Nació durante el diciembre parrandero y bullicioso de las primaveras. Aunque aquí todo el año es primavera. No consume sustancias aletargantes y no sabe qué es el tal fentanilo que, como “droga zombi”, hace parte de la toxicomanía contemporánea.
Ama ser campesino, se enternece con el bosque, lo respeta y lo saluda pero tiene una rara fijación por la sociedad de afuera que, si bien ve rara vez, inexplicablemente, casi que odia.
No sale de su hábitat y en sus charlas de cafetal insiste: – prefiero las culebras venenosas del monte a las víboras que hablan. Se embelesa palmoteando su burrito colimocho y se apasiona cada que siembra una mata de cebolla. Tampoco sabe qué es eso de los traquetos. Lo que verdaderamente sabe es sobre el revoloteo de colibríes, los caminitos de las hormigas y el relumbrar de los cocuyitos. Nunca maldice y cuida celosamente el candil de llama delicada que no le falta sobre la mesa pequeña que mantiene al lado de la cama.
Encima de la mesita también son imprescindibles un clásico de la literatura universal y algún libro sobre las costumbres propias de su pueblo o que le hable de arrieros, cultivadores de tomate, parteras, sembradores de caña, café o moliendas de panela.
Aromas de limón en el aire, lujuria natural en el cacho de su tierrita que colinda con la quebrada, y de un horizonte tan alucinante que deja ver todo el tiempo el azul del cielo, los cerros verdes despejados y el vuelo profundo de los aviones que tienen esas alturas por camino.
Es costumbre verlo durante la labranza, doblado ante el surco con la cabeza inclinada casi que besando la tierra. Cosecha tomates mientras le coquetea a la hojarasca y le agacha la cabeza a las siembras. Argumenta que a lo único a lo que no le agacha la cabeza es a cualquier andante de la granja humana, de esos que la infestan hablando. Hocico a cara es suficiente, sostiene.
Cuando inclina su cuello sobre algo que no sean sus agriculturas es solo para ver qué tan lindos son los zapatos de mamá. Alardea susurrante que solamente les dobla la espalda al agua, a los animales y al fuego. Son las únicas venias que hace. Esas reverencias son las que le aplastan los momentos “malparidianos” de los días.
Sobredosis de cosechas en el huerto, aromas de café para inyectarse, azadones para fumarse la vida, libros para quedar fuera de sí, arrullos de pájaros para ver visiones y tierra entre las uñas. Todo, sin mierda en la cabeza del labriego. *
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)
José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
Email: al.paraiso56@gmail.com
Facebook: José Montañero