Era impresionante como esos leves movimientos causaban que su obra realzara, la manera en cómo tan bella cabellera bailaba y mostraba más intensa, ese rostro sereno pero con un brillo único que no se compara a la de tal mirada; por unos instantes parece perdido pero al chocar con los suyos le saca unos suspiros que busca calmar.
Sus dedos de momentos temblaban, son los nervios de algo nuevo que le quema la piel, de esa emoción indescriptible que se aviva con las formas de ese cuerpo tan seductor; más por como lo llama con nuevas posturas “¿Qué busca, enloquecerme?”, pensó apretando aquel pincel. Arrasaban esos azulinos ojos aquella figura, queriendo deshojarlo, pero sin poder hacerlo porque de tal manera era perfecto.
Esas palabras estaban cargadas de un juego pero él no podía caer, era mayor el deseo por plasmar tan glorioso ser. Curvó sus labios, ¿una prueba? invadió sus pensamientos, aunque la idea gobernaba las posibilidades de un sí; como una imagen de si lo hiciera pero mejor se centro en lo que ahora con dicha puede ver y le fascina.
—Un reto, aunque con esta musa podría… — soltó, dando a entender que esa posibilidad es tentadora, tanta inocencia rodeada de ese toque perverso, uno muy exquisito le hizo tragar un poco al ver como la seductora acción que invade su mirada. Resultó más cautivador esa insinuación que la propia idea de verlo desnudo, casi hipnotizado por las acciones de esos dedos, aunque claro está que sería simplemente una obra.
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—Entonces probemos, si no lo intenta, no podrá saber si lo podrá retratar o no, ¿no le parece? —Dijo con un gesto realmente seductor, con una inocencia arrolladora, que imprimió en cada uno de los vocablos con los que se expresó. La sonrisa que brotó de sus labios fue traviesa a su manera, cuando comenzó a despojarse, adoptando una posición privilegiada, de los atuendos que le vestían revelando poco a poco las partes que conformaban su cuerpo. Aquellas pieles se hicieron presentes, las extremidades desnudas, el torso, el miembro dotado de gracia inclusive, estuvo a merced de sus ojos.
Completamente desnudo, se puso de pie, y pronto vistió únicamente una parte de la túnica abierta, dejando que la misma resbalara por sus hombros y cayera como una cascada pétrea por sus brazos; exhibiendo de esa manera toda la parte frontal de su anatomía.
Hizo con un gesto delicado de sus manos que sus cabellos cayeran como cascadas por ambos lados de su rostro, enmarcando su frágil belleza; adoptó una postura bastante comprometedora, como casta, y volátil para quién lo viera. Despertaría las más bajas pasiones de quién estuviese alrededor. Rio levemente, relajado, completamente a su merced, para que hiciera de él todo cuanto quisiera, para que retratara cada parte de él en su pintura, como tanto había imaginado en su cabeza que sería. Se recostó sobre el sillón, jugueteando con una porción de sus cabellos negros como una noche sin estrellas, buscando con la mirada a aquellos ojos que lo habían hechizado, pues poseían un acentuado matiz como el más profundo océano. Amaba demasiado el mar.
El ser retratado de ese modo también hacia latir con fuerza su corazón, porque nunca antes había vivido un momento tan erótico como ese, en toda su vida, más si lo hacia ese dragón tan talentoso. Deseaba que sólo él lo retratase de algún modo u otro. — ¿Puede retratarme así, querido guardián del mundo místico? Podría llevarse cada parte de mí en la pintura, si así lo deseara. ¿O debo estar acaso más descubierto, no es así?
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P: Ese lado que ahora mostraba el ajeno era muy distinto a los anteriores por lo que su mirada fue más firme a la hora de admirar cada movimiento y dejar sus pinceladas de por medio, casi expectante se mostró pero no se comparó con esa revelación, esa desnudez que se volvía protagonista de tan exquisita escena; cese telón que representa tal túnica.
Tragó con dificultad y suspiró también buscando la serenidad que pendía de un fino hilo, jalado por la seducción de tan inigualable ser que se abre ante él y aviva el deseo más profundo de un dragón de antaño, un dragón que por tanto la soledad fue su abrigo; ahora el calor le provoca aquellas sensuales acciones, esas formas.
—Te…pones de costado…digo, para ver mejor tu rostro —su voz titubeó ante el aroma cargado de sensualidad que desprendía su musa, sin haber podido decir algo anteriormente ante tan maravilloso asombro. Ese abismo cubre la porcelana que representa la piel del otro, era un imán y ni que decir esa sonrisa conjunta con la risa tan dulce que provocó que la propia no quisiera abandonar sus labios. Era muy distinto de lo que pensó, así que volvió a bosquejar ese plano que ahora muestra el contrario siendo algo difícil ante la leve humedad que su palma presenta, pero secó rápido.
Ambos corazones latían, cabalgaban de una manera que parecía indomables y como si estuvieran en un maratón.
—¿Más aun…? Busca que muera, si es así lo consigue porque mi pecho…no puede con la emoción de tan bella obra de arte que un dios piadoso puso frente a mis ojos. — Confesó con la voz algo agitada pero en sus labios la sonrisa más fresca vista. —En mis ojos llevo lo mejor que he visto, su perfección que espero volcar en este lienzo. — esperaba realizar la mejor de sus obras, sería la que más atesoraría.
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T: Sonrió manso, pero también como la más silvestre de las criaturas cuando aquel rey de otro mundo le encaró con tales palabras. Con un gesto perpetrado por sus dedos, mordía sus uñas con sus labios carnosos, adoptando la postura indicada para que le retratasen mejor. Tal como lo haría un flor cuando se cierra a la más horrenda tempestad del corazón. Desprendiendo su aroma, ese que bañaba el ambiente tan dulce que les envolvía. Como así lo hizo, así como admiró ese ser.
