Por. Javier Barrera Lugo
Editor Escritores Rebeldes
En mil novecientos veinte las cosas en el mundo empezaban a fluir después de la barbarie experimentada en la primera guerra mundial. Los aliados ganaron la confrontación y su líder al final de la misma, siguiendo su elaborado plan, comenzaron a dominar el mundo. Los Estados Unidos, subieron el escalón que consolidó su estirpe imperial (para bien o para mal), que aún hoy, pese a los eficientes intentos de los chinos, siguen desplegando. Después de la masacre vino la fiesta, la opulencia y el despilfarro en todos los aspectos. El placer y su ostentación les ganaron el pulso a las heridas aún abiertas. ¿Cuándo la sensualidad no subvierte la presencia de una cicatriz?, se pregunta este servidor.
Fotografía: Nereo López, fotógrafo cartagenero, trabajó como reportero gráfico para “Cromos”, El Espectador, “El Tiempo” y la revista brasileña “O’Cruzeiro”.
Mientras esto pasaba en otras latitudes, en la pacífica Cartagena de Indias, sucedían dos cosas de trascendencia suma para el arte y sentimiento de Colombia: el beisbol llegaba para maravillar y nacía un cultor de momentos pegados a un papel esmaltado: Nereo López.
El pequeño vino al mundo con una misión: leerle el alma a la gente y a las cosas. Desde el inicio se esmeró en ello. Hurgó la luz y vio en ella más de mil lados que mostraban cosas disímiles, posibilidades, sombras que hacían patente lo importante de ser más que un simple mirón, un observador curioso. Detalló desde la puerta de su casa como la pequeña ciudad festiva como ninguna, estallaba comercialmente y el mundo la descubría y quería sacarle todo el partido posible. Las cosas fluían intensamente. No sé si fue un bebé fuerte, rubio o loco. Imagino, eso sí, que desde sus primeros segundos de vida estuvo mirando, identificando sonidos, vislumbrando intensidades.
DEL PARAÍSO PERDIDO Y EL NUEVO INFIERNITO ENCONTRADO
Fotografía: Nereo López / Bibliotecas Nacional De Colombia
La niñez no siempre es plácida. El paraíso siempre está en peligro y sus ocupantes, guerreros a la fuerza cuando empiezan a cerrarse las puertas, no tienen jamás el cupo asegurado. Los padres de Nereo mueren; el pequeño comienza travesías a través de la ciudad, su familia, conocidos y diversas comarcas encantadas del norte de Colombia.
Empieza a cuidar buses, apenas la pubertad le cambia la fisonomía, en el paradero regentado por un conocido, los lava y duerme en ellos. Allí entiende que la movilidad de los objetos es lo que les procura vida, que las armas sólo sirven para “embarrarla” (salvo si eres Jorge Negrete) y que los amigos, los buenos amigos, regalan cámaras de retratar para cambiarnos la existencia y meterle magia de ñapa. Deduce que el sufrimiento tiene matices al igual que la alegría, que el silencio eterniza y hace pulular tranquilidad, que el color verde y los dulces de níspero forman parte de un todo.
La errancia comienza y también el aprendizaje. El cine se le mete en las venas y hasta a un Nobel en ciernes y sus entrañables camaradas les colaboró con una película sobre langostas y colores de agua y ojos de mujer hermosa. En Nueva York, aprendió a retratar niños que casi nunca sonríen para las fotos, a campesinos y cumbiamberos los volvió íconos, a beisbolistas patrocinados por su estudio fotográfico, el calor de Barrancabermeja, la naturaleza de la gente que habita el puerto fluvial que tanta riqueza genera y tan poca refleja, les abrió un escaparate de sueños disparatados y creativos.
Corre el tiempo y su fama genera premios y corresponsalías para un diario de Brasil: O Cruzeiro, para ser específicos, y diversos medios nacionales e internacionales. Las exposiciones individuales y colectivas de su trabajo también le otorgan generoso reconocimiento, pero es su labor cargada de honestidad, de vívidas observaciones la que lo catapulta como uno de los fotógrafos más importantes de la historia del país, compartiendo dicho sitial con maestros de la talla de Manuel H Rodríguez, Leo Matiz y Hernán Díaz.
Noticia Gráfica, fue su intento personal por cimentar e impulsar el agenciamiento de noticias. Aunque fugaz, le dio bases para el desarrollo de la fotografía como instrumento para registrar la cotidianidad, escarbar detalles o denunciar. Como artista su compromiso se mezcló con el sagrado deber de informar.
En .982, su amigo, el cineasta con vocación de escritor, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura por parte de la Academia Sueca. Nereo, el “compinche”, el director de fotografía de una vieja película que varios “locos” realizaron en honor a la lúdica, fue designado por Colcultura, fotógrafo oficial de la delegación nacional en la entrega de dicho galardón. Un honor registrar para la posteridad el momento dorado de su compañero cataqueño, García Márquez.
La consolidación de su prestigio fue un síntoma de lo que su trabajo artístico lograba generar en la crítica y sobre todo en las gentes que, como nosotros, amamos la expresión humana. Reconocimientos de todo tipo le fueron dispensados, pero alguna vez manifestó que el verdadero galardón, el más preciado lo da el respeto de la gente hacia lo que uno hace.
La vida de Nereo, ha sido de asombros, fortaleza y dedicación a su oficio, porque la fotografía es artesanía pura, juego de la imaginación, la oportunidad sensible a cualquier prueba. A sus noventa y dos años, Nereo descansa; descansa el cuerpo. Las mentes ágiles, los corazones blindados a la tragedia y la comodidad, son felices saliendo del paraíso y encontrándole el lado bonito a los infiernitos.
Un homenaje sencillo para un hombre que tanto le ha dado a la cultura de este pedazo de América. Un hombre, un niño extasiado con los colores que aprendió a degustar en una Cartagena polvorienta, esa maestra de ensueño que le dictó los primeros secretos de su oficio como captor de momentos.
¡Larga vida, maestro Nereo López!
FUENTE – AGRADECIMIENTO
Imágenes De Soporte
Biblioteca Nacional De Colombia
Bogotá – Colombia
Equipo Escritores Rebeldes