Imagen – RTVC Noticias
El Catatumbo es una tierra que, en sus primeras miradas, parece un rincón apartado del mundo, un refugio de selvas frondosas y montañas que se alzan como gigantes vigilantes. Los ríos, serpenteantes y caudalosos, atraviesan el paisaje como venas de un cuerpo vivo, mientras que el cielo se viste de un verde intenso que parece casi irrepetible. A lo lejos, se pueden ver las aldeas humildes que, con sus casas de madera y techos de palma, parecen resistir el paso del tiempo, un tiempo que parece eterno en esta región, un refugio que pide a gritos ser ignorado, pero que el mundo nunca deja de mirar.
El aire, fresco y húmedo, es un bálsamo para quienes han recorrido largas distancias en la calidez abrasante de las tierras bajas. Aquí, el sol se pone de una forma que es difícil de describir, pintando el cielo de colores que solo se ven en los sueños: naranjas, rojos y morados que abrazan el horizonte, mientras las estrellas empiezan a brillar en un firmamento que parece más cercano que nunca.
Pero no todo es belleza en el Catatumbo. Mientras el paisaje invita al asombro, la violencia se esconde entre sus montañas, bajo el manto de su selva exuberante. Los susurros del viento parecen cargados de historias de sufrimiento, de tragedia, de lucha y de muerte. A lo largo de los años, la región ha sido escenario de enfrentamientos entre grupos armados ilegales, que la han convertido en un campo de batalla donde los sueños se ahogan en sangre.
Los campesinos que habitan estas tierras, dueños de una vida sencilla, se ven atrapados en la telaraña de la guerra. El Catatumbo, que alguna vez fue un espacio de paz y trabajo, hoy es un territorio donde la tierra se disputa con armas y amenazas. Las familias viven al filo de la incertidumbre, sabiendo que al salir al campo a trabajar, el riesgo de una emboscada o un atentado siempre está latente.
Es irónico, casi cruel, cómo el verdor de la región puede ocultar tanta violencia, cómo la belleza del paisaje puede distorsionarse cuando las huellas de la guerra invaden cada rincón. La selva, que alguna vez fue testigo de risas y voces de niños, se ha convertido en un escenario de miedo y silencio. En las montañas, se oyen las explosiones que sacuden la calma de la noche, y en los valles, el eco de los disparos se pierde entre los árboles, llevando consigo la esperanza de quienes han tenido que huir.
A pesar de ello, la resiliencia de su gente es inquebrantable. Los pobladores del Catatumbo siguen cultivando la tierra, siguen resistiendo la adversidad con una tenacidad que desafía la lógica. En las noches oscuras, cuando las bombas caen cerca y el miedo acecha en las sombras, aún hay quienes se aferran a la esperanza de un futuro diferente. Un futuro donde la belleza del Catatumbo, su verde salvaje, sus cielos estrellados, vuelva a ser solo eso: belleza, sin el peso de la violencia que ahora marca su historia.
El Catatumbo sigue siendo un lugar donde la naturaleza nunca pierde su esplendor, pero también un territorio donde la lucha por la paz es más urgente que nunca. En cada rincón de su tierra, en cada brisa que cruza sus ríos, en cada amanecer que ilumina su selva, se refleja un sueño roto que aún no se olvida. Y en el corazón de cada habitante de la región, se guarda la esperanza de que un día, el paraíso recupere su paz.
AUTOR: NELSON VILLAMIZAR VEGA (COLOMBIA)
© DERECHOS RESERVADOS AUTOR (A)

Nelson Villamizar Vega, nació en el Municipio de Arboledas (Norte de Santander – Colombia). En el 2019 escribió su primer libro llamado » vivencias» y desde esa época no ha dejado de escribir. Cuenta con cuatro proyectos literarios. Escritor de poemas y crónicas, en las cuales refleja la filosofía de la vida