De encarnar a una criatura del firmamento nocturno él sería la luna, custodiada por las innumerables estrellas que adornaban sus aterciopelados montículos. Avivado por la música de su corazón, se dejó llevar por el momento tan íntimo, tan fiero, tan casto, tan puro, del cual no alcanzó a enumerar todas las cosas que sintió cuando ese ser le retrataba y le admiraba con ojos tan atrapantes, inundados del fuego que le precedía. Era aquel su verdugo y salvador, su más afamado tesoro revelado. Un verdadero volcán que se alzaba ante él, y por el que estaba expectante por lo que pudiera acontecer a a continuación, mas se dio cuenta que él mismo debía ser artífice del destino y de lo que aquellos arquitectos les condenarían sólo a ellos. Mover los hilos, para que aquel vals que iniciaba siguiera su curso.
Allí permitió, sintiendo como una parte de él se sumía en el más absoluto pecado, por vivir ese momento tan singular, que los bosquejos resultaran más que predecibles, con un compás que alcanzó a apreciar de sobremanera como su propia estampa quedaba retratada en la pintura que inmortalizaba aquel pintor de otro mundo. Ese pintor era una bendición sin igual, singular, como una cascada que hace renacer el más álgido de los puntos de los cielos universales. Y bastaba aquel momento para que pudiera inspirarlo a ponerse de pie de su trono, de ese donde no alcanzaba la isla que representaba ese ser de rostro cubierto de verdad y fuerza, y andar así como se encontraba, recubierto por ese pedazo de tela que le envolvía, hasta llegar a él.
Su mano tomó el pincel más cercano a él, humedeciéndolo con el color del fuego y el mar, sólo la punta del mismo; dejando caer al mismo tiempo la túnica, esa que había ocultado su cuerpo de los ojos curiosos instalados en los alrededores. Bastó un ademán para que se encontrara tan cercano a él, que tomó su mentón con una mano, obligándolo a mirarle con profundidad a los ojos, al tiempo que emitía una mirada seductora en su dulzura candorosa, y un gesto de su cuerpo con el cuál podría conquistar a los mismísimos ángeles. Con la otra le entregó el pincel, haciendo que el pintor lo bordeara con su mano; e inmediatamente, sin pedirle siquiera permiso lo acercó hasta su propia piel que fue mancillada por ese color hurtado, desviando una línea por su abdomen, hasta llegar casi a su bajo vientre. No dejaba de mirarlo, de indagar en él sus secretos.
—Quiero que pintes mi cuerpo, hazme el lienzo de tu arte. —Dijo en un susurro que sólo los dos podían escuchar, acariciando con el pulgar el contorno de sus labios, aquellos que antes había reclamado con las más inocentes intenciones. Ahora repasaba sus mejillas con los dedos con pisadas tan tenues que parecían ser sólo la presencia de un ilustre sueño hecho realidad. —Hazme tu instrumento, cólmame de tus sueños e ilusiones; no temas ser aquel que me obsequie todo lo que reside en tu imaginación porque lo recibiré con el sentimiento más puro y hermoso que existe, lo recibiré con el sentimiento que llaman amor.
*
Con el paso del tiempo este pudo volcar con pinceladas precisas una imagen de tan esbelto ser que desde algo distinto lo provocara, un ángel con un toque de perversión en sus acciones y esa mirada que se colaba en lo más profundo de este pintor. Difícil fue el andar hasta culminar en esa obra que toma vida sobre el lienzo frente a él, la tentación que provocaba tal joven en él era muy fuerte, como si algo lo jalara a que corriera al lecho donde con tal gracia tal joven esta.
Retoques solo faltaban por lo cual al el concentrado dragón no le pareció mal que su ajeno se levantara, sin pensar lo que vendría después; sus ojos se llenaron de aquella perfección anunciada anteriormente y sus labios entre abiertos fueron la prueba de tal asombro.
La gracia de tal prenda cayéndose al piso y dejar que contemplara esa desnudez. “¿Por qué?” se cuestiona cuando su musa le entrego ese pincel y lo guio hasta el bendito templo que manchó; sin reaccionar aun ante el toque de tales dedos que avivan la sed que cargada ya está desde el comienzo de esta travesía. —Me…dejas…sin aliento… —susurró mientras su mano reacciona dando suaves pinceladas por ese abdomen que admira y luego alza su mirada. Parecían dos llamas azules que arden de deseo por aquella flor.
—Por tu causa…mi mente esta tan cargada de imaginación…—dijo mientras sus rastros suben por ese abdomen, expandiéndose un dibujo en aquel torso y disfrutando de las reacciones ajenas frente a él, aquel ser que jalaba con fuerza su instinto más bajo aunque no quería caer en tal predicamento y solo quiere disfrutar del grato regalo ofrecido de tal manera, una manera que nunca podrá olvidar.
— Mi arte es…infinito. ¿Se prestara a ser el lienzo perfecto donde volcarlo? ¿Podrá aguantar mi intenso sentir? Este amor que va fluyendo de lo más hondo de mi ser- cuestionó mientras su mano libre da unos suaves toques en uno de los costado de esa figura tallada por ángeles.
Continuara
Pálido Velo; Onírico Rosa – (Acto Uno * Segunda Parte)
AUTORA: VANESSA SOSA (VENEZUELA)
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Vanessa Sosa. Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Actualmente, ejerce como Docente en una institución. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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