Solo se quitaba el sombrero por momenticos; cuando iba a misa, al inclinarse ante sus paisanos para saludarlos o cuando bajaba a chapucearse a la quebrada. Este señor hasta amanecía con el sombrero blindándole parte de la cabeza. No fue propiamente un estilista del chapeo como los grandes escritores, pero con ese forro recubriéndose, hacía de su cabeza una elegancia. Lo usaba siempre durante su encantadora manía de arriero y campesino labrador y le parecía gran pecado no llevarlo. Era su sello del alma, inseparable. Se enorgullecía y se apasionaba yendo por lodazales, exhibiéndole el sombrero a los barrancos. –Este caparazoncito en mi cabeza no me lo quito ni para acostarme, decía entre dientes, cada que le sugerían que lo colgara en un garabato, al menos para ir al catre.
A estos sombreros raídos, deslucidos, sufridos, enmalezados, los de las travesías, no los declararan símbolo cultural de la nación. Menos aún, los instituirán como patrimonio cultural. Pero, a un sombrero bandido sí, al de un comandante de un grupo subversivo. Este aderezo se paseó en cabeza del bandolero como princesa en pasarela, echando ráfagas de fusiles. ¿Bien de interés cultural una prenda personal con la que se ayudó a escribir con sangre la historia del país? Honores y apología al bandidaje.
Algunos alegan que, si eso no es símbolo cultural del país entonces qué lo es. Argumentan que ese sombrero es símbolo porque es legado, es estirpe y construye paz al haber sido exhibido en la cabeza por un alzado en armas que en otro tiempo firmó un acuerdo de paz, paz que jamás se ha visto.
Aquel señor que se quitaba el sombrero, solo por momenticos era el padre de mi madre. Y no solo cogió café en terrenos faldudos, arreó mulas, cultivó maíz sino que trasegó por pantanos, plantando las primeras huellas de nación dentro de ese montón de campesinos trabajadores y honrados de mi patria a los que, no se les declaró sus sombreros como patrimonio cultural y menos aún se les salvaguardó el surco y sus cultivos.
A tanto hubieran querido llegar el sombrero de ala corta del cantor de tangos Carlos Gardel; el “trilby”, atractivo y característico, de Frank Sinatra; el bombín del actor y cómico Charlie Chaplin; el insinuante del escritor y periodista Truman Capote; el icónico del Rey del Pop Michael Jackson; el sombrero relajado y pecador del escritor Ernest Hemingway; la gorra de Sherlock Holmes y los sombreros icónicos de los placeres. Estos sombreros no se usaron para el desfogue de traumas dictatoriales sino que dispararon principios y establecieron usanzas dignas. Hay estudiosos que dicen que “la elegancia está en la cabeza”, y culturas que exponen que “la cabeza simboliza la conexión con el cielo”. Eso lo entendía muy bien el galante señor que se quitaba el sombrero por momenticos, pero no propiamente para saludar a los perros.
AUTOR: JOSÉ LUIS RENDÓN (COLOMBIA)
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José Luís Rendón C. Nació en el Municipio de Argelia (Antioquia) – Colombia. Titulado como Profesional en Comunicación Social. Ha sido corresponsal de prensa alternativa independiente, cronista, periodista y locutor de radio. Cuentos: LEOCADIA, obra ganadora del primer puesto del concurso de cuento “Carrasquilla Íntimo” convocado por El Colegio de Jueces y Fiscales del departamento de Antioquia-Colombia y publicado en la revista Berbiquí. Cuento: EL MONSTRUO DE LA PLATANERA (inédito).
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