Berlinés De Vereda

Como antílope que no para de mover mandíbula, lo veo todas las mañanas sentado en una banca del parque haciendo las mismas cosas que hace todas las mañanas. Lee vorazmente el periódico, ve pasar la historia de la capital y quema recuerdos.

Se interesa más por las noticias de la Europa del Este y por las transformaciones después de noviembre de 1989 cuando derribaron el muro de Berlín. No es que le apasionen las revoluciones marxistas de los países de la Europa Oriental. Al contrario, odia los  inútiles regímenes “borrachomaníacos” y sueña con un paseo por Rusia, Ucrania, por todo San Petersburgo y por toda “La capital de la soledad”, Berlín.

Es extraño que cada que habla de la caída de aquel muro no contraponga este hecho con el terrateniente que derribó la extensa fila de árboles que había sembrado y que separaba su parcela del potrero del latifundista. Los árboles no solo servían de cerca sino que derrochaban hermosura y sombra. Al talarlos, el ganado vecino invadió su huerta y consumió plataneras y plantío. La vacada no dejó plátano sobre plátano.

Cuenta don Lizardo que aquel muro lo construyeron los tales comunistas en 1961, sin avisar, y que esa monumental tapia atravesaba la frontera entre las dos Alemanias. La disculpa de la obra, refiere, fue impedir el paso de la población entre las zonas oriental y occidental de Berlín. Muchos berlineses murieron tratando de cruzar. Una de las alemanias podría haberse quedado casi sola, la población se estaba perdiendo.

Don Lizardo, “el berlinés”, apodado así por su pasión por el muro de Berlín es grandote, algo demacrado y con las uñas crecidas y rellenas de tierra. Le gusta recordar su vereda hurgando el pequeño jardín de su patio citadino. Concluye relatándome que el muro casi divide el mundo en dos partes y que con su derribamiento se facilitó la reunificación de Alemania y se aceleró la desintegración de la Unión Soviética.

Quien creería que un campesino demacrado y desalojado de su parcela, con tierra en las uñas y con su amiga inseparable, la prensa escrita de cada mañana, enseñara tanto sobre pacificación y revoluciones sentado en la banca desgastada del parque.

Habla permanentemente del horizonte de su bucólico pueblo el cual le arrebataron de tajo. Casi que su mirada dibuja aquel horizonte definido por macizos y bosques que se elevan por encima de los ranchos.

El rocío, las palomas y las hojas que caen del único árbol del parque, tienen el privilegio de oírlo desde la madrugada. El berlinés es el informador taciturno del parque. Me arrebato oyéndolo por su serenidad y por su mirada apacible. Enseña, cuenta, informa y lee.

Se le disparó el ánimo la vez en que el muro de Berlín se vino abajo, pero sueña con levantar otro muro aquí. Solo para darse gusto de derribarlo él mismo ante tanta injusticia y violencia que ve en el país. Su mensaje es amorosamente categórico. Quiero que no quede mierda sobre mierda, sentenció.   

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