En una época lejana, cuando los dioses aún paseaban por la tierra y los héroes forjaban sus leyendas, la humanidad descubrió un artefacto de poder inconmensurable: el Reloj de Cronos. Este objeto, forjado en los albores del tiempo por el titán Cronos, permitía controlar el flujo del tiempo mismo. A lo largo de los siglos, este poder fue guardado celosamente por una orden de sacerdotes, pero el conocimiento de su existencia no podía permanecer oculto para siempre. La humanidad, siempre ávida de poder y sabiduría, acabó desenterrando este artefacto. Al principio, el Reloj de Cronos fue utilizado para propósitos nobles: rejuvenecer cosechas, sanar enfermedades y otorgar longevidad a los sabios. Sin embargo, el hombre se caracterizó por tener un vacío en su corazón con el cual siempre ha querido llenarlo desesperadamente y a como dé lugar. Con ello surgieron sentimientos como la codicia y el deseo, que pronto corrompieron su inocencia venida desde la creación de los primeros hombres. Reyes y tiranos comenzaron a utilizar el Reloj de Cronos para expandir sus reinos, alterando el tiempo en sus territorios para fortalecer su poder. El mundo se fragmentó en regiones donde el tiempo corría a diferentes velocidades. Las tierras de oriente donde venían los bárbaros quedaron atrapadas en un pasado eterno, con guerreros arcaicos y ciudades de piedra. Otras, avanzaron hacia un futuro deslumbrante de tecnologías y maravillas inimaginables. La disonancia temporal sumió al mundo en un caos incontrolable, donde la percepción del tiempo era una ilusión caprichosa.
En medio de esta confusión, surgió un grupo de héroes gracias a que cada uno en sus pueblos y ciudades de origen les fue dada por los Dioses, la visión de que este mundo estaba inestable en el tiempo, en los que se dispusieron con la misión de restaurar el balance temporal. Entre ellos estaba Kallisto, una guerrera con la bendición de Atenea; Orfi, un bardo cuyo canto podía conmover hasta a los dioses; y Icarión, un inventor cuyas máquinas desafiaban las leyes naturales. Unidos por un destino común, emprendieron una misión para encontrar el Reloj de Cronos y devolver al mundo su flujo natural.
Estos héroes, reunidos en una playa, así como harían los Argonautas siglos después, emprendieron una odisea que inspiraría a los héroes cuyas estrellas darían su testimonio por todas las eras. El viaje de los héroes los llevó a través de paisajes desgarrados por el tiempo. Quebradas donde no había quebradas, pantanos convertidos en montañas de limo, entre otras rarezas. Primero, se aventuraron en los Bosques de la Eternidad, donde los árboles nunca envejecían y las criaturas del pasado lejano coexistían con las del presente. Aquí encontraron, al espíritu del bosque, un viejo bárbaro llamado Pythios, que había vivido durante milenios gracias a la ralentización del tiempo.
“¿Qué os trae por estos lugares, viajeros?”, preguntó Pythios, sus ojos verdes brillando con sabiduría antigua.
“Buscamos el Reloj de Cronos,” respondió Kallisto, “para restaurar por encargo de los Dioses.”
Pythios asintió, comprendiendo la gravedad de su misión. “¿Pero no han buscado bien?. El Reloj de Cronos es obvio, que se encuentra en el Templo de Cronos, en el corazón de la Montaña del Destino. Sin embargo, su guardián, uno de los titanes Encadenados, no permitirá que cualquiera se acerque. Deberéis demostrar vuestra valía.”
El druida les enseñó que el tiempo corre de manera distinta, solo había que tirar una moneda cerca de un haz de luz y la moneda envejecía 1.000 años, así que aprendieron a leer las señales del tiempo, Pythios les otorgó un amuleto hecho de ramas antiguas, que les protegería de las alteraciones temporales. Así caminarían por un claro, sin morir de vejez. Armados con este conocimiento y el amuleto, los héroes continuaron su travesía.
Pronto, llegaron a la Ciudad de los Susurros, una metrópolis donde el tiempo corría desenfrenadamente, y los días y las noches pasaban en un parpadeo. Aquí, los ciudadanos vivían vidas aceleradas, consumidos por la necesidad de alcanzar la grandeza antes de que el tiempo los dejara atrás. Orfi utilizó su canto con su arpa mágica para ralentizar el frenesí de la ciudad, permitiendo a los héroes notar el movimiento de los habitantes.
