Me fui hasta el aeropuerto de la capital a ver aterrizar aviones, así como lo hacía de mocosuelo en mi ciudad. De cuando en cuando lo hago y no pasa nada. Solo pasan aviones y me deleito. ¿Si me deleito viendo aterrizar aviones cómo no me voy a bañar en agua de rosas jugando a ser prosista de cajón? Mi jugueteo como prosista de cajón es algo así como escribir sandeces que después van a parar a cualquier cañería.
En la terminal aérea lo que quería era merodear la afluencia de andarines y peregrinos. En una hora aterrizaron 11 aviones y 2 avionetas. No conté los que se elevaban ni leí los nombres de las aerolíneas, pero alcancé a darme cuenta de las enloquecedoras peloteras en los controles de migración por la multitud con comezón en los fundillos, ávidos de calendar una silla de un país a otro. Muchos trotamundos, muchos. La compra de tickets y el pago de hoteles clase realeza, pululan. Vuelan cada vez que les viene en gana.
–Oh, esto me aburre, aquello me aburre, ver cómo escribes bobadas me aburre. Necesito volar.
Y con esa pataleta tan simplona se van a surcar nubes. Esa es la excusa para montarse en un avión.
Me retiro del campo de aviación para tomar tierra descargando mi trasero en la última banca de un bus-escalera hasta llegar a las calles empedradas del pueblito. Al llegar, resucitan las alboradas y se refleja de nuevo en mi retina el encanto del pesebre provinciano. A pesar de lo destartalado del camión las horas en el camino no se sintieron. Solo el sonido del claxon y la suela del camionero que no dejó de pisar con insistencia el acelerador.
Pero no somos lo que volamos, tampoco lo que brinquemos sentados en el autobús. A lo mejor, seamos lo que saltemos por la vida.
A los pueblos con aeropuerto o sin aeropuerto debe olérseles y mirárseles desde arriba, desde cualquier lado, degustarlos y recorrerlos. Eso podría convenirnos. Disimular y escuchar los poblados los hará darse cuenta que son más que solo perros. Claro, hay bares y cantinas, también mujeres con pies apoyados en las paredes, mercenarios, rutinas tediosas, traseros en bamboleo, exclusión, tugurios, clasismo, miserias y borrachos. Es nuestra casa, y así se ve. Es lo que queda de ver el mundo en modo carretera. La diferencia de verlo en modo avión es que las alas, como ya existen, hace que todo vuele y se vea más liso y manso desde arriba. Es posible que a los macilentos en tierra no les llegue nada desde el cielo. Ni siquiera les lanzarán lo que ofrecen las aerolíneas, ternera o verduras cocinadas. Pero los putos orines del vuelo sí les llegan. Los pasajeros en primera clase creerán que abajo todos somos gordos en camioneta y con un rifle en la espalda. Después todos vemos cuando aterrizan.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
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