‘Hay que jugar con los huevos en la punta de los botines’”. Obdulio Varela
“Triunfamos y fracasamos menos de lo que creemos”.
Jorge Luís Borges
“El Negro”, decidió caminar las nueve cuadras que separaban el bar, donde todo eran caras largas y gemidos profundos, del hotel donde el equipo se hospedaba. Transitar en silencio era una medida necesaria para que la tromba de ideas que atropellaba su cabeza no arrastrara la compostura que lo había distinguido toda la vida. Eso era lo único que podía hacer el tipo más famoso de Uruguay, de América… ¡Qué de América…! ¡Del mundo! Ese 16 de julio de 1950, se consagró como una leyenda viviente, el sol de la bandera uruguaya; pero él, solo quería vagabundear en silencio por las calles de la ciudad que le brindó la inmortalidad.
Ya era historia el gol de Gigghia, el más importante de la selección charrúa hasta hoy. Las lágrimas de Máspoli, llanto de hombre honrado, de tipo bueno, se le habían metido a las raíces de Maracaná profundo, certeras, limpias. La gallardía de Tejera deambulaba por las tribunas vacías dibujando el espíritu de unos hombres humildes y llenos de grandeza. Todo historia.
Don Obdulio, “El Negro jefe”, me saludo con su característico “¿Qué hay?” Y para mi sorpresa, se sentó en las escalinatas donde me fumaba el pucho de antes de dormir. Estuvo algunos segundos en silencio y me lanzó la bomba que aún hoy retumba en mi cabeza y me desconcierta por su profundidad:
– ¿Servirá de algo esto que hicimos, Juan? -dijo como hipnotizado mirando el cielo estrellado de Río. No me preguntó; se preguntó a través de mí.
“¡El tipo enloqueció!” Dije para mis adentros. Volteé el rostro y lo encontré gris, con algo de melancolía. Sólo pude decirle lo más sincero que me salió de la cabeza:
– ¿Cómo dice eso, jefe? ¡Le ganamos al mejor equipo de toda la historia! Esos doscientos mil del estadio y los cincuenta y dos millones que no pudieron entrar, dan fe de lo que sucedió en el estadio. ¡Ustedes son Uruguay Don Obdulio, lo mejor de Uruguay! -concluí con inocencia.
“El negro” me tocó el hombro con ternura. Le ofrecí un cigarrillo y lo rechazó con gentileza. Tomó aire y dijo cosas que jamás hubiese considerado.
-Mire, joven. Me fui de copas y encontré a gente como usted y yo llorando en las esquinas, en las puertas de sus casas. Los bares eran el reflejo de una tragedia que nadie pensó fuese a materializarse. Siento que le robé a la gente decente y trabajadora un motivo de ilusión. Analícelo: nosotros ganamos un partido y un mundial. Ellos perdieron su primera copa, perdieron la fe, perdieron la confianza. Y para hacer más triste el cuadro, son los dirigentes que casi no nos traen aquí los que se endilgan el triunfo, se colgarán las condecoraciones y cobrarán premio…
A uno lo escuche diciéndole por teléfono a su secretaria que, al llegar a Montevideo, le tuviera preparadas medallas de oro a él y a sus compañeros. Se van a condecorar entre ellos; mientras, a nosotros, por lo de la huelga del año pasado, nos darán un chapita de latón y un golpecito en la espalda. ¡Siempre perder y ayudar a perder a los que son como nosotros…! -dijo.
La desilusión pintó la cara de Don Obdulio. Mi vieja siempre dijo que los hombres llevábamos la peor parte a la hora de sentir, porque nos tragamos por honor las lágrimas y estas terminan envenenándonos. ¡Cuanta razón! “El Negro”, se moría no tanto de rabia como de desilusión gracias a la desfachatez de los buitres que siempre se quedan con las proezas que otros ganaron batallando.
Intentó levantarse y fue ahí, en ese instante, cuando todo pareció tomar su lugar. Tenía que salvar al nuevo héroe de sus dudas y acababa de encontrar el mejor argumento para hacerlo volver a soñar.
-Don Obdulio-dije- ¿Qué sintió allá en la cancha cuando salió a jugar? –
El “jefe”, esbozó una sonrisa y me miró directo a los ojos; pero su mirada usó la mía para transportarse unas horas atrás hacia Maracaná.
-Eran doscientos mil ladrándonos a la cara. Nunca imaginé una fuerza de esa naturaleza… ¡Espectacular! No tengo presentes los rostros de los jugadores brasileros, ni mi memoria retuvo palabras o hechos claros antes del juego. Era un zumbido que se metía en la carne, electricidad… Pensé en mi mujer, en los vecinos del barrio pegados a la radio escuchando el partido. “Ambiente bárbaro si ganamos”, bromee. Me le acerqué a Míguez y a González y les dije: ¡Con todo! ¡Si nos ven el miedo, estos nos aplastan! Y así fue, Juan. Les ganamos el partido como lo que somos: hombres-dijo casi perdiendo el aliento.
– ¡Sí! ¡Les ganamos! -expresé al borde de las lágrimas. Ahí estuvimos sus vecinos, su mujer, el obrero, el carnicero, los niños, Uruguay entero lleno de ilusión. Ustedes fueron nuestras piernas, cuerpos y espíritus en ese estadio. Ganamos por fin algo y nadie nos lo va a quitar. Jamás lo vamos a olvidar. Los dueños se conforman con medallas, igual a nadie importan sus nombres. En cambio, usted…Usted es ya un prócer de la patria. ¡Nos cumplió un sueño Señor… ¡Eso se lo agradeceremos siempre a ustedes! -rematé.
Juro que al “Negro”, se le aguaron los ojos. Negaba con la cabeza; pero fue evidente que la paz volvía lenta a su pecho.
Dígame algo Don Obdulio-pregunté emocionado- ¿Acaso no valió la pena?
El “Negro jefe”, Don Obdulio Varela, Capitán de la Selección Uruguaya de Fútbol Campeona del Mundo en 1950, sonrió como de costumbre, se arreglo la chaqueta y buscó la puerta del hotel. Antes de entrar, me dijo con voz firme:
-¡Claro que valió la pena, muchacho! ¡Valió la pena! –
AUTOR: JAVIER BARRERA LUGO (COLOMBIA)
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Javier Barrera Lugo, nació en Bogotá (Colombia). Editor General de Escritores Rebeldes. Siempre buscando el final de la línea del horizonte que forma la mar océana. Escribidor de oficio y corazón, admirador de los cronistas de indias que describieron a través de letras la fantasmagoría de un continente, que hasta hoy, es un complejo enigma. Editor del blog Idiota Inútil, autor de cuentos, poesía, ensayo que defiende la autenticidad y el silencio.