Cuando, Orfi logró desacelerar el tiempo en aquella ciudad, hablaron con el artesano, cuyos ojos habían visto innumerables generaciones correr en un solo parpadeo. Les contó sobre un portal oculto en las cavernas subterráneas, que conducía directamente al Templo de Cronos. “El tiempo es un río, jóvenes,” dijo el artesano, “y ese río tiene corrientes ocultas. Encontrad el portal y seréis llevados a vuestro destino.”
Guiados por las palabras del artesano, los héroes descendieron a las profundidades de la tierra, enfrentando criaturas olvidadas por el tiempo, unicornios salvajes, ogros y cíclopes. Finalmente, hallaron el portal, un vórtice de luz y sombras que, al momento de pisar el recinto, los transportó a la base de la Montaña del Destino.
Escalando la montaña, se encontraron con el titán Encadenado, un coloso de piedra y metal, atado por cadenas forjadas en el mismo Dios Hefesto y fortalecido por el tiempo. “¡Quiénes osan perturbar mi vigilia!”. La voz del titán resonó como el eco.
“Venimos a restaurar el equilibrio”, proclamó Icarión, mostrando el amuleto que les había dado Pythios. “Sabemos de tu sufrimiento, titán, y buscamos terminar con esta disonancia.”
El titán, viendo la determinación en sus ojos, les permitió pasar, pero no sin antes advertirles del último desafío: en el templo, el Reloj de Cronos estaba protegido por una prueba final, un enigma que solo los que son dignos de los Dioses podían resolver.
Dentro del Templo de Cronos, el Reloj flotaba en un pedestal de mármol, irradiando una luz brillante. Sin embargo, antes de que pudieran acercarse, una figura espectral se materializó ante ellos: la diosa Tique, guardiana del destino y la fortuna.
“Solo aquellos que comprendan la verdadera naturaleza del tiempo podrán utilizar este artefacto,” declaró Tique. “Debéis demostrar vuestro entendimiento.”
La diosa planteó una serie de enigmas, cada uno más complejo que el anterior. Kallisto, Orfi e Icarión se enfrentaron a estas pruebas utilizando su ingenio, su valor y su sabiduría combinada. Orfeo cantó una balada sobre el flujo eterno del tiempo, Kallisto narró las historias de los héroes antiguos, e Icarión explicó los principios de la mecánica temporal.
Finalmente, Tique se mostró complacida. “Habéis demostrado ser dignos de los Dioses. El Reloj de Cronos es vuestro, pero recordad: con este gran poder viene una gran responsabilidad. No abuséis de este poder.”
Con reverencia, Icarión ajustó las manecillas del Reloj, restableciendo el flujo natural del tiempo. Una ola de energía emanó del templo, extendiéndose por todo el mundo y restaurando el equilibrio del tiempo. Las regiones atrapadas en épocas dispares comenzaron a sincronizarse, y el caos se convirtió en orden.
Después de esta aventura, los héroes regresaron como salvadores. El mundo, aún marcado por las cicatrices, empezó a sanar. Los reinos fragmentados se reconstruyeron. La humanidad, agradecida, levantó monumentos en honor a Kallisto, Orfi e Icarión que duraron siglos hasta que el mundo que fue su testigo quedó en los libros de historia, pero antes de eso recordaron siempre el sacrificio y la valentía que les devolvió el tiempo.
En los siglos que siguieron, el Reloj de Cronos siguió guardado en el Templo de Cronos, custodiado por una nueva orden de sacerdotes. Y así, en una era donde el tiempo había sido un tirano, la humanidad en aquellos días aprendió a respetar su naturaleza, encontrando armonía en la danza eterna de los segundos y los siglos.
AUTOR: FRANCISCO ARAYA PIZARRO (CHILE)
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Francisco Araya Pizarro. Nacido en 1977 en Santiago de Chile, Artista Digital, Diseñador Gráfico Web, Asesor en Marketing Digital y Community Manager para empresas privadas y ONGs asesoras de las Naciones Unidas, Crítico de Arte, Cine, Literatura, además de Investigador. Y Escritor de Ciencia Ficción, donde en su blog comparte sus relatos cortos en: www.tumblr.com/franciscoarayapizarro