas por separado, cada uno llevando consigo la tristeza de una relación que se desvaneció en las brumas del tiempo y la fuerza del agua y del viento, como dos ríos que recorren paralelos (descendiendo la selva frondosa de Colombia) pero nunca llegando a cruzarse.
AUTOR: LEINER YESITH BRITO MOLINA (COLOMBIA)
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Leiner Yesith Brito Molina – nació un 12 de enero, hace 27 años. Hijo de tres mujeres: Marlene de Berti, Erika Bertis (Q.E.P.D.) y Soledis Molina. Padre de un hijo, ingeniero ambiental y docente. Aficionado por la literatura, baile, canto y actuación, aunque todas estas artes solo sean su pasatiempo. Extrovertido, risueño, responsable y admirado por sus sobrinos, primos, tíos, hermanos, estudiantes, exestudiantes y pareja sentimental (con quien actualmente cumple un año de relación) con quienes comparte la mayor parte de su tiempo en su ciudad amada: Maicao, La Guajira, Colombia.
Es autor de la novela AYUDA PSICOLÓGICA PARA EL DESAMOR y de algunas antologías publicadas con las editoriales ITA y Gold Editorial.