Si en este terruño de exuberancia agrícola todavía persuaden a virtuales dadivosos para que abran sus carteras y regalen billete o para que se conviertan en donantes de comida, es porque esas persuasiones, pedigüeñamente solidarias, encuentran destinatarios no cicateros. La señal es que, “nadie se quede sin comer” en esta mancha humana dentro de la que nos apiñamos.
Para júbilo, la tierra aún se pinta de bananas y no está despojada de alimentos pero son cientos los platos sin arroz. En el planeta siguen siendo paisaje los rostros macilentos, las gargantas anhelantes y las cocinas sin pan. En cualquier rincón todavía hay gente que lo único que “traga” es saliva o que solo come con los ojos. Hambre filuda que hace decir cosas horribles a los más enfadados porque sienten que su organismo es inferior.
Entre tanto, en guaridas privilegiadas, a manteles europeos, hierve el bacalao al estilo club ranero o los calamares en su tinta. Bullen los excedentes de comida, cuyas sobreabundancias no embadurnarán ninguna boca empalidecida. En mi pueblo de declives sosegadamente montañeros, y en mi casa, de mesa muy generosa, nunca faltaron ni los frijoles ni “el ñervo” (carne grasienta o mantecosa) en el caldo. Los árboles no estaban desnudos y las arepas de maíz me complacían.
El caso es que con aquellas donatones quedaron develadas las bocas que ocultaban hambres. Y las ollas que añoraban un huesito en el caldo empezaron a burbujear. Tragar saliva, casi que sollozando en voz baja y mitigar la vida tan estrecha y apretujadamente, podría convertir un plato en un recuerdo.
Sin embargo, en el planeta que es como una mezcla de azul y pensadores retorcidos, existen otras hambres peor de horripilantes que podrían chamuscarse sin tanta pimienta: enfermos psíquicos en el poder que aún no tienen manicomio, corruptos sin infierno que degustan las miserias del pueblo, delincuentes que cogobiernan y dictadores y aduladores que se beben la violencia tras cortinas de terciopelo, estilo barroco, mientras los viandantes de la nación nos escabullimos en estampida para salvar nuestros escurridos traseros.
Así es como aquí le dan garrote al hambre, así congelan el progreso y así sacian la ferocidad política.
Cuando mocosuelo no pasaba eso y así no hubiera escalopes asados en la cocina, yo podía aguzar los dientes para chuparme los dedos porque el respeto, la honestidad y el beso en la frente, eran el plato fuerte de mi mamá Carmen. Arrumacos refinados y no traicioneros, que sobreabundaban y que hechizaban las alcobas emboñigadas de mi casa.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)
José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
Email: al.paraiso56@gmail.com
Facebook: José Montañero